Conjeturas sin refutaciones
Asoman en el entorno oficialista una casta de intelectuales que cegados por la obsecuencia y el fanatismo no miden consecuencias a la hora de cometer disparates. La negación de un Premio Nobel no es un dato menor cuando lo que está en juego es la mismísima libertad de expresión.En una semana de oratorias y operativos proselitistas ambiguos, todas las especulaciones posibles se dieron cita en la mente de aquellos argentinos interesados aún en lo político. Desde la indignación que provoca observar la obsecuencia grotesca de un supuesto intelectual al frente de la Biblioteca Nacional, donde se supone la democracia se manifiesta en su máxima potencia: ¿o acaso en los anaqueles no conviven desde Proudhon, Mises y Marx?. Al menos así debería ser esa especie de paraíso que Borges imaginara desde su clarividente ceguera; hasta la estrategia burda de plantear una eternidad vedada a los humanos desde el vamos, y para la cual es menester volver a vaciar la letra preclara de la Constitución Nacional, posiblemente el libro más olvidado… Lo cierto es que en menos de 48 horas los dislates más grandes se sucedieron como las posteriores e inexorables disculpas forzadas en apariencia desde la mismísima presidencia. Aunque en este aspecto caben varias dudas y es inevitable hacerse la siguiente pregunta: ¿no hay detrás una táctica para que Cristina Fernández asome como la “voz” de la coherencia, y que ciertos “analistas” crean – por enésima vez – que está haciendo un giro al centro, a la derecha o al menos a la aceptación de la pluralidad de ideas? Nunca la presidente dio marcha atrás y hasta resulta una obviedad el saber que nadie emite un vocablo sin autorización previa. Como fuera, los perdones no llegaron por ningún “darse cuenta” de la inteligencia sino por la evidencia del despotismo, que en época electoral debe intentar socavarse para que el miedo se equilibre de sutil manera. Porque un poco de temor en la ciudadanía es necesario: agitar la desconfianza al cambio es para el oficialismo una buena bandera; pero de ahí a la abierta manifestación de la censura y la negación de las diferencias puede espantar hasta a quienes se obnubilan en la mediocridad de no esperar mejoría pues lo malo conocido es preferible al riesgo de un nuevo director de orquesta. La inefable carta cuestionando la presencia de Mario Vargas Llosa en la próxima Feria del Libro, y la liviandad extrema de agitar las consignas de una reelección eterna son dos hitos que no debieran pasar desapercibidos. Que determinados sucesos desaparezcan como castillos de naipes, vaya y pase, pero hay otra categoría de acontecimientos que tienen un encuadre distinto por el sólo hecho de marcar diferencias abismales con un sistema democrático de gobierno. Si alguna de estas dos insensateces hubiesen prosperado más allá de los rumores y las mentes trasnochadas de quienes están aterrados por las consecuencias que les esperan si deben dejar los cargos que ostentan, lo mejor sería clamar por la anulación definitiva de la elección presidencial y asumir que la tiranía es la realidad. Un engaño menos y ahorro de saliva hasta para un jefe de gabinete capaz de negar a la madre o a su propia hija… Ante estos sucesos que tristemente también olvidaremos, todo lo demás vivido en la semana que pasó es anecdótico y no admite demasiado análisis, al menos no, si se pretende ser serio. ¿Qué podía esperarse del discurso de la presidente al inaugurar las sesiones parlamentarias? ¿Cuándo Cristina Kirchner se refirió al futuro si ha estancado al país en un eterno presente indefinido? ¿Qué cifras certeras puede otorgar quién avala la falsificación de datos del ente que hasta su irrupción en el escenario, siempre se ocupo de ofrecer índices en lugar de dibujos animados? ¿La oposición que no otorga hasta ahora alternativa concreta iba a declarar que quedaron satisfechos con la oratoria oficialista? Todo el circo del 1ro de marzo de este año admite, sin ir más lejos, el mismo análisis que el del año pasado. ¿Para qué perder el tiempo en nimiedades? Aquellos interesados en ello pueden ir directamente al archivo de cualquier diario: http://www.lanacion.com.ar/1238873-gritos-reclamos-y-algo-de-confusion ¿Cuáles son los cambios? Sólo la ausencia de Néstor Kirchner marca algunas sutiles diferencias: la improvisación, la mesa chica donde no cabe siquiera el recuerdo de Perón, y soberbia de creer que se puede ser “joven idealista” cuando los bolsillos se han llenado con exceso de materia anulan desde el vamos la puesta en escena… El resto apenas si son una suerte de apuestas: ninguna encuesta que se tilde de seria puede ofrecer hoy un escenario concreto con miras a octubre, ni acercarse siquiera en los resultados. Decía Quevedo: “puede medirse el cielo y el universo pero jamás la mente humana”. Hay mucho de cierto y si además se trata de la Argentina, la tarea es inútil y abyecta. La volatilidad de la sociedad no es novedad. En ese sentido es justo reconocer que la jefe de Estado está hecha a imagen y semejanza de buena parte de la ciudadanía: más interesada en el futuro del ombligo propio que en el bienestar general. Así como ella desdeña los temas más acuciantes (inflación, inseguridad), el pueblo desprecia la noción de comunidad. En el voto ha de contar muchísimo más el desmesurado “yo”; consecuencia directa de una individualidad que conlleva tufillo a mansedumbre de ovejas. Ahora bien, si acaso hay un tema que no debiera quedar ni en la nada ni en la náusea sartreana siquiera, es la desproporción de una casta de intelectuales cuya redención pidió tantas veces Karl Popper: no por obsesión sino por su propia experiencia basada en la prueba, el ensayo y el error. El pensador -que en su juventud se confesara socialista- supo ver que solamente en la abierta confrontación de ideas podía enmendarse el error de tantos intelectuales que llevaron a grandes catástrofes. “Los asesinatos en masa en nombre de una única idea, de una doctrina cerrada, una teoría o una religión fanática fueron invención nuestra, de los intelectuales (seres humanos interesados en las ideas, en especial los que leen y escriben)”. Confrontándose a sí mismo entendió los engaños de una ideología que sólo igualaba hacia abajo en la miseria. En una conferencia dictada en Tubingen puso énfasis en un concepto que hoy debería rescatarse como oxígeno: tolerancia. “Debemos aprender todavía la lección de que la honestidad intelectual es fundamental, de lo contrario se perpetuaran los vicios a los que son propensos aparentes intelectuales: arrogancia, autosatisfacción rayana en el dogmatismo, vanidad. Si no se preguntan por la certeza de sus creencias no hay salida ética ni verdad” Sin embargo, la actitud autocrítica popperiana – aquí y ahora – sigue brillando por su ausencia. La intolerancia sostenida en las tesis relativistas de las que muchos se han nutrido, es la causa de excesivos males. Salir de ellos implica tomar el camino del “pluralismo crítico”. Esto es, “la posición según la cual debe permitirse la competencia de todas las teorías – cuantas más, mejor –en aras de la búsqueda de la verdad”. Lo vivido la semana que pasó en la Argentina pone, lamentablemente de manifiesto que la redención del intelectual y el camino hacia un mundo mejor, son aún un sofisma, un sueño. Conjetura sin refutación.