Crónicas de K: el miedo
Argentina muda la piel, no para crecer, sino para decrecer en libertades; es un régimen neochavista
Si tuviera que resumir la sensación que me provoca Argentina en mis primeros días, después de años sin visitarla, la palabra que usaría sería miedo. A pesar de relacionarme con periodistas, empresarios, intelectuales, cuyas voces siempre consideré sensatas y fuertes, esta vez los pensamientos se formulan con sordina y mirando por los costados, no sea caso que alguien escuchara más de lo debido. «¿Qué está ocurriendo?», pregunto con desazón, y la respuesta es la misma en cualquiera de las conversaciones: «K lo controla todo». Y del control, a la represalia, cada día hay menos distancia en la Argentina de la presidenta. Es entonces cuando las frases se atropellan a velocidad de la luz, como si la rapidez evitara el arrepentimiento de ser formuladas. Que si hay universidades donde existen delaciones contra los que no siguen las doctrinas oficialistas, que si hay una feroz intervención en la libertad de expresión, que si se producen represalias contra los empresarios que se muestran críticos, que si se ha iniciado la caza al disidente…, todo tiene que ver con el recorte de las libertades propias de las democracias, y con ello, el miedo al poder absoluto que lentamente se va cuajando. Por supuesto, se mantienen firmes algunos de los periodistas más notables del país, quizás porque son piezas demasiado grandes que batir -aunque K ha perpetrado una feroz guerra contra Clarín y La Nación-, pero por sus costados más débiles, el miedo paraliza la palabra libre de muchos. Argentina está mudando la piel, pero no para crecer, sino decreciendo en libertades, ahogándose en un régimen neochavista cada día más crecido y más impune.
K parece una letra, un punto en la marea de las palabras, el simple esbozo de una idea. Pero como si fuera el enigma de alguna tortuosa obra de Franz Kafka, detrás de esa simple letra hay un castillo de cárceles mentales, un demoniaco proceso contra cada argentino que osa pensar más allá del sistema, un magma de poder que intenta dominarlo todo. El discurso de K es simple como el de todos los K: «Yo soy el pueblo; quien está contra mí, está contra el pueblo; y la democracia me sirve a mí, porque soy el pueblo». Y es así como K va desmontando los pilares de la democracia, mete su pataza en los distintos poderes, desde el judicial, al empresarial, el social o el periodístico, hasta contaminarlos y confundirlos, y por el camino de intentar dominar autárquicamente a una sociedad plural y compleja, está consiguiendo paralizarla. Argentina cada día se parece más a Venezuela: una Mesías que se vende como salvadora de la patria; un miedo que recorre la espina dorsal del pensamiento libre; un gobierno que totaliza su poder hasta la asfixia, y un país roto en canal, dividido a lado y lado del maniqueo discurso del poder. K no está gobernando una democracia. Está perpetrando un golpe blanco a la democracia, desde la democracia.
Fuente: http://www.pilarrahola.com/