Cristina Fernández de Kirchner declara la guerra a Colón
La presidenta de Argentina reniega de todo lo que huela a España y a español. Lo suyo es nacional-populismo
«Creo que yo saqué lo mejor de papá y lo mejor de mamá. De ella lo popular, la legitimidad de la mayoría, pero al mismo tiempo, con papá, el respeto por los derechos individuales». La reflexión de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, está recogida en la biografía «Reina Cristina», de Olga Wornal. Los orígenes de la mujer más poderosa de Argentina, por parte de padre, tienen sus raíces en España, un país con el que, durante su gobierno, las relaciones sufrieron como nunca antes desde la vuelta de la democracia en 1983.
El caso de la expropiación de la mayoría de las acciones de YPF a Repsol, hace poco más de un año, fue el punto más caliente entre ambos países. Desde entonces, los dos gobiernos mantienen el contacto imprescindible. La última decisión de la viuda de Néstor Kirchner, empeñada en desterrar la estatua de Cristóbal Colón del frente de la Casa Rosada que da al río de la Plata, indignó a la comunidad italiana en Buenos Aires y dejó asombrada a la española, que siente a Colón como propio. El gesto —frenado de momento por la Justicia, aunque el monumento fue desmontado— se interpretó como una manifestación de desprecio vinculado al pensamiento de la jefa del Estado. Con frecuencia, Fernández recurre al pasado de las colonias y a la conquista de América como si el descubrimiento hubiera sido ayer.
Alusiones a la crisis
Un alto ejecutivo de una empresa de capital español recomendó hace unos meses a un periodista que, si quería que le fuera bien, evitara en su portal de noticias «todo lo que huela a España». El discurso «nacional y popular» de la presidenta y su reciente inquina con el país donde nació toda su familia por parte de padre, a quien evita mencionar en público, es una realidad conocida por inversores leales al «cristinismo» y por cualquier observador atento a la política local. Sus alusiones irónicas o directas a la crisis española durante su última campaña electoral, son otra muestra de que el amor, si alguna vez lo tuvo, por la tierra de sus antepasados, pertenece al olvido.
«Eduardo Fernández, que murió en abril de 1982 durante la guerra de Las Malvinas, tiene una biografía tan desconocida como interesante y conmovedora. Cristina habla muy poco de su padre, salvo para contar que el hombre era “antiperonista” y que libraban agitadas discusiones políticas», escribe Wornat. La autora, especialista en biografías, conoció en sus tiempos de estudiante a la presidenta, a la que entrevistó en varias ocasiones mientras preparaba un libro que se vendió, según expresión porteña, «como pan caliente».
En éste cuenta que Eduardo Fernández, conductor de autobús, no vivía con Ofelia Wilhem, su madre, de origen alemán, cuando ésta se quedó embarazada. Carlos Pagni, columnista de «La Nación», recordaría que la familia tardó «dos años» en compartir techo y a Cristina la inscribieron con los apellidos paternos cuando la niña llevaba un par de años andando sola. «Ese aspecto de su historia no le gusta que se conozca», insisten los que la trataron cuando vivía en La Plata, su ciudad natal.
La revista «Perfil» recogió el testimonio de Sara Fernández, tía de la presidenta, donde aseguraba que «mi hermano era un señor. Siempre vivió orgulloso de sus hijas y se preocupó para que nunca les faltara de nada»; aunque reconoce que, al final, los esposos «vivían juntos pero estaban separados».
En «Reina Cristina» se reproduce el testimonio de un amigo de juventud: «Cristina renegaba de su familia. A veces siento que le daba vergüenza. Le molestaba el barrio humilde en el que vivían, la casa adornada con flores de plástico y animalitos de porcelana… Por eso, a partir de la adolescencia, comenzó a construirse a sí misma e intentó despegarse de su pasado». En otro párrafo, Graciela Balassini, compañera de estudios, observa: «No le gustaba hablar de su padre porque era colectivero (conductor de autobús)».
Su abuelo paterno, Pascasio Fernández, llegó a Buenos Aires a principios de los años veinte. Vino desde la aldea lucense de Vilarxubín. Como muchos inmigrantes tuvo que aprender un oficio, «el de sastre», constató Wornat. Su esposa, Amparo, también era española y gallega, «trabajaron día y noche, concretaron sus sueños y se construyeron un buen pasar». La pareja prosperó y terminó dedicándose al campo.
La historia secreta o las tensas relaciones entre padre e hija las confirmó su primer novio, Raúl Cafferata: «Con Cristina —su padre— tenía poco diálogo, sin demostraciones de afecto». Ironías de la vida, un escenario parecido al que mantienen España y Argentina.
Fuente: www.abc.es