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jueves 24 de agosto de 2006

Competencias básicas (II)

La escuela se preocupa por transmitir contenidos pero no pone el foco en el desarrollo de habilidades de suma importancia, como el trabajo en equipo, la habilidad para resolver problemas reales o una comunicación interpersonal eficaz.

Muchos medios locales han comentado los resultados de una investigación realizada en los Estados Unidos de Norteamérica sobre cultura general, en la que se informa que, por ejemplo, son más los americanos que conocen el nombre de dos de los siete enanitos de Blanca Nieves que quienes pueden nombrar a dos miembros de la Suprema Corte, o que hay un mayor número que reconoce una foto de Harry Potter que aquellos que identifican la de Tony Blair.

Que la cultura general es importante es un hecho: nos permite entablar relaciones con mayor número de personas, tener temas comunes de conversación, entender mejor la realidad sociopolítica que nos rodea y tener un esquema intelectual más amplio que, a su vez, nos permite aprender más y más rápido. Pero a un ingeniero de la NASA, un operador de Wall Street, un taxista de Nueva York o a un plomero de Chicago no le cambia en absoluto su trabajo saber o desconocer quién fue el duodécimo presidente de su país.

Pero sí es importante para cualquiera no contar con algunas competencias básicas que hoy son exigidas en cualquier empleo, tales como tener iniciativa, capacidad de trabajo en equipo, habilidad para resolver problemas y una comunicación interpersonal eficaz o estar orientado a trabajar en función de procesos o resultados.

Todos tenemos claro que en la escuela han puesto el énfasis en los miembros de la Suprema Corte, y no en los enanos de Blanca Nieves, o en Tony Blair más que en Harry Potter, pero ¿cuándo se han preocupado por que adquiriéramos las capacidades elementales que se citan en el párrafo anterior?

Normalmente, en la escuela está mal visto tener iniciativa: mejor hacer las cosas como siempre se han hecho (y no me refiero exclusivamente a los alumnos, sino también a los docentes).

En los trabajos escolares “en equipo” generalmente trabajan unos pocos, para que el equipo no obtenga una mala calificación. Así, los “vagos” reciben lo que no merecen: eso no tiene nada que ver con aprovechar las mejores capacidades de cada uno de los miembros de un equipo. Lamentablemente, este esquema también suele repetirse en el ámbito de la universidad.

Pocas veces (o ninguna) nos plantean en la escuela problemas para resolver distintos de los que aparecen en los textos de matemáticas, física o química. Salvo raras excepciones, jamás nos enfrentan con problemas reales, que precisamente es la manera de aprender a resolverlos. Aún recuerdo la cara de susto que pusieron los alumnos de quinto año de secundaria una vez que se trabó la puerta y yo dije que no iba a hacer nada por resolverlo, que se arreglaran ellos o nos quedábamos a vivir dentro del aula. (Por supuesto, luego de varios ensayos y errores lograron superar el inconveniente.)

Ya casi no se dan lecciones orales y en los escritos es importante el “contenido” y no la “forma”, con lo cual la “comunicación interpersonal” ya no es una prioridad.

Tampoco parecen importar los procesos o resultados, sino “zafar”, es decir, pasar no importa cómo.

Si pretendemos que nuestros jóvenes adquieran las competencias básicas que las empresas necesitan, tendremos que pensar más seriamente en “qué” y “cómo” enseñamos en el sistema educativo formal. © www.economiaparatodos.com.ar

Federico Johansen es licenciado en Ciencias de la Educación (UBA) y miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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