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jueves 19 de agosto de 2004

“Cómo suprimir la competencia y subir los precios”, por Frederic Bastiat

Ahora que el populismo y el proteccionismo están floreciendo en América Latina y particularmente en la Argentina, sería bueno que la gente, ante cada medida que anuncia el gobierno ser preguntara: ¿a cambio de qué? Porque los populistas suelen “vender” medidas que supuestamente benefician a la población pero jamás describen el proceso económico completo, porque si así lo hicieran, quedaría en evidencia que alguien paga el costo de determinada medida y que, el beneficiario, normalmente, no está haciendo otra cosa que recurrir al robo legalizado. Si nuestros legisladores y miembros del Poder Ejecutivo se tomaran el trabajo de leer este artículo de Bastiat y si además tuvieran honestidad intelectual, se darían cuenta que el proteccionismo no multiplica los panes. Simplemente los distribuye y, además, los distribuye en forma arbitraria.

Ésta es la historia del dueño de una mina de hierro en Francia (en 1847) y su reacción a la competencia que tenía por parte de los mineros belgas.

Los belgas podían producir y vender su hierro en Francia a menor costo que el producido por los propios mineros franceses. Este hecho se reflejaba en el mercado francés en el precio de venta más bajo del hierro belga que el producido localmente.

Naturalmente, en estas circunstancias, los franceses compraban la mayor parte de su hierro a los productores belgas, en vez de comprarlo a los productores locales. Esta situación disgustaba enormemente a los mineros franceses, por lo que el dueño de la mina de que hablamos al principio de nuestra historia, decidió hacer algo al respecto.

Al principio, consideró seriamente la posibilidad de suprimir personalmente este comercio indeseable. Pensó en tomar su pistola, ir hacia la frontera y matar a los fabricantes de clavos, a los cerrajeros y a todos los usuarios del hierro belga, por considerar que estaban ayudando a sus competidores. ¡Esto les daría una lección!

Pero, desgraciadamente, existía la posibilidad de que a los compradores de hierro belga no les gustaría la idea de dejarse matar y podrían, a su vez, matarlo a él. Adicionalmente, sabía que hubiera tenido que contratar gente para vigilar toda la frontera, si quería que su plan fuera efectivo, lo cual le costaría más dinero del que podía disponer. Así, pues, nuestro héroe estaba a punto de conformarse con esta competencia libre, cuando vino a su mente una brillante idea. Se recordó que en París existía una gran fábrica encargada únicamente de producir leyes.

Él sabía que todos los franceses estaban obligados a obedecer estas leyes, no importando, inclusive, que fueras malas. Así, pues, todo lo que nuestro héroe necesitaba era que esta gran fábrica sacara una ley simple y pequeña “prohibiendo usar hierro belga”.

De esta manera, en vez de tener que cuidar toda la frontera con gente pagada por él, el gobierno mandaría 20.000 guardias, probablemente escogidos entre los hijos de cerrajeros y de fabricantes de maquinaria que estaban manteniendo este indeseable comercio con Bélgica y, lo mejor de todo esto, es que los mineros franceses ni siquiera tendrían que pagar el sueldo de estos guardias, pues ese dinero sería tomado del pueblo francés, en general, mucho de el de los propios compradores de hierro belga. En esta forma, nuestro héroe podría vender su hierro al precio que considerara conveniente.

Ya con este plan tan ingenioso, nuestro dueño de la mina se dirigió a la gran fábrica de leyes en París y les expuso el siguiente argumento: “El hierro belga se vende en Francia a 10 francos las 100 libras. Esta situación me obliga a vender mi hierro a este mismo precio, el cual considero bajo, pues prefiero venderlo a 15 frascos. Ahora bien, si ustedes fabrican una ley prohibiendo el ingreso de hierro belga en Francia, se obtendrían los siguientes maravillosos resultados. Por cada 100 libras de hierro que yo venda, obtendré 15 francos, en vez de 10. Como resultado de este beneficio, podré eventualmente aumentar mi negocio y emplear más trabajadores. Mis trabajadores y yo tendremos más dinero para gastar; esto ayudará a todos los comerciantes de nuestra comunidad. Los comerciantes, a su vez, podrán adquirir mayor cantidad de bienes de sus proveedores en toda Francia. Estos proveedores tendrán entonces que expanden sus actividades y, por consiguiente, contratar más trabajadores. En esta forma, el aumento de trabajo y la prosperidad invadirá toda Francia. Todo este magnífico resultado se obtendrá con la simple emisión de esa ley que me permitirá ganar cinco francos adicionales”.

Los productores de leyes de la fábrica de leyes estaban encantados de la lógica de nuestro héroe, por lo que procedieron de inmediato a producir la ley solicitada, agregando la siguiente observación: ¿Por qué hablar de economizar o de trabajar intensamente? ¿Por qué usar estos sistemas desagradables para aumentar nuestra riqueza nacional cuando, por medio de una simple ley, podemos obtener los mismos resultados?

Ahora bien, debemos de hacer cierta justicia a los argumentos de nuestro héroe que propone una ley por medio de la cual se aumentarían los empleos. Su razonamiento no es del todo falso; más que todo, es incompleto, pues, al pedir al gobierno el privilegio indicado anteriormente, con mucha astucia, ha hecho hincapié en ciertos resultados que “pueden verse”, ignorando por completo los efectos que a simple vista no pueden apreciarse.

Si bien es cierto que los cinco francos extra que entran en la bolsa de nuestro héroe estimulan la economía en la forma que él lo ha planeado, él cuidadosamente no ha explicado que estos cinco francos no vinieron de la luna, sino del bolsillo de algún ciudadano francés que ahora deberá pagar quince francos por algo que antes, con el régimen de economía libre, le costaba solamente diez francos. Mientras nuestro héroe industrial, gozando de su protección, puede usar sus cinco francos para fomentar la industria nacional, el simple ciudadano francés también lo hubiera podido usar para el mismo fin, si lo hubieran dejado en la libertad de hacerlo. Podría haber usado sus cinco francos para comprar un libro, un par de zapatos, o cualquier otro artículo o servicio que hubiera querido. En todo caso, la industria nacional en general se hubiera estimulado en los mismos cinco francos.

El resultado de la nueva ley ha sido el siguiente: la industria protegida obtiene mayores ganancias, condición a la cual justamente no tiene derecho. Una cantidad de ciudadanos franceses ha sido timado y privado de cinco francos por el gobierno y, por lo tanto, ya no podrá adquirir artículos o servicios que hubiera comprado con ellos. Un pequeño sector de la economía nacional se ha beneficiado a expensas de los consumidores. Cierto es que, por el aumento artificial del precio, se han creado nuevos empleos en la industria protegida, pero lo que no se ve a simple vista es que el dinero extra que se está gastando en hierro debe necesariamente reducir las compras de otros productos y servicios y, por lo tanto, reducir los empleos en otro tipo de industria.

Y probablemente lo peor de todo es que, con este tipo de leyes, se tiende a fomentar el criterio de que el robo es moral, siempre que sea legal.

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Don Quijote.
Cervantes.



El artículo fue extraído del Centro de Estudios Económico-Sociales de Guatemala (CEES – www.cees.org.gt)




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