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jueves 31 de agosto de 2006

¿Contemporáneos de un cambio?

Si el llamado a la “pluralidad” lanzado por el presidente logra conformar un escenario político en el que se aglutinen claramente dos polos –uno de centroizquierda y otro de centroderecha–, la Argentina comenzará a parecerse más a los países en donde sus ciudadanos conviven en armonía social.

La sociología nos dice que los contemporáneos de un cambio histórico no tienen conciencia de que éste está sucediendo mientras sus vidas acontecen. Muchos aseguran que, el 14 de julio de 1789, el rey Luis XIV escribió “rien” (nada) en su diario personal como resumen de lo que había sucedido aquel día.

Pero vistos con la retrospectiva de la Historia, los cambios pueden ubicarse con una exactitud temporal bastante precisa, aun cuando sean la resultante de un proceso cronológico más largo.

La Argentina funciona, en lo político, de modo diferente al resto del mundo civilizado. En la enorme mayoría de los países, las ideas de la sociedad aparecen divididas en dos grandes tendencias, representadas, a su vez, por dos grandes partidos políticos. Aquella parte de la sociedad que cree en un papel más activo del Estado encontrará su representación política en partidos de inclinación socialdemócrata o de centroizquierda que apelarán a políticas de tipo activo para motorizar programas de gobierno. La otra parte de la sociedad que esté más inclinada a la iniciativa individual, a la creencia de que es el individuo y su afán de progreso lo que eleva el nivel de vida de todos, encontrará su representación en partidos liberales o de centroderecha que, apostando a la inversión, a la baja de impuestos y a la competencia, tratarán de convencer a la mayoría de que ése es el camino más corto hacia el éxito.

Otra de las características de estos países es que la sociedad aparece dividida, en cuanto a estas creencias, prácticamente por mitades, quedando el poder de decisión para torcer las elecciones en una minoría ecléctica que alterna entre una postura y otra.

En este sentido, no hay diferencias entre países desarrollados y subdesarrollados. Así, estas inclinaciones se hayan representadas por el Partido Demócrata y el Partido Republicano en los EE.UU., por los Blancos y los Colorados en Uruguay, por la Concertación Chilena y los partidos liberales de ese país, por el Partido Socialista Oobrero Español y el Partido Popular en España o por el Partido Socialista Francés y la Unión por la República Francesa.

En la Argentina, la irrupción del peronismo destruyó este esquema. Como un magma que todo lo invade, el peronismo ha teñido todas las ideas y en su “movimiento” ha absorbido todas las posturas. En él han podido convivir Menem y Vaca Narvaja, Romero y Kirchner, López Rega y Bonasso, Redrado y Guillermo Moreno. Esto ha confundido enormemente a la sociedad. Nadie distingue las dos filosofías clásicas de las democracias occidentales: la inclinación a la distribución de la riqueza (centroizquierda) y la inclinación a su generación (centroderecha).

La propuesta a la llamada “pluralidad” del gobierno del presidente Kirchner puede constituirse en un camino alternativo para terminar, de paso, con tamaña confusión. Si el llamado termina por destruir a la Unión Cívica Radical (UCR) clásica y lleva bajo el ala de Kirchner a los llamados “radicales K”, podría pensarse que allí se gestaría un embrión de partido de centroizquierda más o menos parecido a los del resto del mundo.

En el otro sentido, la oposición, hoy dispersa en mil personajes diferentes (Macri, López Murphy, Sobisch, Lavagna, Romero y otros ex seguidores de Carlos Menem), podría conformar un polo más cercano a las ideas que, en los demás países, tienden a liberar a la sociedad de trabas para lanzarla a la aventura de la creación de riqueza.

Está claro que el prerrequisito ineludible de este esquema es que ambos sectores depongan la idea de creer que los que opinan diferentes no son argentinos o son menos argentinos que ellos. Este estigma –claramente percibible hoy en muchas reacciones del presidente y sus allegados– infecta cualquier posibilidad de vida civilizada y sentencia cualquier intento de acomodamiento de las ideas sociales. Mientras haya personajes que endilguen o insinúen que otros no son argentinos por pensar como piensan, ninguna concordia será posible.

Quizás no tengamos noción de que un cambio de esta naturaleza sea posible. Mucho menos de que pueda estar produciéndose en este mismo momento. Pero lo que está claro es que, mientras ese acomodamiento no se produzca, el horizonte de estabilidad argentino estará seriamente comprometido. Mientras la patota y el escarnio para los que no tienen el poder sea el trato que impere en el país, la vida pacífica estará en riesgo. Y si la paz peligra, nuestro nivel de vida no mejorará, porque el dinero que se necesita para elevarlo no llegará a un lugar donde reina la discordia, el escrache y donde no existe la convivencia ordenada entre diferentes.

Dudo que el presidente haya hecho esta convocatoria para alcanzar el horizonte que describimos aquí. Pero, más allá de su intención, si el resultado que dispara es el que nos acerca a un esquema político y social que nos asemeje a los países que pueden convivir sin matarse entre ellos, bienvenida sea la casualidad. © www.economiaparatodos.com.ar

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