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lunes 10 de mayo de 2010

Detrás de Tinelli, Susana, el bicentenario y Messi

Las candidaturas para las elecciones de 2011 se están definiendo a puertas cerradas en pseudoacuerdos que no aportan nada a un pueblo que espera definiciones para poder enfrentar ni más ni menos que la realidad de la vida cotidiana.

Habrá que rendirse antes las evidencias. La mentada oposición, que fuera el alimento de la esperanza allá por junio de 2009, ha sido fiel a sí misma mas no a la población. Se gestó como una unión de desesperaciones donde todos o la mayoría aspiraban a un objetivo común: poner límite al desenfreno kirchnerista. Quizás no tanto por convicción sino más bien para poder abrirse camino en la próxima elección.

Esa meta es la real causa de las disidencias en el seno del recinto donde se supone aunarían esfuerzos en pro de frenar la hegemonía oficial. Ahora las circunstancias han cambiado. Lo que cuenta es salir ileso ante una especie de caza de brujas donde se da vuelta la justa ecuación. En la Argentina de la era K, todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario. Es decir, todo aquel que piense diferente tiene condena de antemano, poco importa si ha cometido delito o su conducta es intachable. Casi como en “El Proceso” kafkiano se marcha hacia un tribunal sin saber qué se ha hecho mal.

Lo que prima en este contexto es, sin eufemismos, “zafar”. La elección está lejos para la ciudadanía, y cercana en demasía para quienes aspiran al sillón de Rivadavia. ¿Qué hacer? Salta a la vista que la respuesta es difusa. Preocupados en internismos oportunistas y en mantener la honra amenazada por repentinas causas políticas o archivos que, en algunos casos, delatan que la dignidad sólo se trata de una máscara más, la gestión legislativa no puede avanzar más allá de temáticas que respondan a los cánones de la demagogia barata. De allí que la llamada ley del cheque no logre ser debatida como sí lo ha sido la ley del matrimonio homosexual.

Asumida esta realidad, los legisladores se vuelcan a otras perspectivas: las candidaturas que, aunque declaren que se han de evaluar dentro de un año o más, se están definiendo a puertas cerradas en pseudoacuerdos que no aportan nada. Al menos no al pueblo que espera definiciones para poder enfrentar ni más ni menos que la realidad de la vida cotidiana. En ese sentido, la brecha entre clase dirigente y sociedad sigue ensanchándose inexpugnablemente.

Un porcentaje alto de la ciudadanía no sabe a quién va a votar en los próximos comicios sin que interese demasiado si estos tienen lugar mañana, en el 2011 ó en el 2024. Tiene sólo una certeza, la misma que la ha conducido a las urnas en los últimos años: votar al menos malo. No es factible salir de ese círculo vicioso del descarte. No hay forma de ejercer el derecho cívico con convicción, ni existe una mínima expectativa de un candidato que represente lo que verdaderamente pensamos y deseamos.

Hay una noción generalizada de que el próximo gobierno no podrá hacer demasiado. La razón es sabida: lo que ha de quedar una vez que los Kirchner abandonen su seudo monarquía será tierra arrasada, un país subsidiado donde la caja no resista.

Sin embargo, en medio de esta desesperanza hay una luz que todavía ilumina: la capacidad de daño del kirchnerismo no es comparable con la de ninguno de los otros aspirantes a candidatos. Es decir, la gente irá a las urnas no a elegir un representante que aplique reales políticas de Estado para revertir la anarquía reinante, sino que irá a elegir a cualquiera que no le haga tanto daño. Extraña concepción de la democracia y peculiar forma de entender de qué trata la soberanía ciudadana. Pero a este estado de cosas hemos llegado.

Este trastocamiento de los valores y de los conceptos básicos del régimen de gobierno, de los deberes y derechos admite que hoy se especule con reuniones entre figuras que, a simple vista, parecen irreconciliables. En este marco, es admisible que todos se sienten presidenciables, pues el requisito que se les demanda no apunta a la capacidad para administrar nada, sino a ser menos perversos que Néstor Kirchner y su reducido séquito.

En rigor, el próximo voto será un pedido de tregua más que una elección entre quienes puedan dirigir la Argentina por un sendero de grandeza. Esas aspiraciones, que supieron tener nuestros abuelos, hoy duermen el sueño eterno. Aquel capaz de convencer de ser quién menos perjudique el mero accionar cotidiano será el más ensobrado. Si se acepta esto, toda la maraña de alianzas y conversaciones no aportan nada.

Sin embargo, estas se producen y llevan a cabo por una certeza que desvela a quienes ya están en la carrera proselitista con miras al próximo año: no bastará con garantizarle al hombre común la tranquilidad que le falta hoy. Saben que detrás de bambalinas, y embebido de una impunidad que es el máximo objetivo actual del matrimonio presidencial, estará el ‘Plan B’. Y es que más allá de los datos de la realidad -que saben a la perfección leer-, están dispuesto a no perder aunque resulten derrotado otra vez.

Lidiar con la sombra de quienes han dado pruebas fehacientes de manipular macabramente el poder no es ni será tarea sencilla. Ése es quizás el mayor desafío para los políticos que desembarquen en Balcarce 50 y en Olivos. A la vez, ello explica, tristemente, el porqué es dable esperar acuerdos espurios entre quienes hasta hace unos meses no eran sino personajes irreconciliables y antagónicos. De pronto, del insulto al abrazo hay apenas un paso.

Frente a un pueblo que ha dado signos evidentes de aceptar la mediocridad sin siquiera chistar, los movimientos de la vieja política volverán como las oscuras golondrinas de Becquer. El Bicentenario, el mundial de fútbol, la polémica que desatará cada jugada de Lionel Messi, y hasta el debut de Susana y Tinelli son ingredientes esenciales para que todo ello se lleve a cabo sin que la gente perciba hasta que punto se la sigue engañando. © www.economiaparatodos.com.ar

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