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jueves 17 de julio de 2008

De una vez por todas, “chau Felipe…”

La Argentina debe despertar del letargo y dejar de considerar normal la violencia, el delito y el patoterismo.

La velocidad a la que funciona Kirchnerlandia probablemente lleve a pensar a quien esto lee que una referencia a la rutilante aparición de Guillermo Moreno en el Senado, la semana pasada, es una invocación a la prehistoria. Pero como simplemente la voy a utilizar como excusa para dar un ejemplo de lo unidos que seguimos al pensamiento colonial, la voy a traer al recuerdo de todos modos.

En esa presentación, el secretario de Comercio Interior volvió a dejar algunas enseñanzas a partir de la naturalidad con la que algunos funcionarios utilizan ciertas palabras. Días antes, el diputado Snopek había justificado las retenciones móviles bajo el argumento de que “la sociedad organizada como Estado tiene derecho a ‘apropiarse’ de cierta renta producida por determinados sectores económicos”, utilizando la palabra “apropiación” con una llamativa facilidad.

Para él, “apropiarse” de las cosas es una manera natural de obtener riqueza. Lo dijo sin que se le moviera un pelo, cuando en realidad la palabra “apropiación” está emparentada en nuestra ley más con el derecho penal que con las operaciones económicas lícitas.

Se “a-propia” el que hace propio algo que es de otro. Es el que “des-apropia” al propietario. El ladrón, el estafador, el punguista. Que los individuos puedan toparse con personajes que los roben o los estafen es algo que está en la cuenta de las posibilidades. Para eso está el orden jurídico y la Justicia. Pero que quien represente ese orden sea el “apropiador” es demasiado.

Ahora fue Moreno el que dijo que “el Estado tiene libertad para fijar los precios vía retenciones cuando es exportador”. También lo dijo con total soltura como quien dice que el sol sale cada mañana.

¿Cuando se van a dar por enterados de que el Estado es un parásito, que no es productor, que no es exportador, que no es nada, sin nosotros? ¿Exportador de qué? El Estado, lo que a lo sumo puede exportar son impuestos. Pero mercaderías, trabajo, valor agregado… No, Moreno… Eso el Estado no lo puede exportar porque no es él quien lo produce, no es él quien piensa en nuevas maneras de colocar el producto, no es él el que resuelve problemas. El Estado, sepa usted, señor Secretario, que, bien al contrario, es una máquina de poner impedimentos, de robar, de vivir de los demás, de sacar, no de poner. El Estado cuando sale de sus estrechos límites de administrador es una malformación, un cáncer en otras palabras.

El Estado no existe si no hay una sociedad que trabaja detrás. Esa sociedad es la que tiene que tener todas las libertades. ¿De qué libertades estatales me hablan? El que planta, cuida los sembrados, los cosecha y los vende es el productor. El Estado está agazapado detrás de un árbol esperando sacarle parte de su trabajo. Su única libertad es la de robar. Si, si, robar. No me equivoqué. Pasado un límite razonable que le permita solventar las “expensas comunes” de la sociedad que le dio un mandato para que la administre, todo lo demás es robo, liso y llano. ¿De qué libertad me habla Moreno?, ¿por qué no agarra él un arado y se pone a trabajar usted? Allí si podría reclamar “libertades”.

La Constitución le ha asegurado un esquema de garantías a la gente que trabaja, no a los burócratas que viven de la sangre de la sociedad. De ese Estado la Constitución desconfía. Por eso lo ha limitado y lo ha reducido al papel de un guardián de derechos, no precisamente a la figura de un primer protagonista, dueño de “libertades”.Mientras no terminemos de raíz con esta creencia de que en el partido “Sociedad-Estado” o “Individuos-Estado”, el importante es el Estado, estos desatinos no van a terminar.

Alguien tiene que abrir los ojos de una sociedad que cada vez más toma y recibe como normal lo que debería ser un delito. Estos patoteros de la ley deben ser ubicados en el lugar del que nunca deberían haber salido.

Alguien tiene que poner en su sitio a los que creen que aún nos regimos por el Código de Indias, por la Casa de Contratación de Sevilla y por las ocurrencias de Felipe II. © www.economiaparatodos.com.ar

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