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lunes 26 de diciembre de 2005

Controles de precios: recomendaciones de un nazi

La pretensión del gobierno de Kirchner de frenar la inflación generada por la emisión monetaria recurriendo a controles de precios es una medida que no solucionará el problema y, por el contrario, someterá cada vez más a la sociedad a los caprichos del burócrata de turno.

En 1946, Hermann Göering –responsable, entre otras cosas, de los planes económicos del nazismo- le dio una entrevista al corresponsal de guerra Henry Taylor. El prisionero nazi le dijo a Taylor: “Ustedes en América están tomando una serie de medidas que a nosotros nos causaron problemas. Están intentando controlar los salarios y precios, es decir, el trabajo del pueblo. Si hacen eso, también deben controlar la vida del pueblo. Y ningún país puede hacerlo en forma parcial. Yo lo intenté y fracasé. Tampoco pueden hacerlo en forma total. También lo intenté y fracasé” (1).

El jerarca nazi había descubierto en la práctica la imposibilidad de controlar los precios. El punto es que, seguramente, no conocía las causas profundas que llevaban a los fracasos que menciona en su entrevista. Es decir, sabía qué no podía hacerse, pero no sabía el porqué.

¿Por qué fracasan los controles de precios? En primer lugar, cuando se produce un aumento sostenido de todos los precios de la economía es porque la producción de moneda está generando inflación. El Banco Central emite moneda que la gente no quiere, por lo que se deshace de ella comprando bienes y otras monedas. Por lo tanto, seguir emitiendo moneda y controlar los precios es lo mismo que tratar de eliminar la fiebre rompiendo el termómetro. La infección seguirá intacta. La fiebre continuará subiendo, pero el termómetro roto no podrá marcar el grado de temperatura.

El otro problema es que, generalmente, los controles de precios comienzan por los productos que el gobierno considera como más sensibles políticamente. Es decir, básicamente, los alimentos. Así, al controlar los precios de estos productos se cree que se “soluciona” el problema. Sin embargo, al ponerle un precio máximo -acordado o conversado- a los alimentos, el productor se encuentra con que los precios de los insumos le siguen subiendo pero él no puede aumentar los suyos. El segundo e indefectible paso de los controles de precios consiste en que los gobiernos optan por escuchar las quejas de los productores de alimentos y empiezan a pedir inservibles planillas con una detallada estructura de costos de producción. Con esas planillas en las manos, se lanzan al tercer paso: controlar el precio de los insumos. Y luego a controlar el precio de los insumos de los insumos y así sucesivamente hasta abarcar a casi todos los bienes y servicios de la economía.

Se entra, de esta manera, a un sistema económico tipo KGB, por el cual el gobierno cuestiona desde los costos de producción de cada producto hasta las ganancias que tienen los empresarios. Viene así la cuarta etapa del sistema policial de organización económica. El gobierno define qué es una ganancia razonable y qué es una ganancia exagerada. Como este tipo de gobiernos recurren a la fuerza para manejar la economía, el riesgo de confiscación siempre está presente, lo que quiere decir que el derecho de propiedad existe sólo en los papeles porque ahora es el Estado el que maneja la propiedad privada mediante sus fuerzas de choque. En ese contexto, con una propiedad privada amenazada y fuertemente condicionada, la rentabilidad que un empresario le pide a su inversión tiende a subir hasta niveles que el gobierno considera exagerados, porque bueno es recordar que, a mayor riesgo institucional, mayor rendimiento se le exige al capital invertido. El gobierno, entonces, empieza a definir cuál debe ser la rentabilidad de las empresas, rentabilidad que, obviamente, nada tiene que ver con el riesgo institucional que está generando.

¿Por qué el jerarca nazi decía que había que controlarlo todo? Porque como muchos empresarios no estarán dispuestos a trabajar a pérdida o con rentabilidades ridículas, el desabastecimiento comienza a hacer estragos en la economía. En este punto, los gobiernos autoritarios incrementan su presión sobre la sociedad obligando a las empresas a trabajar a pérdida bajo pena de prisión, extorsión de fuerzas de choque u otros mecanismos mafiosos.

