Con la cabeza gacha y haciendo buena letra
En la última semana de enero el gobierno se asomó al precipicio —generado por su propio desmanejo económico— y retrocedió espantado. Fue entonces cuando apareció un burócrata de gran nivel, experimentado en los tejes y manejes del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, que tomó la sartén por el mango. Con el visto bueno de la presidente, devaluó 25 % el peso y subió las tasas de interés. Esto contra la opinión —teórica, al menos— del titular de la cartera, Axel Kicillof, quien debió llamarse a silencio. Por una vez Cristina Fernández no le había dado la derecha. Prefirió hacer, de la necesidad, virtud y ceder ante Fábrega aunque ello implicase despellejar el relato populista sin piedad. El precio que pagó, contrastado con el beneficio obtenido, valió la pena: traicionó el discurso y salvó su gobierno.
Desde ese momento y hasta pocos días atrás hubo una legión de entendidos que pronosticó calma por espacio de seis meses y luego, pasada la liquidación de los dólares de la soja y finalizado el Mundial de fútbol, esos mismos vaticinios coincidían en anticipar problemas si la administración kirchnerista no se animaba con el gasto público.
Cuanto sucedió la semana pasada puso de manifiesto que el escenario bien puede ser otro y que las dificultades esperadas para agosto y septiembre, agazapadas como están, darán el presente en cualquier momento. El rescate de principios de año —por si quedaban dudas— resultó de emergencia. Cumplió con el propósito de serenar las aguas, tranquilizar al mercado y ganar tiempo. Pero hizo las veces de una cirugía menor. Falta, ahora, la mayor. El gobierno devaluó, recortó subsidios, dio marcha atrás y le pagó a Repsol, además de subir las tasas. En una palabra, salvó de manera más o menos correcta el primer parcial. Claro que todavía no se sentó a rendir la prueba final; ésa que, de resultar aplazado, lo devolvería al desfiladero que lo horrorizó el 23 de enero.
La Argentina —aunque les disguste admitirlo a Cristina Fernández y a Axel Kicillof— requiere, urgentemente, un salvataje financiero. Al final de la Década Ganada la caja de los dólares se halla casi vacía, y si los diez mil millones verdes que se necesitan le siguiesen siendo esquivos al gobierno, la presidente se hallaría en serios problemas mucho antes de lo que se pensó. ¿Qué hacer, pues? —Negociar la regularización de la deuda con el Club de París y, tarde o temprano, aceptar el monitoreo del Fondo Monetario. Así de claro.
Comienzan para el kirchnerismo tres semanas decisivas porque a las reuniones que mantendrá el ministro de Economía en la capital francesa, es menester agregarle la decisión que adoptará la Corte Suprema de los Estados Unidos el próximo 12 de junio. Ese día definirá si acepta o no revisar el fallo que obliga a la Argentina a pagar la deuda a valor nominal a los fondos Aurelius y NML Capital, entre otros, merced a la ya célebre cláusula pari passu —tratamiento igualitario— de sus títulos en estado de default. Si acaso el máximo tribunal estadounidense rechazara tomar el caso y ratificar la sentencia de la Corte de Apelaciones de Nueva York, dejaría a nuestro país en default técnico, con la perentoria obligación de negociar su deuda pública externa.
Antes de terminar mayo el Club de París podría aceptar un pago inicial de U$ 1000 MM. El obstáculo que se interpone para sellar el acuerdo es la tozudez de Cristina Fernández de recusar la auditoría del FMI. ¿Se puede firmar un documento con el citado Club y, al mismo tiempo, rechazar de pleno al Fondo? En teoría la respuesta es no. A su vez, el 6 de junio el organismo de crédito internacional deberá pasar revista a las estadísticas del INDEC y emitir una resolución al respecto. Como es fácil apreciar, todo está relacionado con todo y, en el mejor de los casos, el proceso de negociación llevará meses.
Lo que quedó al descubierto es la endeblez del salvataje pergeñado por Fábrega. No porque importara un sinsentido sino en razón de su duración —fue pensado para el corto plazo— y de la reacción que, frente al éxito inicial, tuvo el núcleo duro del kirchnerismo. Como Kicillof y su equipo aceptaron la receta del ajuste a regañadientes, nunca pensaron en completar el trabajo iniciado en enero. Para ellos la devaluación y el incremento del costo del dinero resultaron medidas insoportables. Por lo tanto, cuando pararon el drenaje de divisas y le permitieron al gobierno reacomodarse, creyeron que habían salvado la ropa. Craso error. Volvieron al casillero de largada y dependen, ahora, de la buena voluntad —es una forma de decirlo— del Club de París, del FMI y de la Corte Suprema norteamericana.
Si alguien supone que en el escenario más benigno nos lloverán dólares en un abrir y cerrar de ojos y ello será el fin de las tribulaciones de Kicillof, se equivoca de medio a medio. Como quedó dicho, los acuerdos —supuesto se consoliden— demandarán tiempo. Pero, aparte de ello, la eventual entrada de ese auxilio no resolverá los problemas de fondo de la economía argentina. Serán una suerte de segundo salvataje —eso sí, de mayor envergadura y duración— que le permitirán al kirchnerismo completar 2014 sin sobresaltos mayores. Nada más.
Como hoy el único norte de los K —y, si se quiere, la única estrategia que han desenvuelto para este final de ciclo— se reduce y resume en el afán de terminar el mandato para la que fue electa Cristina Fernández, la probabilidad de que se sienten a hacer los deberes en serio y acepten —acumulando arcadas— la supervisión del FMI, es alta. Si pudiesen seguir jugando a las escondidas, lo harían sin pensarlo dos veces. Pero sucede que la situación ha cambiado drásticamente. Durante diez años, primero Néstor Kirchner y después su mujer, se cansaron de repetir que el país nunca más aceptaría el tutelaje del Fondo. Era relativamente sencillo enarbolar la tesis y poner cara de malos, porque no era necesario endeudarse en los mercados internacionales. La diosa Soja pagaba los desbarajustes que se iban acumulando. Bien distinto luce el panorama ahora cuando la alternativa es: o se consiguen dólares frescos o acortamos distancias con el infierno tan temido.
Comparado con lo que estará en juego en la Ciudad Luz y en Nueva York hasta el 12 de junio, la comedia de enredos de la diplomacia vaticana en torno de la carta del Papa a la presidente, con motivo del 25 de Mayo; el desopilante documento de los intelectuales de Carta Abierta, enderezado contra Scioli con base en una prosa que mueve a risa por lo insubstancial y presuntuosa; el discurso seguido de baile de Cristina Fernández el último domingo; la decisión de UNEN de postergar cualquier paso adelante con Mauricio Macri hasta el segundo trimestre de 2015; las paritarias que siguen su curso y amenazan con darle un nuevo dolor de cabeza a las autoridades económicas; las pruebas crecientes contra Amado Boudou en la causa Ciccone; los fallos judiciales en perjuicio del gobierno que se siguen, unos a otros, sin solución de continuidad; la fuerte caída en la venta de autos 0 km; las especulaciones en torno a nuestro seleccionado de fútbol y sus posibilidades de ganar el Mundial de Brasil; las dos copas que obtuvo River en apenas siete días y los datos aportados por Jorge Lanata respecto del otro empresario K —fuera de Lázaro Báez— cuyo enriquecimiento en estos diez años ha sido escandaloso, son poca cosa. Hasta la próxima semana.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc.