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lunes 5 de julio de 2010

De selecciones y seleccionados…

Quizás lo que más nos angustia de la derrota de Argentina en Sudáfrica no sea el fracaso en sí mismo, sino el tener que regresar a una realidad sin atenuantes ni treguas.

“Hete aquí el espectáculo que se nos ofrece: la mediocridad juzgando a la mediocridad, y la incompetencia aplaudiendo a su hermana” Oscar Wilde

 

Hace exactamente una semana decíamos en este mismo espacio que, más allá de las máscaras y disfraces, las consecuencias de ciertos actos siempre llegan y se hacen notar. Parece que esta sentencia no sólo es aplicable a la política. Después de un fracaso deportivo, la mayoría de los análisis coinciden en hacer referencia a lo mismo.

 

Posiblemente –y considerando que el fútbol, como suele decirse, es una “pasión de multitudes”– sea necesario marcar cierta similitud en los escenarios. En ese sentido, todas las miradas apuntan a la dirigencia, al exacerbado exitismo argentino y al desahogo de echar culpas afuera pese a que las victorias siempre poseen innumerables progenitores y las derrotas son huérfanas por naturaleza.

 

Hacer leña del árbol caído” también es un ejercicio común en esta geografía donde los héroes duran lo que un castillo de arena construido en la orilla cuando sube la marea. Lo cierto es que, más allá de la anécdota y lo coyuntural de un torneo deportivo, quizás aquello que angustia con mayor fuerza no sea el fracaso en sí mismo sino el tener que regresar a una realidad sin atenuantes ni treguas.

 

El mismísimo Diego Maradona comentaba días atrás que era necesario ganar el Mundial para que el país tuviera una alegría porque es mucho lo que se sufre día a día. No hace falta agregar más nada. De todas las declaraciones hechas en estos días, resumen la contienda la contundencia de esas palabras. Hay una tristeza en la Argentina que excede hasta la hermandad que generan los colores de una camiseta. Con las victorias parciales de la selección pudo menguar por unos días u horas al menos, la angustia de vivir en una crisis casi perpetua.

 

Después de siete años de administración estrafalaria, de estafa a la democracia y de mentira institucionalizada, la salida del tunel no la daría una victoria en Sudáfrica. Pocos podían desconocer esa verdad de Perogrullo. Sin embargo, es lícita la necesidad de ciertas anestesias que permitan llegar a otra final para la cual falta un año todavía. Acusar o acusarnos de haber paralizado, en cierto modo, la noción del caos en que estamos es inútil y no coopera a regresar al llano.

 

Son tantas las derrotas de la Argentina en los últimos años… La dirigencia insiste con recetas frívolas y pasatistas. No hay soluciones concretas que puedan garantizar la llegada de epopeyas victoriosas, apenas hay algunos pasos que ameritan darse cuenta que si las cosas se hacen bien y a conciencia se puede lograr aunque más no sea, una suerte de cicatrización menos cruenta.

 

Esta lectura es la que puede darse a los últimos acontecimientos que ha protagonizado la oposición en el recinto, mientras todos esperaban que la redención llegara en forma de gol. Pasó un año para que la sincronización de ideas o impericias se palpalara más allá de las buenas intenciones y las palabras, pero todo llega.

 

Hoy el oficialismo esta rearmando una agenda que le permita retomar la iniciativa perdida. Esta realidad requiere más que algarabía una gran cautela que sólo la puede dar una sociedad madura para entender que los Kirchner son una suerte de Ave Fénix capaces de renacer de sus propias cenizas. Si no hay conciencia de ello, en un instante de distracción cualquiera, la estocada volverá a jaquear como sucedió tantas veces ya.

 

El verdadero triunfo de una Nación es casi un concepto ligado a los existencialistas: sólo es palpable y visible cuando su concreción se inscribe en las páginas innegables de su biografía, y muy posiblemente cuando sus artífices y contemporáneos ya no están para dar fe de cuánto ha costado vencer la desidia. Sin embargo, hay pasos intermedios que ameritan su festejo en la medida que éste no obre cual árbol capaz de tapar el bosque. En ese sentido son válidos los aplausos a las limitaciones que está sufriendo el oficialismo, paradójicamente, gracias a sí mismo.

 

 

El resto es humo. Los sondeos de opinión que hoy se ensayan como experimentos del laboratorio social no aportan un ápice a la realidad. Sin duda, Kirchner está en un momento poco propicio a sus intereses y oportunismo, pero quedarse en esa lectura de los hechos, y sumar a ello la derrota deportiva porque se pretendía utilizar una victoria como maniobra distractiva es de una liviandad supina.

 

No estamos en esta contienda jugando contra Nigeria, ni contra Grecia únicamente, hay un “todo” por modificar. Qué en el trayecto haya festejos y alegrías es legítimo y hasta sano si no se pierde el foco de todo cuánto falta vencer y jugar todavía.

 

La Argentina está golpeada pero no podemos ser tan necios y ciegos de limitar o echar culpas por ello a una selección deportiva. Incluso de ella se desprenden ejemplos que pocos tienen en cuenta: hay jugadores que se han hecho a sí mismos, a fuerza de trabajo y no de subsidios. Si hoy ganan fortunas es por designio del mercado muy alejado además de constituirse en pecado. Hay un director técnico que no ha sido ejemplo de virtud pero que ha sorteado las consecuencias de sus propias inconductas y flaquezas. No todos somos humildes y centrados.

 

Si algo de todo esto hubiese en el grupo que ocupa los despachos de Balcarce 50, podríamos darnos por satisfechos aunque no ganemos mundiales ni llevemos al país a estar entre las potencias más grandes. Pero en el gobierno no hay esfuerzos ni equipo, tampoco individualidades. Hay soldados que no creen ni ellos mismos en la causa que defienden cada vez con menor tino.

 

Y el DT, aunque emule a Maradona en excesos y soberbia, no ha podido sortear las dificultades que acarrea pasar de ser nadie a ser Dios, por obra y gracia de una sociedad que da y quita con una facilidad y velocidad inaudita.

 

Revertir la derrota del seleccionado puede, a lo sumo, llevar 4 años. Revertir el fracaso de la política lamentablemente llevará un tiempo impensado, y la posibilidad de que sean los mismos quienes logren llevarlo a cabo es una utopía supina en tanto no ha habido ni esfuerzo desde abajo, ni resurgir de la propia ruina, ni mucho menos interés en constituirse seleccionado.

 

De todo paralelismo que pueda hacerse entre políticos y deportistas cabe destacar un mismo mal: cierto sector de la prensa capaz de contradecirse a sí misma de la manera más ruin y perversa. Cuando el periodismo se reduce a aplaudir al vencedor y denostar al vencido, todo vestigio de credibilidad se pierde en sinsentidos y vulgaridad.

 

En ese aspecto, no hay diferencias entre muchos de quienes elevaron loas a los Kirchner hasta verlos acorralados en su propio laberinto, y éstos que hoy se ufanan de tener la verdad revelada porque la Copa no llegó a casa.

 

La vida sigue. La realidad gana.