Mientras el gobierno trata de dominar el desabastecimiento, es muy común que establezca racionamientos para ciertos productos. Por ejemplo, muchos recordarán los cortes de luz en la época de Alfonsín. ¿Qué era eso? Un racionamiento de energía. En determinadas horas del día algunos podían consumir y en otras el Estado no les entregaba energía para que otros pudieran consumir.

Aunque el problema no se acaba en este punto. Cualquier persona sabe que los recursos son limitados y las necesidades, ilimitadas. La gente tiene infinidad de necesidades que satisfacer, pero los recursos sólo le alcanzan para satisfacer una parte de ellas. Al mismo tiempo, la misma persona va cambiando su estructura de necesidades a medida que va satisfaciendo alguna de ellas. Dicho de otra manera, la gente expresa sus valoraciones sobre qué bienes necesita actuando en el mercado. La función empresarial es, justamente, tratar de descubrir cuáles son esas necesidades más urgentes que tiene la gente y volcar los recursos productivos (capital y mano de obra) a la producción de los bienes que la gente demanda. El sistema de precios es una especie de panel de control que les permite a los empresarios descubrir las valoraciones de la gente que se expresan en precios en el mercado.

Cuando el Estado establece controles de precios, lo que hace es destruir ese panel de control y dejar sin señales a los empresarios sobre cuales son las necesidades que tiene la gente. Sin esta guía, resulta imposible tener una orientación para asignar eficientemente los recursos productivos.

El paso siguiente es que el Estado define qué hay que producir, en qué calidades y a qué precios se debe vender cada producto. Las valoraciones de las personas que se expresan en el mercado son reemplazadas por un burócrata que se considera superior al resto de la sociedad. Ahora es el dictador económico el que define qué es más urgente para cada persona, el que regula las utilidades de las empresas y el que fija los precios y costos de producción. Para eso se vale de inspectores, piqueteros adictos, intendentes o cualquier otro mecanismo de fuerza.

Enfrentar a consumidores con productores pasa a ser otra de las estrategias del burócrata iluminado. Para quitarse la responsabilidad política de la inflación que el gobierno produce emitiendo moneda y de la falta de productos, el burócrata comienza a señalar como culpables a los empresarios diciendo que quieren robarle a la gente, meterle la mano en el bolsillo, especular con el hambre del pueblo y cosas por el estilo. Bajo ese escenario de terror, la inversión brilla por su ausencia, el stock de capital tiende a deteriorarse y, por lo tanto, se produce cada vez menos y la población en su conjunto advierte que no hay piso para la caída en su nivel de vida. Y a ese descontento de la población hay que reprimirlo si es que se quiere seguir reteniendo el poder.

El gobierno de Kirchner comenzó los controles de precios con las tarifas de los servicios públicos. Luego, pasó a unos pocos productos como la carne, los pollos, los lácteos y el agua mineral. Después, aumentó las retenciones de algunos bienes. Enseguida, se lanzó a “acordar” precios para 260 productos. Sin perder tiempo, llamó a algunos proveedores de envases de productos alimenticios. Siguió con productos farmacéuticos, previa convocatoria a intendentes para vigilar los precios.

¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar el gobierno con los controles de precios?

Por la dudas, es bueno recordar las palabras del jerarca nazi Göering, que sabía que ni los campos de concentración servían para frenar la inflación.

No se equivocaba el nazi al decir que, si se controlan los precios, “también hay que controlar la vida del pueblo”.

¿Nos esperará el mismo destino que al pueblo alemán bajo la bota nazi? © www.economiaparatodos.com.ar



(1) Citado en Control de precios. 40 siglos de fracasos, de Robert Schuettinger y Eamonn Butler.




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