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lunes 6 de julio de 2009

De soldados y asesinos

La renovación política es una asignatura pendiente en la Argentina y la oposición todavía tiene mucho camino por recorrer.

Apenas unas semanas atrás, me refería a esa suerte de “imponderables” que pueden torcer el rumbo de la historia cuando ésta aún no fue escrita. Esta última aclaración no puede obviarse aunque parezca redundante puesto que, en la Argentina, hemos experimentado muchas veces la necedad de quienes intentan desandar caprichosamente la historia para reescribirla con falsas glorias. No les basta con falsear un mañana posible, ni con dibujar un horizonte que no se percibe ni con los largavistas más dotados. También pugnan por modificar lo que ya pasó como si pudieran plagiar la realidad con los efectos especiales de la ciencia ficción.

En este contexto se enmarca la voluntaria ceguera de la presidente Cristina Fernández de Kirchner a la hora de analizar los resultados del escrutinio. Ciertamente, los Kirchner no terminan de digerir la derrota. No debiera asombrarnos. Hemos dicho ya que no saben de pérdidas. En su haber siempre han sumado ganancias, incluso cuando éstas no fueran más que efímeras cuentas virtuales. Hoy por hoy, hasta es posible que Néstor Kirchner considere amigos de verdad a los 1.900 fans que posee en una red social como Facebook. Ahora bien, habría que ver luego si logra convocar a un 10% de ellos al momento de celebrar, por ejemplo, el “Día de la Lealtad”.

Posiblemente nunca algunos dichos o refranes populares resultaron más ciertos y explícitos: la cosecha refleja la siembra, así como no es factible tapar el sol con un dedo. De allí que el reflejo de rayos UV haya cegado al matrimonio y los haya hecho cometer el delirio de convocar a los medios tan sólo para reafirmar lo que la mayoría los argentinos había reafirmado horas antes durante los comicios: 1) Que el santacruceño (naturalizado porteño) no conduce a nadie, 2) y que la malversación y el manoseo de datos ya no engañan al pueblo en ninguna de sus posibles divisiones de clases.

Lo triste es que, a esta altura de los acontecimientos, no se sabe con certeza cuándo la jefe de Estado larga un “chascarrillo” o cuándo habla en serio (si es que alguna vez lo hizo) Afirmar con autosuficiencia haber triunfado en El Calafate es tan discutible como evaluar la derrota aduciendo que fue “por poquito”. Pero si de consolar se trata, digamos que Roger Federer acaba de triunfar en Wimbledon porque Andy Roddick perdió “por poquito”.

Sin embargo, ni en el refugio de la sociedad conyugal, la victoria fue magnánima como Cristina Fernández pretendió “vender” en lo que en este país se da en llamar “conferencia de prensa” (léase: una ronda de periodistas cuasi amordazados para repreguntar y sorteados porque más de 9 interrogantes es abusar, atosigar) Lo concreto es que el ausentismo ganó la elección en aquel vergel sureño: de un total de 6391 votantes, un 45,31% no se molestó siquiera en ir a votar. No es este el momento para juzgar tamaña apatía ciudadana, pero sí de dejar en claro ciertos números que se han manipulado como si el INDEC fuera quien computara sufragios.

Hasta aquí, la realidad es inexpugnable: están derrotados. Nada grave, aunque es lícito asombrarse al ver vencida la estructura clientelista más eficaz de la historia argentina. El mentado “aparato” esta vez no dio resultados. Es que siempre hay una primera vez, otro dicho también corroborado. La reincidencia puede ser una posibilidad futura o un anatema. Un manotazo de ahogado capaz de salpicar demasiado.

Hay esencias que no mutan, que escapan incluso al virus de la influenza y no hacen mella al estrellarse contra aquello que le opone resistencia. Una de esas esencias es el “estilo K”: golpeado, resentido, herido si se quiere pero… todavía respirando. Y, “mientras hay vida hay esperanza”, aunque el coma 4 dure demasiado. Pareciera que, de pronto, una constelación de sabiduría popular plasmada en proverbios que siempre dicen más de lo que se quiere o se puede escuchar, ayuda a entender este escenario donde nadie se atreve del todo a transitar aunque varios estén en la línea de partida como corredores en una Olimpíada.

Los Kirchner ya no son tan potentes como para paralizarlos. Sin embargo, maniobra vil y repudiable mediante, lo han logrado aunque el tiempo de parálisis dure lo que un castillo de naipes en época de tsunamis. El arbitrario y criminal manejo de la gripe A le está otorgando cierto oxígeno para volver a retrucar.

