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jueves 22 de marzo de 2007

Chávez en la Argentina en acto anti-Bush

El gobierno nacional parece olvidar que las relaciones internacionales entre países no se sustentan en la mayor o menor simpatía de las personas que circunstancialmente gobiernan, sino en los intereses permanentes de los estados.

Pocas veces la realidad política se nos exhibe con la claridad con la que pudimos verla el viernes 9 de marzo.

En San Pablo, el presidente brasileño Lula celebraba con su par estadounidense George Bush un acuerdo estratégico destinado a promover el uso del etanol como combustible. Al mismo tiempo, en la cancha de Ferro, en Buenos Aires, con el auspicio del gobierno argentino, un dictadorzuelo caribeño dedicaba su oratoria barata a insultar al presidente de los Estados Unidos.

En un caso, la mirada puesta en el futuro, en las inversiones, en el crecimiento, en el trabajo, en la calidad de vida de generaciones de brasileños; en el otro, el resentimiento de un antinorteamericanismo adolescente y berreta.

A Kirchner lo entusiasma también la idea del biocombustible (y la Argentina produce maíz, soja y caña de azúcar, las materias primas de ese proyecto), pero no quiere aparecer junto a Bush en los momentos de su palpable decadencia política. Podría no hacerlo, aunque hay algunos temas como Chávez, Irán y la política de combustibles alternativos, entre otros, que serán políticas permanentes de Washington, gobiernen republicanos o demócratas. El respeto a la institución presidencial norteamericana es también una política permanente de cualquier partido en los Estados Unidos.

Bush no aterrizó en Brasil, en Uruguay ni en otros varios países latinoamericanos como un invasor que llega de la mano de los marines: fue invitado por los gobiernos de esos países. En consecuencia, fueron esos gobiernos –y los pueblos que representan– los principales agraviados por el patético espectáculo del papagayo venezolano y su sponsor Néstor Kirchner.

Poco importa la persona de Bush. Ya sabemos que no despierta –y no sin justos motivos– ninguna simpatía fuera de los Estados Unidos, y aun dentro de su país goza de una popularidad baja. Es un “pato rengo” más rengo que otros y su administración ha entrado en un inevitable ocaso. Sin embargo, las relaciones internacionales no se sustentan en la mayor o menor simpatía de las personas que circunstancialmente gobiernan, sino en los intereses permanentes de los estados.

Lo que ha distinguido a la Argentina de México y de Brasil es que, no amando ninguno de ellos al coloso del Norte, aceptan con realismo las convergencias que sirven a sus propios intereses, mientras nuestro país se sigue dando el gusto de despacharse retóricamente contra él para satisfacer su encono, sin medir fríamente dónde reside lo que alguna vez Alberdi llamó “la inteligencia de nuestros intereses”. Porque no se trata de amar u odiar a los Estados Unidos. Se trata de mantener con ellos relaciones maduras, de cooperación y de coordinación, no de subordinación.

Así lo ha entendido Tabaré Vázquez, el primer mandatario uruguayo, quien aparece en la región como uno de los exponentes de la izquierda moderada, que busca combinar las reglas del capitalismo y la democracia liberal con medidas de asistencia social e incidencia del Estado en la distribución del ingreso. Es que más allá de los sentimientos, los gobernantes deben ver los beneficios para el país que generan encuentros como los de la gira de Bush.

La única vez que la Argentina quiso estar con los Estados Unidos fue en la Guerra del Golfo de 1991 contra Saddam Hussein. Fue entonces cuando el canciller Guido Di Tella pronunció una frase tristemente célebre para la historia: “con los Estados Unidos nos unen relaciones carnales”. Hoy, parecería que este tipo de relaciones, abominables y obscenas, mantenemos, dócilmente, con Venezuela. De otro modo no se explica cómo un Jefe de Estado extranjero invita en territorio de otro Estado, “per se” y ante el silencio y mansedumbre del titular de este último, a otro presidente. Tal fue el caso del convite efectuado por Kirchner a Evo Morales.

La Argentina viene dando muestras de su notable desorientación en esa materia, quizás debido a la ignorancia de un presidente que se aferra a ser un simple caudillo provincial y todavía no se ha dado cuenta de que es el Jefe de Estado de un país.

La Argentina fue grande cuando se abrió al mundo y comenzó su decadencia cuando se aisló. Las señales que da este gobierno a la comunidad internacional son catastróficas.

En nada tendría que preocupar que nuestro país profundice sus lazos comerciales y de cooperación con Venezuela, nación con la cual la Argentina mantuvo siempre una excelente relación diplomática. Lo que genera inquietud y alarma es que el presidente Néstor Kirchner afiance una alianza política con el autoritario presidente Hugo Chávez, quien cada día se aleja más de las prácticas democráticas y republicanas.

Chávez podrá salvarnos de un apuro financiero (prestando a tasas más caras que la del denostado FMI), pero si aspiramos a ser una republiqueta inserta en el Protectorado Bolivariano, nuestro fracaso como nación está asegurado.

Lula, Tabaré, Bachelet y tantos otros ya lo saben. ¿Se dará cuenta alguna vez el patrón de estancia santacruceño? © www.economiaparatodos.com.ar

Jorge Enríquez es legislador porteño por el partido Juntos por Buenos Aires.

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