La semana pasada, y para sorpresa de muchos, el presidente de la Nación pareció haber dado señales en el sentido de incentivar una economía capitalista en la cual se rescata como algo loable que los empresarios ganen dinero. Lamentablemente, creo que esas palabras pronunciadas en Mendoza fueron un fallido más que una convicción del señor Presidente, ya que hace un par de días salió a incentivar un boicot contra la empresa Shell por haber aumentado el precio de algunos de sus productos.
Como si los ciudadanos no supiéramos de qué forma queremos gastar nuestro dinero, el Presidente nos indica dónde tenemos que comprar combustible y a qué precio. El asunto tiene mayor gravedad porque, acto seguido, sus “fuerzas de choque” salen a realizar piquetes en todas las estaciones de servicio de la empresa Shell. Se olvidan que los que trabajan en esas estaciones de servicio necesitan trabajar. ¿Acaso los propietarios de dichas estaciones no son los pequeños y medianos empresarios a los que el Presidente dice defender?
No deberíamos dejar que el temor presidencial a un aumento de la inflación nos lleve a prácticas oscuras de otras épocas. No sólo los controles de precios han demostrado ser nefastos para la economía desde los comienzos de la historia. Sino que también las prácticas totalitarias de impedir la libre circulación de las personas, así como restringir la libertad de comprar y vender, nos traen recuerdos no muy lejanos de épocas oscuras para la humanidad.
Un temor similar experimentaban los alemanes a comienzos de la década del treinta. El recuerdo de la devastadora hiperinflación alemana de 1923 hizo que el gobierno nacional socialista se aterrorizara ante la posibilidad de volver a presenciar un escenario inflacionario en los primeros años al frente del gobierno. En consecuencia, se lanzaron todo tipo de controles en los precios para evitar el descontento general ante la posible suba de los mismos. En 1936, se creó el Nuevo Departamento para el Control de Precios. No pocas veces grupos armados apañados por el gobierno nazi atacaron directamente a los comercios que violaban los controles (especialmente en el caso de los extranjeros y judíos). A partir de ese momento, ningún precio podía ser fijado sin consentimiento de la autoridad central.
Con este objetivo se determinó cómo se consideraba si un precio era justo. Así se estableció que el precio era justo si “servía a los siguientes objetivos del gobierno: 1) contribuía a reunir el equipo necesario para la ejecución del Segundo Plan Cuatrienal (destinado a la economía para la guerra), 2) garantizaba la producción de la mercadería para el Plan Cuatrienal, y 3) contribuía a la producción de una cantidad suficiente de productos de consumo.
El Delegado de Precios del Reich era quien decidía cuándo un precio era “justo”. Un precio definitivamente no era “justo” en estos dos casos: 1) si resultaba en una competencia destructiva, 2) si el producto obtenía una ganancia superior a la normal.
Y se definió al término “normal” como el índice correspondiente a los bonos del gobierno de largo plazo. (1)
Si bien estamos lejos de un régimen como el nacionalsocialista de la Alemania de los años treinta, vemos que algunas cuestiones de tipo económico no dejan de ser del todo ajenas. El temor de las autoridades actuales ante una estampida de precios que nos recuerde los aciagos años de la hiperinflación de finales de la década del ochenta, puede llevar al gobierno a tomar medidas o hacer comentarios muy inoportunos si estamos pensando en términos de recuperar la inversión genuina como fuente de creación de riqueza y puestos de trabajo.
Señor Presidente: los ciudadanos no lo votaron para qué usted nos indique en qué estación de servicio tenemos que comprar aceite. Mucho menos para que se quede de brazos cruzados ante el accionar de sus “fuerzas de choque”, porque le guste o no, esos hombres, mujeres y jóvenes con pecheras amarillas actúan como verdaderas fuerzas de choque, así como lo hacían bajo el gobierno totalitario al que me referí en los párrafos precedentes.
Para generar inversiones, riqueza y trabajo debe haber libertad de mercado, usted con su comentario y sus “fuerza de choque” con su accionar no permiten que esa libertad consagrada por la Constitución Nacional en el artículo 14 pueda ser llevada a la práctica. Cuidado con este tipo de proclamas demagógicas: sabemos cómo empiezan, pero también sabemos cómo terminan. La historia es rica en ejemplos de este tipo. © www.economiaparatodos.com.ar
Alejandro Gómez es Profesor de Historia.
1. Schuettinger y Butler, “4000 años de control de precios y salaries. Cómo no combatir la inflación”, p. 103. |