Es natural que lo hagan, si bien el intento, el as que pretenden jugar puede despertar alguna carcajada y nada más. No son gente que sepa de retiradas sin arriesgar una última estocada. Les resta completar el equipaje. No se ha empacado aún la impunidad. En ello están mientras planean el modo o el cómo hacer “mutis por el foro” sin que se note en demasía de qué manera se produce el abandono. La puerta grande no es opción. Ha sido cerrada con candados infranqueables y ellos mismos han perdido las llaves. Y no hay cerrajero que hoy responda sus llamadas.

El Sahara se mimetizó en Maipú y Villate. El silencio sólo supo de gritos que confirmaron, paradójicamente, el mutismo. Ahora bien, confieso que prefiero a Néstor Kirchner lanzándose en caída libre sobre los extras que le contrataran para los actos de campaña, que no saber de él, nada de nada. No es de quedarse quieto aunque esté aún tieso e indigestado de datos ajenos al Secretario de Comercio que pasó de ser de amianto a ser resina que anida junto a la leña encendida.

Imposible creer que los argentinos, y en especial cierto sector del justicialismo, no haría leña del árbol caído. Ahora, todo arde.

No se trata de mensajes no leídos ni de decodificaciones erradas. El matrimonio presidencial sabe que ha perdido. Ahora bien, entre el saber y el conocer hay un trecho aún no recorrido. Qué no hayan cambiado tras informarse de los resultados no implica ignorar lo irremediable del dato, implica sí lo que he venido sosteniendo sin descanso desde hace largos seis años: los Kirchner son así. No pueden escapar de si mismos. El “estilo K” fue perseverante en todo momento. Quienes creyeron en modificaciones o virajes producidos por determinados acontecimientos se han confundido. Quienes suponen que se irán sin hacer nada más, asumiendo la derrota por culpa propia se están confundiendo ahora. ‘La rana y el escorpión’ es la fábula que los describe con mayor precisión.

Tampoco aquello implica demasiado riesgo, sí es recomendable no esperar que del rosal brote un crisantemo.

Ahora bien, del otro lado también deben leer el mensaje del domingo, porque si los vencedores se duermen en los laureles conseguidos, o se quedan en el debate de una interna tan procaz como lo es definir la cabeza que sacará el mayor rédito de lo acontecido, en lugar de analizar cómo devolver lo que sólo les fue prestado en comodato, el rumbo del país seguirá siendo el mismo. No interesa qué harán o desharán los Kirchner en ese sentido.

Hoy por hoy, hay esperanzas que no se sostienen en la razón: la renovación política todavía es una utopía. Si esto no fuera cierto, Eduardo Duhalde no habría desembarcado en Ezeiza (con un clima sutilmente distinto al de otro desembarco en idéntico destino): él es el padre de la criatura a pesar de que confiese a regañadientes que fue un desliz o que se haya profundamente arrepentido. El ADN está invicto. De nada sirve el “yo lo traje, yo lo llevo”.

Quienes de pronto han retomado la costumbre de recorrer pasarelas cual modelos que cambian trajes para intentar cautivar a un público que hace tiempo dejó de ser cautivo, no pueden esconder rasgos de un ayer harto conocido. El maquillaje obra maravillas, es cierto, pero no puede contra la rigurosidad de la naturaleza y del tiempo. Apelando al poeta con alguna licencia, cabe decirles que “ustedes los de antes, siguen siendo lo mismos”.

La reforma política, que fue el eslogan más reiterado por el autodenominado “piloto de tormentas” que teje y desteje operaciones sin cámaras ni micrófonos testigos, sigue siendo una asignatura pendiente. Y el libro donde se rubricó la voluntad de irse ante el clamor popular que bregaba porque todos se vayan sólo tiene la firma de un hombre que necesita un simposio de psiquiatras para ser comprendido: Daniel Scioli es el único nombre que puede leerse en ese libro.

Las fuerzas opositoras no han empezado aún su peregrinación a la redención, es decir: a convertirse en alternativa. Creíble, decidida y no meramente oportunista. El PJ es un compartimiento vacío donde hoy cabe cualquiera que tenga un mínimo de sentido común y olfato político. Porque la gente fue, en menos de 6 meses, clara en dos oportunidades: 1) Cuando reivindicó en la figura yerta de Raúl Alfonsín no al radicalismo, sino a una forma de hacer política sin cerrazón y con un mínimo de previsibilidad al menos en el trato cotidiano y 2) cuando el 28 de junio le dio la espalda al matrimonio presidencial, hiriéndolo feo pero no matándolo.

Ese dato, ahora más que nunca, permite saber a ciencia cierta, quiénes son asesinos y quiénes soldados en este escenario. © www.economiaparatodos.com.ar

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