Berensztein: «La economía ya no le sirve a Cristina para atraer a la clase media»
El politólogo cree que, ante el gran deterioro económico y el impacto de las denuncias por corrupción, Cristina Kirchner ingresa en una etapa de radicalización de sus posturas, con una mayor dependencia hacia los núcleos más fieles de su militancia
Sergio Berensztein, director de la consultora Poliarquía, es uno de los politólogos más requeridos en estos días.
Considerado uno de los analistas más lúcidos de la actualidad nacional -además de poseer valiosa información sobre opinión pública-, consolidó su reputación por haber pronosticado correctamente los giros del panorama político.
Se niega a hablar de encuestas hasta que las candidaturas para las primarias de agosto no se hayan terminado de definir, pero admite -como la mayoría de sus colegas- que en los últimos tiempos ha ocurrido un bajón en la imagen presidencial, producto de un cóctel que incluye la desmejora económica y las denuncias de corrupción.
Considera que las dificultades del kirchnerismo para asegurar la continuidad de su proyecto político podrán llevar a escenarios de radicalización por parte del Gobierno.
El siguiente es un resumen de su diálogo con iProfesional:
-¿Cómo interpreta el giro agresivo que adoptó la Presidenta en los últimos discursos y esa advertencia de que los opositores y los grupos económicos «van a ir por todo»?
-Lo que se percibe es que está tratando de mantenerse en el centro de la escena pública de forma muy agresiva, con una estrategia de generar polarización en la sociedad pero también agrediendo a dirigentes, como se vio en el caso de Scioli.
Lo que queda de manifiesto es una situación de debilitamiento de Cristina, que reacciona de esta forma ante su incapacidad para reformar la Constitución y crear la posibilidad de la reelección.
-¿Cree que ella está convencida de que la oposición quiere derogar la Asignación por Hijo o reprivatizar YPF y el sistema jubilatorio? ¿O es parte de su estrategia electoral?
-La manera que ella elige de ser protagonista es recordar lo que considera las medidas más relevantes de su gestión y generar la duda sobre si alguien las quiere revertir.
No es cierto que ahora se quiera dar marcha atrás con todas las políticas de Cristina, pero ella ha instalado esa creencia, de manera de generar empatía con el público y que su figura sea vista como garante de estas medidas.
-¿Tendrá éxito en su intento de atribuir las denuncias de corrupción a un intento velado por dar marcha atrás con su política económica y social?
-No creo. En otro contexto podría ser, pero ahora estamos en un terreno diferente al de otros momentos en los que Cristina gozaba de popularidad. Fundamentalmente, porque la economía ya no le sirve como pilar para atraer a la clase media.
Entonces hay que entender el impacto de los escándalos de corrupción en ese contexto donde se percibe una situación crítica de la economía. Y en situaciones así, lo discursivo empieza a tener un impacto marginal.
Además, ella puede ser hábil como oradora, pero analicemos cuánto rating pudo haber tenido su discurso del 25 de mayo, y es menos que la gente que ve el programa de Lanata. De manera que pensar en una estrategia defensiva del Gobierno, sólo basada en los discursos, es sobreestimar la influencia de la palabra presidencial en un contexto de problemas.
-Se habla mucho de que la Presidenta se recostará en los grupos más fieles de su base política, específicamente en «La Cámpora». ¿Ve factible ese escenario?
-En realidad, no sería algo extraño. Todos los gobiernos, a medida que se hacen viejos en su gestión, van perdiendo talento porque pierden gente. En general empiezan más plurales y abiertos y terminan cerrados, replegados sobre su grupo más pequeño.
Esto se ve claramente si uno compara el primer gabinete de Carlos Menem con el de sus últimos meses. Y lo mismo puede decirse de Raúl Alfonsín, que ya en retirada y en plena crisis, terminó poniendo a Pugliese y a Jesús Rodríguez en el ministerio de Economía.
Siguiendo esa lógica, no me parecería raro ver a un ministro de «La Cámpora». Es algo que obedece al repliegue y al aislamiento de un gobierno en su tramo final.
-¿No puede interpretarse como un intento de Cristina, de garantizar que su proyecto político trascienda a su mandato, a través de un recambio generacional?
-Seguro que entre los militantes va a prender ese argumento. Pero lo cierto es que ellos son una minoría. Una cosa es promover dirigentes leales y otra muy distinta es que eso le permita generar un consenso interno y un entusiasmo como para obtener un éxito a nivel electoral.
-En los últimos discursos atacó a empresarios, corporaciones y productores de soja. Parecería que si su política económica sale mal, ya eligió a quiénes echarle la culpa. ¿Usted cree que ella preferiría un escenario de confrontación a dar marcha atrás con sus medidas?
-Tengo mis dudas sobre este punto, porque si bien Cristina muchas veces ha dado muestras de tomar decisiones por ideologización, también es cierto que en otras ocasiones ha sido pragmática y cambió su actitud. El caso del Papa Francisco es el ejemplo más claro de cambio.
Pero con la economía no está claro qué hará. Si ella quisiera hacer correcciones, tendría que empezar a hacerlo ahora. Si ella ha leído algo de economía, tiene que saber que estas medidas de control -como el cepo cambiario y el congelamiento de precios- terminan mal inexorablemente.
La verdad es que hoy no la veo con la flexibilidad suficiente como para reconocer errores y dar marcha atrás con algunas medidas.
-Pero no siempre ha sido tan inflexible. Sin ir más lejos, al anunciar el blanqueo el Gobierno terminó admitiendo que su «batalla cultural» por la pesificación no tenía posibilidades de éxito
-Pero esa era una pelea que estuvo perdida antes, incluso, de que empezara. De hecho, nunca fue una batalla real sino que apenas existió en las declaraciones de los funcionarios kirchneristas.
No tenía sentido seguir avanzando en esa línea, cuando fue quedando en evidencia que un modelo que había empezado con bastante efectividad quedó tambaleante.
El discurso oficial busca culpables para los problemas que genera, pero lo que hoy el Gobierno no logra explicar es cómo la Argentina terminó siendo el único país de la región con problemas fiscales, inflación, caída de reservas y falta de inversiones.
Fuente: http://www.iprofesional.com