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lunes 29 de noviembre de 2004

Crecimiento y progreso

A pesar de que los números de la economía parecen arrojar una buena performance y el gobierno se esfuerza por mostrar qué bien le está yendo al país, un análisis un poco más profundo revela que esto es apenas una ilusión: las inversiones no están llegando y, sin ellas, no hay crecimiento verdadero ni progreso futuro.

El miércoles próximo se inicia el último mes del año. Otros doce meses de crecimiento económico sin progreso a la vista.

¿Cómo, cómo?, se me dirá. Efectivamente, crecimiento sin progreso.

Los números de la economía parecen entregar una sonrisa a quien los mire: el PBI creció entre 6,5 y 7,5%, la desocupación bajó, algunos planes asistenciales fueron dados de baja… Pero el que quiera ahondar a partir de allí verá cómo le resulta difícil sostener la imagen en el tiempo. Se parece a esos dibujos que se borran con el paso de las horas, o a las copias hechas en papel de fax.

¿Por qué los números de corto plazo no pueden proyectarse?, ¿por qué un filoso cuchillo imaginario parece cortar la extensión vegetativa del crecimiento?

Respuesta: porque no hay inversión. El gobierno muestra con orgullo algunas monedas sumadas de apuro por aquí y por allá, pero el desembarco pesado e ininterrumpido de dinero productivo no llega a la Argentina.

Hace algunas semanas le decía a un ministro que integra el gabinete de Felipe Solá que el país necesitaría recibir, en el término de una gestión presidencial, 100.000 millones de dólares para dar un salto cualitativo de desarrollo que lo despegue de la miseria. El hombre abrió los ojos desorbitadamente como si hubiera escuchado una locura y me preguntó de dónde había sacado eso. “De la historia comparada”, le dije. Y me siguió insistiendo con que la Argentina había recuperado el porcentual de inversión respecto del PBI de la época de la convertibilidad. El ministro no alcanzó aún a entender que aquel producto se medía en argendólares y que todo porcentaje que empate al de la década de los 90 deja a la inversión neta actual tres veces por debajo de aquélla. Esto sin decir que muchos -entre otros, los últimos ganadores del Premio Nobel de Economía- consideran que incluso la inversión que recibió la Argentina en los 90 –unos 80.000 millones de dólares- fue insuficiente.

Por lo demás, cuando a las monedas sueltas que el gobierno exhibe uno le resta la amortización ordinaria del capital, el saldo neto es muy cercano a cero. Es probable que si a ello le restamos la suma de inversión necesaria para dar trabajo bien remunerado a 700.000 nuevos argentinos por año (que es el crecimiento vegetativo de la población) estemos incluso bien por debajo de cero.

Por ello no hay progreso. El progreso es el resultado del crecimiento proyectado. Y el crecimiento proyectado es producto de la inversión. La inversión, a su vez, requiere de distintos presupuestos para llegar. Antes que nada el país debe querer ser como sería cuando el desarrollo serio llegue. Esto, que parece una tontería, es un dato de fundamental trascendencia: los países para ser exitosos, antes que nada, deben querer serlo. Si algún recóndito pliegue de su psicología le refrena en su camino al éxito, el éxito no llegará.

Luego de esa perogrullada, digamos, en segundo lugar, que el país debería ser afín a un clima de negocios; “business friendly”, como se suele decir ahora. ¿Les parece a ustedes, estimados lectores, que el país (y no solo el gobierno) es “business friendly”?

En tercer lugar, el imperio de la consabida seguridad jurídica. Claramente, la Argentina es un país alejado de ella: cambia su Corte con el gobierno, la Corte cambia sus fallos cuando cambia de jueces, el Congreso aprueba leyes para que los servicios puedan no pagarse, el presidente se jacta de escuchar un tipo de música que reivindica el delito y a los delincuentes…

Y finalmente en cuarto lugar, para volver a un requisito de carácter psíquico, el país debe creerse que es capaz de atraer inversión multimillonaria. Si el estado mental que evidentemente domina al ministro de Solá es el que mayoritariamente reina en el país, las inversiones no llegarán. Claramente, la actitud de considerar que recibir 100.000 millones de dólares en cuatro o cinco años es algo que está más allá de las posibilidades de la Argentina, es una postura de un pauperismo mental tal que sólo puede proyectar –y conseguir- un futuro mediocre para el país. Y esta es la mentalidad dominante hoy día.

Si los argentinos no logramos recuperar la creencia de que este país nació para cosas mayores, terminará confirmando lo que es hoy: un país menor; con crecimiento, pero sin progreso. © www.economiaparatodos.com.ar




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