domingo 11 de septiembre de 2011
CFK, Boudou, Giorgi, Robinson Crusoe y la balsa
Los miembros del gobierno razonan igual que Robinson Crusoe cuando hablan de proteccionismo.
La semana pasada Cristina Fernández reconoció que muchas veces se critica al Gobierno por la "dureza" con la que se aplican multiplicidad de licencias no automáticas de importación para cientos de productos industriales, y luego agregó: "Si es por la Argentina, vamos a seguir siendo duros. Si eso es ser duro, si es para lograr más trabajo en la Argentina, más producción en la Argentina, más piezas que se hagan en la Argentina, tenemos la obligación de hacerlo por los 40 millones de argentinos".
Por su parte, Boudou afirmó que "Cuando defendemos las fronteras de productos extranjeros, estamos defendiendo el trabajo de los argentinos", en tanto que Débora Giorgi dijo: "La exigencia del Gobierno para que las terminales automotrices produzcan sus vehículos con más piezas de origen nacional generó, por ejemplo, que Mercedes-Benz adelante la producción de su nuevo utilitario, que defina a la Argentina como plataforma exportadora de su nuevo motor diésel y que haya reiniciado, después de 20 años, la producción de camiones en el país”.
Si bien para el común de la gente estas declaraciones son música para sus oídos, no dejan de ser sofismas económicos de escaso rigor intelectual con mucho de discurso de barricada.
Cuando Boudou dice que frenar las importaciones implica defender el trabajo de los argentinos, parece desconocer el costo de oportunidad de semejante medida y, por otro lado, los tres, CFK, Boudou y Giorgi podrán argumentar que defienden el trabajo de los argentinos (lo cual es falso), pero lo que no pueden afirmar es que defienden el nivel de ingreso de los argentinos. Por el contrario, lo deterioran. La razón es muy sencilla: salvo que ellos puedan demostrar que cuando el gobierno limita la oferta de un determinado bien su precio no sube, es que podrán sostener que defienden el nivel de los argentinos. Es decir, salvo que puedan demostrar que no existe la ley de la oferta y la demanda, tendrán razón en su argumentación.
Pregunta elemental: si un productor local se ve beneficiado por restricciones a la competencia externa, ¿por qué causa va a invertir más para incrementar la oferta, si gracias al gobierno puede subir el precio y no invertir dado que no tiene competidores que lo fuercen a mejorar el precio y la calidad de los productos que ofrece? Por el contrario, ante la restricción artificial de la oferta, el productor local tiene todos los incentivos para bajar la calidad y dejar el precio estable o hacer doblete y bajar la calidad y subir el precio. ¿Ayuda esto a los 40 millones de argentinos como dice CFK o ayuda solo a unos pocos y perjudica a la inmensa mayoría? Es curioso que el kirchnerismo, que se dice progresista, establezca medidas económicas que benefician a unos pocos y perjudican a la mayoría de los consumidores. ¿Es ésta la inclusión social de la que tanto hablan?
Pero además de afectar el nivel de ingreso de la gente porque la restricción de la oferta de bienes genera caída del ingreso real, el argumento que usan de defender los puestos de trabajo es un sofisma.
Cuando leí estas declaraciones inmediatamente me acordé del cuento de Federico Bastiat (1801-1850) y su historia de Robinson Crusoe con la balsa.
Cuanta Bastiat que Crusoe estaba en la playa descansando cuando vio que la marea traía una gran madera que era igual a una balsa que él tenía en mente construir para salir a pescar. El primer impulso de Crusoe fue meterse en el mar para recoger la balsa. Pero ni bien se puso de pie pensó: “si yo tomo la balsa que me trae el mar no voy a tener que fabricar la balsa que tengo en mente. Si no fabrico la balsa no voy a tener que construir el hacha para cortar los árboles y obtener la madera, por lo tanto destruiré mi industria de herramientas (fabricar el hacha) y mi industria de la madera (cortar los árboles). Al destruir ambas industrias me quedaré desocupado y en la ruina. Si recojo la balsa que me trae el mar voy a quedar con mi industria arruinada y desocupado”. Luego de analizar el peligro que significaba para su economía esa balsa que le traía el mar a la orilla, decidió aplicar una dura medida proteccionista al más puro estilo Moreno en defensa de los puestos de trabajo nacionales, y no tuvo mejor idea que entrar al mar y tirar bien lejos la balsa que le traía el mar para que no llegara a la playa y de esta forma evitar que destruyera su industria y sus puestos de trabajo. La balsa que le traía el mar atentaba, según Crusoe, contra su bienestar económico.
