Banca mítica
La banca no goza de un gran prestigio social, y menos en tiempos de crisis. La banca privada, claro está. La enorme intervención pública en el dinero y las finanzas no es subrayada, y, al contrario, la cara visible de esa intervención, los bancos centrales, tienen buena prensa.
La banca no goza de un gran prestigio social, y menos en tiempos de crisis. La banca privada, claro está. La enorme intervención pública en el dinero y las finanzas no es subrayada, y, al contrario, la cara visible de esa intervención, los bancos centrales, tienen buena prensa. Quizá esto se deba a la persistencia de tres mitos sobre la banca central, que el economista Gerald P. O’Driscoll analizó en el «The Wall Street Journal» (http://goo.gl/B3OG2). Primero: «los bancos centrales son intrínsecamente necesarios para las economías de mercado». Ni la historia ni la teoría avalan esto. Es un típico asunto político donde el Estado resuelve el problema que él mismo ha creado: los bancos centrales, así, son necesarios cuando los estados que los establecen, imponen una moneda fiduciaria de curso forzoso, y la emiten en exceso. Segundo mito: «los bancos centrales son necesarios como prestamistas de última instancia», algo que no pensaba ni el propio Walter Bagehot. Tercer mito: los bancos centrales son «independientes». No lo han sido nunca, y menos ahora. Dice O’Driscoll: «es difícil describir a la Reserva Federal bajo la presidencia de Bernanke como operando de modo independiente».
En 2011 compró nada menos que el 77% de la deuda pública americana.
Por no hablar de la clave de la institución: la estabilidad de la moneda. Ningún banco central la ha conseguido. La «Fed», que acaba de cumplir un siglo, ha multiplicado los precios desde 1913… ¡por 23!