Brasil: A Copa das Manifestações
¿Por qué protestan los “indignados” en Brasil?
Por muchas cosas: Desde la demanda original (y ya resuelta) del no aumento al transporte público, siguiendo contra el uso de miles de millones de reales públicos en el Mundial 2014 y las Olimpiadas 2016, los servicios públicos malos y caros tales como la educación y la salud, la denuncia de la corrupta clase política brasileña, la inseguridad pública, el alto costo de la vida, por los derechos humanos, contra la propuesta de reforma constitucional conocida como PEC 37, la homofobia y el aborto, hasta llegar a la protesta contra la injustificable represión policíaca de las protestas iniciales en São Paulo y, también, contra quienes aprovecharon las protestas para el pillaje en bancos y comercios y para la toma y destrucción de edificios públicos. En tal sentido, ¿puede hablarse de una agenda común entre los “indignados”?
Quizá no. Aunque los “indignados” compartan muchos rasgos comunes, en edad, educación, extracción social, posicionamiento partidista, identidad política, etc. Incluso, quizá, parte importante de ellos sean grupos manipulados por partidos políticos. Al respecto, el repliegue administrado de uno de los convocantes iniciales de las protestas, el llamado Movimiento por el Pasaje Libre (MPL, una excrecencia del ultraizquierdista Foro de São Paulo), tras el discurso de Dilma Rousseff aceptando algunas demandas, reflejaría bien la instrumentalización de las protestas por algunos partidos. No por nada se da por seguro que los dirigentes del MPL aparecerán en las próximas candidaturas del Partido de los Trabajadores –el de Lula, el de Dilma– (PT) al Congreso brasileño, tal como sucedió en Chile, con los líderes estudiantiles que encabezaron las protestas contra el gobierno de Piñera y que hoy llevan en hombros a Michelle Bachelet. Aunque la presencia de algunos partidos no explicaría por sí sola ni suficientemente el tamaño ni la dinámica de las protestas.
Pero los “indignados” comparten otro rasgo hasta ahora no estudiado y que me parece plausible para explicar las manifestaciones recientes y su tamaño, considerando que las protestas, toda protesta de masas, no es sino un idioma de los estados de ánimo. Así, los “indignados” provienen de los grupos sociales que se beneficiaron (en mayor o menor medida) del crecimiento brasileño en los últimos doce años… y que hoy ven cómo dicho crecimiento corre el peligro de venirse abajo a manos de la posible estanflación, el endeudamiento, la devaluación del real, las sucesivas caídas en las expectativas de crecimiento, la falta de competitividad frente al exterior, las pérdidas récord de la Bolsa brasileña, la huída de inversionistas.
¿Los “indignados” brasileños son, en tal sentido, gente “fatigada de la corrupción, la impunidad, la intrincada burocracia y la mala gestión que realiza el Gobierno”, como señala Carlos Alberto Montaner? No o al menos no principalmente. En realidad son grupos e individuos que cerraron los ojos mientras “la corrupción, la impunidad, la intrincada burocracia y la mala gestión que realiza el Gobierno” les beneficiaba. Que cerraron ojos y nariz mientras Lula operaba el Mensalão (la privatización del dinero público para beneficio del PT, de legisladores sobornables y del propio Lula) a cambio de índices de crecimiento récord. Que estaban en sus casas viendo el televisor mientras Lula y Dilma, al amparo de sus estratosféricos índices de popularidad, repartían populistamente el dinero público del Mundial y las Olimpiadas para beneficio de contratistas amigos y ONG’s fachadas de políticos. Que no hicieron nada frente al inocultable desorden administrativo y la corrupción que obligaron a Dilma Rousseff a despedir a siete ministros en su primer año de gobierno. Hoy, para su sorpresa, la inflación y las malas expectativas económicas golpean sus bolsillos y reaccionan, marchan y hasta abuchean a una todavía muy popular Dilma Rousseff… aunque tal vez su reacción ya sea tardía, dado que el impacto sobre las finanzas públicas ya es irreversible y los costos habrá que pagarlos (ellos mismos, de sus bolsillos!).
A la mayoría de los políticos les cuesta mucho cambiar: Sólo saben hacer algunas cosas y las siguen haciendo a pesar de sus rendimientos decrecientes. Por eso no sorprenden los ofrecimientos de Dilma Rousseff en su mensaje en cadena nacional el viernes pasado: Su única solución (ahora como insólita vocera de los “indignados”, como si las protestas no fueran en gran medida contra ella y su gobierno), fue ofrecer más dinero público en más acciones de gobierno conducidas por los mismos de siempre, con el despilfarro y la corrupción que llevaron a la situación actual. Tal vez por eso mismo la falta de credibilidad en sus palabras, que no lograron detener las protestas, al menos de inmediato. Aunque tal vez hubo algo de prudente en los ofrecimientos de Dilma: Quizá no sea saludable negarle recursos públicos de plano a los vividores del presupuesto, cuando éstos están convencido de que tienen derecho a él. Su reacción podría ser más destructiva.
En creíble pensar que las movilizaciones podrían terminar pronto dada la gradual atomización de los grupos participantes y de sus agendas, hasta que posiblemente otro evento mediático los congregue, en un mes por ejemplo, con la llegada del Papa Francisco, para la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, si es que antes no se suspende la visita. Pero el daño en la economía brasileña ya estará hecho, adicional al causado por la dupla Lula-Dilma, sumándole incertidumbre a los inversionistas. Y claro, tal vez afectando los resultados de la venidera contienda presidencial, en donde todo podría suceder, empezando por el desplazamiento de Dilma por Lula como candidato presidencial, una eventual derrota del PT y su alianza, y hasta la aparición de un fenómeno cercano al chavismo, aprovechando el desprestigio partidista, porque al fin y al cabo, hace sólo quince días, ¿quién podía imaginar una ola de protestas como las que hubo, pasando de la Copa Confederaciones a la “Copa de las Manifestaciones”?
Finalmente, habrá que no subvalorar el impacto que las protestas y la situación económica de Brasil tendrán sobre Latinoamérica en su conjunto, tanto por sus fuertes relaciones comerciales con varios países latinoamericanos, como por el papel de referencia que Brasil ha venido adquiriendo en los últimos años para los inversionistas, a la hora decidir sus inversiones en la región. Pero quizá como en el caso de los “indignados”, sea tarde para el arrepentimiento de muchos gobiernos de la región, que obnubilados por el “modelo brasileño”, confiaron en el clientelismo y en el intervencionismo sin control como palancas para el desarrollo, olvidando que las democracias republicanas con reglas de mercados generan, a la larga y sosteniblemente, más posibilidades de prosperidad para todos.
Fuente: www.independent.typepad.com