Axiomas y perplejidades
Al kirchnerismo el default seguido de desacato —según lo resuelto por el juez Griesa— lo tiene sin cuidado. Como está convencido de que puede llegar razonablemente bien posicionado a las elecciones del año próximo y que las sancionas simbólicas enderezadas en su contra, lejos de debilitarlo, lo fortalecen, redobla la apuesta cada vez que lo acosan sus enemigos de afuera y de adentro del país.
Muchos se preguntan cómo es posible que Cristina Fernández no vea la realidad; que no sea capaz de arbitrar los medios para resolver, siquiera mínimamente, los problemas que tiene entre manos; que se resista a aplicar políticas racionales en la negociación de la deuda y, por sobre todas las cosas, que no entienda las consecuencias de embestir a los Estados Unidos y a Alemania, a un mismo tiempo, comprándose pleitos inútiles e incrementando el aislamiento de la Argentina en el mundo.
En el primer párrafo del análisis quedaron establecidas las convicciones del gobierno. En una palabra, de lo que están seguros en la Casa Rosada. En el segundo párrafo, en cambio, quedaron planteadas las perplejidades del polo opositor, por llamarle de alguna manera. Entre aquellas convicciones y estas perplejidades no hay vasos comunicantes y cualquier dialogo que se intentara entre los valedores del kirchnerismo y los representantes de la oposición, sería de sordos ¿Por qué?
Si damos por sentado que, en una determinada situación crítica, vamos a salir adelante, acusando nuestro mejor perfil sin ceder un tranco de pollo y, además, estamos seguros que, pasada la tempestad, emergeremos triunfadores del brete en la medida en que no arriemos ninguna de nuestras banderas, nuestra estrategia será una. En caso contrario, si consideramos que para alentar expectativas de protagonismo en el tiempo por venir debemos ceder algo para conservar algo, la estrategia será otra.
El kirchnerismo no está dispuesto a cambiar su libreto —y esto es lo fundamental— porque sustenta su curso de acción en axiomas. Su diagnostico de la situación descansa sobre verdades de por sí evidentes, que no necesitan demostración alguna. Por esto mismo, las preguntas que desvelan a tantos acerca de la racionalidad del gobierno, carecen de sentido para Cristina Fernández y sus seguidores.
Los axiomas, en términos políticos, se transforman en dogmas de fe indiscutidos e indiscutibles. Véase que el oficialismo no se hace ilusiones de ganar la pulseada presidencial en octubre próximo ni sueña con un candidato propio capaz de terciar en la disputa. No alienta ilusiones respecto de retener las mayorías que hoy detenta en las dos cámaras del Congreso Nacional o de conservar, después de los comicios, la subordinación de los gobernadores que hace años rinden pleitesía a la Señora. Todo eso lo da por perdido.
Pero construye su estrategia con arreglo a dos soportes a prueba de balas: 1) que va a arribar a buen puerto, malgrado las dificultades que deberán superar en el camino hasta las elecciones y 2) que retendrá el apoyo de un tercio de la ciudadanía dispuesta —en atención a lo que significa en la historia argentina, como punto de inflexión, el fenómeno kirchnerista— a seguir a Cristina Fernández como su líder político cuando ésta vuelva al llano.
Basado en estos axiomas, es lógico que el gobierno actúe de la manera que lo viene haciendo, sin solución de continuidad. Si la jefe del Estado, del gobierno y del Movimiento considerase que el default fuese a obligarla, tarde o temprano, a abandonar Balcarce 50 antes de cumplir su mandato, no dudaría un instante en modificar la posición de sus velas. Como se halla convencida de lo contrario, o sea, de que la batalla en contra de los fondos buitres —transformada por ella en una epopeya de carácter nacional— le conviene, carga lanza en ristre y embiste, sin pensarlo dos veces, no sólo a Griesa sino a los Estados Unidos y ahora a Alemania, como si tal cosa. No es el aislamiento lo que le preocupa o quedar fuera del circuito financiero internacional. Lo único que le interesa es retener el poder hasta diciembre del año 2015, y de ello está completamente segura.
Las preguntas, pues, que corresponde hacerse nada tienen que ver con la presunta irracionalidad de las medidas adoptadas por la Señora y su ministro favorito, Axel Kicillof. Son las siguientes y —desde ya— conviene aclarar que carecen hoy de respuesta: ¿qué haría el gobierno si se produjese una corrida contra el peso de proporciones?; ¿cómo reaccionaría si hubiese una o varias puebladas a la vez, fruto del descontento social?; ¿qué pasaría si se repitiesen las huelgas policiales en distintas provincias?; y ¿cuál sería su decisión si ese verdadero cocktail explosivo de recesión e inflación retroalimentándose escalaran en los próximos meses hasta rozar lo insoportable en términos comunitarios?
El kirchnerismo comulga con unas ideas que hacen las veces de rocas monolíticas. No se discuten, no tanto por obsecuencia como por convicción. Por eso sólo un cataclismo, un sacudón, un tsunami, una corrida, una hiperinflación o un gigantesco conflicto social que ganase las calles, podría sacarlo de su enclaustramiento y obligarlo a reconsiderar su estrategia actual. Como es hijo del rigor, sólo el miedo a perder el gobierno en el camino puede obrar el milagro que ningún desacato logrará.
Cuando los supuestos se vuelven dogmas, modificar las conductas políticas resulta imposible. Hasta aquí el kirchnerismo está cómodo consigo mismo y no encuentra razones de peso para torcer el derrotero que lleva. Si sus acólitos piensan —y por cierto lo piensan— que los votos cosechados en la ONU son de mayor importancia que las relaciones con Estados Unidos y Alemania y que la Argentina le está dando un ejemplo al mundo de cómo combatir a los fondos buitres y a la usura financiera internacional, tiene sentido el rumbo que llevan. El problema es que entre los supuestos y los axiomas hay un abismo. Hasta la próxima semana.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.