Cómo Argentina pasó de Keynes a Marx
Todo comenzó a finales de 2001 cuando los integrantes del Plan Fénix, un distinguido grupo de académicos de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires pidieron que el estado promoviera la reactivación del país en tiempos en que la Argentina atravesaba la peor crisis económica de su historia.Sin embargo, agobiado por la deuda, un déficit creciente y una economía en recesión, muy difícilmente podía el estado argentino hacer algo relevante. Además, el gobierno tenía otra traba: la convertibilidad. El Banco Central tenía las manos atadas porque, por ley, debía mantener un tipo de cambio fijo con el dólar estadounidense.
Ergo, los autores del Plan Fénix demandaron que regresara la “soberanía monetaria” y, con ella, se terminaran las restricciones para que el gobierno pudiera ponerse a gastar de nuevo. Después de todo, así es como se sale de las recesiones, ¿verdad? Como explica Paul Krugman:
“¿Por qué el paro es tan elevado y la producción económica tan baja? Porque nosotros —y donde pone ‘nosotros’ hay que entender consumidores, empresarios y gobiernos en su conjunto— no estamos gastando lo suficiente”.1
Y así fue que, a partir del año 2002, el estado devaluó su moneda y recuperó su control sobre las máquinas de imprimir billetes. De la convertibilidad pasamos a un sistema de “flotación administrada” o, lo que es lo mismo, un sistema en el que los “expertos” del banco central mantienen un “tipo de cambio competitivo” para proteger los productos nacionales de la competencia extranjera.
He ahí todo el secreto de la maravillosa recuperación argentina. Un gobierno listo para imprimir billetes que mantengan el tipo de cambio alto y, al mismo tiempo, inunden la economía de nueva “demanda agregada” para que todos vuelvan a tener empleo.
Que la destrucción del PBI per cápita tardara 6 años en recuperarse luego de la devaluación fue un daño colateral aceptable en nombre de la soberanía monetaria y el estado promotor.
La consecuencia en los precios
Ahora bien, la intervención gubernamental en el mercado cambiario parecía algo menor, nada más que una estrategia técnica para recuperar competitividad y reactivar el “consumo interno”. Sin embargo, la misma comenzó a tener sus consecuencias. Luego de años de haber permanecido en torno al 0% gracias a la convertibilidad, el índice de precios al consumidor (IPC) comenzó a despertarse.
Hacia el año 2010 (y tal vez para Joseph Stiglitz esto todavía no sea mucho2) el índice de precios ya había superado el 10% anual. ¿Qué hizo el gobierno que, gracias a las ideas de Keynes resucitadas por el Plan Fénix, tenía que ser el promotor de la reactivación? Decidió esconderla. Su razonamiento fue que si los especuladores veían que el IPC no variaba, entonces no subirían sus precios y, por tanto, la inflación se detendría.
La consecuencia fue un desdoblamiento total en las estadísticas de precios y en la actualidad las consultoras privadas estiman una inflación en torno al 25% mientras que el gobierno insiste en que es del 9%.
Pero esto no terminó ahí. El gobierno, convencido de que los “espíritus animales” guían a los agentes del mercado en contra del bienestar social, terminó por multar a las consultoras privadas que publicaban sus propios índices de inflación. Un acto que, como mínimo, constituye un atentado contra la libertad de expresión.
El dólar
Lo que la suba del índice de precios al consumidor refleja es la variación al alza, a diversos ritmos, de todos los bienes y servicios de la economía. El dólar, uno más de ellos y refugio por excelencia del ahorrista argentino, no podía ser la excepción. Fue así que el Banco Central tuvo que pasarse de bando y, luego de comprar dólares para elevar el tipo de cambio, pasó a venderlos para seguir negando la inflación.
Sin embargo, con una aumento del IPC acumulado del 309% entre enero del 2003 y julio de 2012, un dólar que solo había aumentado un 42% aparecía como una mercadería demasiado barata para no comprarla. El Banco Central, entonces, había subvalorado el dólar y ahora era muy difícil que pudiera hacer frente a toda la demanda.
Para clarificar el asunto. Imaginemos que en mi negocio, para fabricar un bien que a mi clientela le encanta, necesito un recurso del cual solo cuento con un stock limitado. ¿Qué pasará con el recurso cuando todos vengan a comprar mi producto al mismo tiempo? Una de dos, o tendré que aumentar de precio el bien o me quedaré sin stock.
Lo mismo le sucede al Banco Central, o admite que el tipo de cambio está “atrasado” o se queda sin reservas.
Sin embargo, los Kirchner se tomaron muy en serio lo de combatir los “espíritus animales” y han optado por una tercera alternativa. Regular la venta de dólares mediante todo tipo de controles.
Al principio se trataba de una mera fiscalización impositiva. En teoría, si se estaba al día con los impuestos, no habría ningún problema en vender los dólares que se solicitaban. En la práctica, sin embargo, nadie podía comprar. Pero no fue solo eso, luego de esta traba apareció una nueva, ya que si uno necesita divisas para viajar al exterior, ahora debe solicitar permiso a la AFIP (Administración Federal de Ingresos Públicos, entre recaudador de impuestos de Argentina) y esta exige llenar un formulario donde se explicite dónde se va a ir, por cuánto tiempo, en dónde se va a hospedar el viajero y demás cuestiones privadas para que, finalmente, sea el burócrata de turno el que le conceda a uno la cantidad de dólares que él considere será suficiente para pasar su estadía.
La consecuencia más inmediata de toda esta maraña de controles, por supuesto, ha sido la aparición de un mercado paralelo del dólar que ya acumula un avance del 33,4% en lo que va del año y que supera al dólar oficial en un 35,4%. Sin embargo, la AFIP —devenida en brazo armado de la política monetaria— realizó la última semana varios operativos donde algunos cambistas incluso fueron llevados detenidos.
La gran preocupación es que si el control de este mercado que, por ahora, sirve como vía de escape para quienes buscan comprar dólares (para ahorrar, viajar, comprar productos importados, etc.), llega a tener éxito, entonces la centralización será total y en la medida que el gobierno continúe con su política inflacionista, cerrará la posibilidad de comprar divisas para evitarse la vergüenza de ver como los futuros billetes con el rostro de Eva Perón pierden valor semanalmente frente a los de Benjamin Franklin.
De Keynes a Marx
Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek ya nos habían advertido de que incluso la mínima intervención en el mercado tenía el riesgo de llevar a una intervención nueva que, a su vez, daría lugar a otra y así sucesivamente hasta un eventual control total.
Este parece ser el camino que eligió la Argentina, porque no se trata solo del dólar. En la década kirchnerista se han nacionalizado numerosas empresas, se han expropiado los fondos ahorrados de los jubilados, se intervino el mercado energético, se intervienen los servicios públicos y, como si esto fuera poco, la última semana se determinó la intervención total del mercado eléctrico con control de costos y precios incluido.
En unos pocos años, Argentina pasó de la recuperación de la soberanía monetaria y la estimulación de la demanda agregada al control, el acoso, y la progresiva anulación de la actividad del mercado.
De esta forma, en pocas palabras, Argentina pasó de Keynes a Marx. Ojalá nadie siga nuestro ejemplo.
Referencias:
1. Krugman, Paul. Acabemos ya con la crisis. Junio, 2012. Editorial Crítica, Barcelona.
2. Stiglitz, Joseph. “La inflación solo si es muy alta puede afectar el crecimiento” El Cronista. 14 de agosto de 2012.
Fuente: El Cato