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jueves 15 de noviembre de 2007

De la mala educación de Chávez a la ostensible postergación de Cristina

La XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, realizada en Santiago de Chile la semana pasada, fue el escenario donde los repetidos errores de política exterior de Venezuela y Argentina se hicieron nuevamente evidentes.

La semana pasada, las cosas en el particular escenario de la política regional han estado inusualmente entretenidas. Por varias razones, a las que me referiré más adelante.

El más grande mal educado de América Latina, el presidente de la ahora “bolivariana” (expresión que es una torpe forma de disimular y no tener que usar la palabra “comunista”, que ahora hasta Vietnam está dejando de lado porque sabe que se ha transformado en sinónimo de “atraso marxista”) Venezuela, Hugo Chávez, obtuvo un nuevo record para lo que ya luce como un excepcional historial que no solo le es propio, sino que es su más notoria característica personal, una suerte de sello indeleble, entonces: el de las mayores guarangadas jamás protagonizadas por un solo Jefe de Estado en un corto período de tiempo.

En efecto, el caribeño logró que el normalmente tranquilo Rey de España, Don Juan Carlos, le dijera, primero, que se dejara de insultar e interrumpir (esto es, que “se portara bien”, en terminología apta para menores de edad) para, luego, ante su permanente recalcitrancia, tener que pedirle “que se callara”.

Como naturalmente no lo hizo (porque es absolutamente incapaz de escuchar a nadie que no “tararee” la única música que puede escuchar: esto es la del atraso, el patoterismo, y el totalitarismo) el Rey –visiblemente molesto- decidió retirarse de lo que venía siendo una pomposa reunión “Cumbre”, en la moderna Chile, de la que todos participaban. Seguido, presurosamente, de la Presidente de Chile, que logró hacerlo regresar a las reuniones.

Ocurre que Hugo Chávez no sabe lo que es la cortesía ni está jamás dispuesto a respetar. Lo que está claro como el agua. Y lo ha estado siempre. No obstante, para algunos la falta de “conducta” de Chávez fue una sorpresa. Para nosotros, ciertamente no. Es, siempre, lo único esperado.

El increíble incidente protagonizado por Hugo Chávez le vino, sin embargo, “como anillo al dedo” a nuestro Presidente, Don Néstor Kirchner, quién (una vez más) había quedado totalmente desairado -en este caso, frente a todos los mandatarios de la región… y más allá- por las decisiones -y acciones- de su colega oriental, Don Tabaré Vázquez, vinculadas con la disputa relativa a las llamadas “papeleras”.

Me refiero a la moderna fábrica que ya funciona, que los “ambientalistas” (incluidos algunos personajes más o menos escondidos, “ricachones argentinos” pertenecientes a nuestra “alta sociedad”, como los Sánchez Álzaga, dueños de algunas miles de hectáreas en la zona, que incluyen el balneario -de bastante poca monta- conocido como “Ñandubaycito”) no aceptan. Pese a que la planta industrial, con la tecnología más avanzada que existe en el mundo, está ubicada en país extranjero -soberano, entonces- sobre el cual naturalmente no podemos pretender ejercer jurisdicción alguna, a menos que lo consienta.

Con el episodio protagonizado por su amigo del alma, Hugo Chávez, se disimuló -un poco- el fracaso de Don Kirchner en el peor capítulo de su gestión: el de la política exterior. No obstante, lo que no pudo disimularse es el haber mostrado, a propios y extraños, como se manejan, en los hechos, las relaciones internas en el matrimonio que Don Néstor mantiene con la Presidente electa: allí manda siempre él. Hoy, siempre, y mañana.

Digo esto porque, pocas horas antes, Doña Cristina había dicho ante los medios -con toda cordura- que al arrancar la referida planta se determinaría si contamina, o no. Agregando en esa oportunidad Doña Cristina (que sin demasiadas razones aparenta “sentirse cómoda” en política exterior) que, si la planta de Botnia no contamina, “las protestas no tienen razón”; y que si la planta, en cambio, contamina, habrá -en este caso- que hacer los reclamos que correspondan. Conclusión que es de “Perogrullo”, pero rigurosamente cierta. Y, además, valiente. Para Néstor, la visión de su esposa es un error: lo único que “exigimos” es “la re-localización de la planta”. No hay otra opción. Ninguna otra.

Dos cónyuges y dos opiniones diferentes sobre el mismo tema, radicalmente distintas. Pero una de ellas se impuso cual aplanadora, pese al “dictum” previo de Doña Cristina. Esto fue así. Y probablemente siga siendo así, lo que no puede dejar de tenerse en cuenta. Es, quizás, el “precio” a pagar por un pueblo que no condena moralmente al “nepotismo”, que lo tiene como algo normal, no nocivo y, por ende, aceptable.

Para Chávez, la semana había sido inusualmente mala.

Primero, en su propia casa, miles de -tan indignados como valientes- jóvenes estudiantes se están resistiendo en las calles a tener que vivir en una dictadura. Y lo hacen ruidosamente. Nuevamente: “libros contra zapatillas”, según los políticos. Pero no es nunca fácil enfrentar a los estudiantes, particularmente cuando medio país los apoya.

Segundo, contra todas las predicciones -y contra los deseos más íntimos de Hugo Chávez- la Cámara Baja del Congreso de los Estados Unidos aprobó (cuando pocos lo creían factible) el “acuerdo de libre comercio” entre ese país y Perú. Desde que Chávez no aprecia ni la libertad comercial, ni al Perú, ni a Alan García, ni mucho menos a los Estados Unidos o a George Bush, esto debe haber sido para él (que por sobre todas las cosas ama a Irán) una mala noticia.

La aprobación se logró con una sólida mayoría compuesta por legisladores de ambos partidos. Nada menos que 285 votos a favor, contra solo 132 en contra. Más del doble de los legisladores se pronunció a favor de la libertad de comercio. Muchos demócratas, queda claro, votaron a favor del acuerdo con Perú. Nada menos que 109 de ellos, o sea 15 más que la última vez que se votara sobre un acuerdo de libre comercio.

Todo esto, por ser bastante inesperado, hace soñar nuevamente a Panamá, Colombia y Corea del Sur, que todavía están, esperanzados, en la “cola” del libre comercio.

En el Senado, la aprobación del tratado será -presumiblemente- bastante más fácil. Allí, cabe recordar, deberán pronunciarse expresamente (por sí o por no) Doña Hillary Clinton y Don Barak Obama, que están, ambos, en carrera electoral, con la mira en la Casa Blanca y con tentaciones populistas. Seguramente lo harán (si no eligen estar ausentes) con una dosis de cautela. La misma que hizo que Hillary Clinton evitara tomarse una “foto” con Doña Cristina, como era la insistente pretensión (insatisfecha) de la última.

Todo esto parece haber provocado un fuerte dolor de hígado para Hugo Chávez. Y para Don Néstor Kirchner, seguramente también. Por identidad de pareceres, en cuanto hace a la libertad de comercio. Ninguno de ellos cree que ella es buena. Ambos desconfían de la globalización y tienen una notoria aversión al riesgo que supone enfrentarla. Todo esto, y mucho más, los hace parecidos y reaccionar en estos temas de maneras más o menos similares. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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