Cuando CFK, Boudou y Giorgi se enorgullecen de frenar las importaciones razonan al más puro estilo Robinson Crusoe. Creen que entrando al mar y tirando bien lejos la balsa que les trae el mar salvarán sus puestos de trabajo.
Como decía antes, lo que Boudou, CFK y Giorgi no consideran es lo mismo que no consideró Robinson Crusoe en su rudimentario razonamiento: el costo de oportunidad.
Siguiendo con el razonamiento de Bastiat, Crusoe podría haber entrado al mar y quedarse con la balsa que le traía el mar. ¿Quedaba desocupado por no tener que fabricar la balsa? No, porque Crusoe podría haber dedicado el tiempo que iba a dedicar a fabricar el hacha, cortar la madera y fabricar la balsa en ampliar su choza, hacer una nueva red para pescar, tejerse más ropa o cualquier otra cosa que necesitara y no tuviera. En economía eso se llama reconversión productiva. Dejar de hacer algo en lo que uno ya no es eficiente y dedicar su trabajo en producir algo que sí es eficiente.
Argumentar que abrir la economía a los productos importados implica dejar gente desocupada es lo mismo que afirmar que la gente tiene plenamente satisfechas todas sus necesidades y que no necesita producir nada más. Y aún en el caso que eso fuera cierto, si el mar le regalaba la balsa a Robinson Crusoe y no tenía nada más que hacer para mejorar su calidad de vida porque todo lo que necesitaba lo tenía, siempre le quedaba la opción de descansar. En términos económicos significa producir más, con menos esfuerzo, acceder a más bienes y tener más tiempo para descansar. Incrementaba su productividad porque tenía un bien de capital a un costo muy bajo (la balsa), mejoraba su ingreso y disponía de más tiempo para el ocio creativo. Esto es mejorar la calidad de vida. Sin embargo para CFK, Boudou y Giorgi los argentinos mejoramos nuestra calidad de vida si tenemos que trabajar más horas, pagar más caros los productos y, encima, pagarlos más caros con peor calidad. Una forma muy curiosa de progresismo la que esgrime el kirchnerismo. Si las principales espadas del kirchnerismo razonan de esta manera, ¿cómo los trabajadores del subte no se van a quejar de tendinitis por cargar las tarjetas? ¡Les están dando un pase gol a los dirigentes sindicales del subte!
Es posible que este rudimentario razonamiento económico domine el pensamiento del kirchnerismo. No me sorprendería por las cosas que vienen haciendo en materia económica. Sin embargo hay algo que seguramente no dijeron y bajo el argumento de la defensa de los puestos de trabajo salieron con esto del proteccionismo. ¿Qué es lo que no dijeron? Que el saldo de balance comercial ya no les financia la feroz fuga de capitales y tienen que aumentar la diferencia entre exportaciones e importaciones para financiar la fuga de capitales y descomprimir al BCRA del lío cambiario en que está metido.
Seguramente nunca van a reconocer que la situación cambiaria es muy comprometida. Pero mientras tanto usarán el sofisma de la protección de los puestos de trabajo de los argentinos y, cual Robinson Crusoe, correrán al mar para tirar la balsa lo más lejos posible y perderse la oportunidad de acceder a más bienes a menor costo y destinar capital y trabajo en producir otros bienes y servicios que la gente está necesitando.
Salvo, claro está, que el INDEC nos diga que en Argentina no hay que producir nada más porque la gente está bien pipona de bienes y servicios al punto que no hay pobreza, siendo la villa 31 un fiel exponente de nuestra prosperidad dado que es es un complejo habitacional de última tecnología desarrollado por los mejores arquitectos del mundo al que solo puede acceder un selecto grupo de millonarios.