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jueves 9 de marzo de 2006

Dos “pacifistas”, Fidel Castro y Hugo Chávez, bendicen el programa nuclear iraní

Mientras la comunidad internacional se mantiene en vilo por los avances del programa nuclear de Irán y se apresta a discutir el asunto en el seno de las Naciones Unidas, Cuba y Venezuela han transmitido su apoyo al gobierno shiíta.

Cuando la comunidad internacional está inmersa -inocultablemente inquieta- en una ya larga vigilia respecto del muy peligroso programa nuclear iraní y cuando, en función de la propia “conducta” iraní, el tema está ya incluido en la propia agenda del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Fidel Castro y Hugo Chávez han -de pronto y, como les gusta, de contramano a todo y a todos- decidido salir a la palestra en abierta defensa del gobierno de Mahmoud Ahmadinejad, el fundamentalista presidente de Irán, cual voces que claman, solitarias, en el desierto.

Castro, a quien pocos líderes mundiales quieren visitar en su “paraíso” caribeño, recibió en La Habana al presidente del Parlamento iraní, Gholan Ali Hadad. Durante la visita del iraní, Castro expresó públicamente (presumiblemente a cambio de algún favor) su apoyo al programa nuclear iraní y al derecho iraní de producir energía nuclear “con fines pacíficos”.

Esta no es la posición argentina, gracias a Dios. En un contexto de política exterior extraviada y de insólitas confrontaciones, esto parece un “milagro”. Pero así quedó absolutamente claro en Viena cuando, en el seno de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), nuestro país se plegó en esta cuestión a la comunidad internacional y se separó así de los votos normalmente “amigos”, esto es, del voto cubano y del “bolivariano” (perdón, quise decir venezolano) que apoyaron, en cambio, a Irán, la dura teocracia shiíta que, contra viento y marea, quiere ser potencia nuclear.

Mientras Castro y Chávez “endosan” a Irán, el buen canciller ruso, Sergei Lavrov, procura -aceleradamente y contra el reloj- llegar a un acuerdo con Irán para enriquecer el uranio que será usado por los iraníes en instalaciones ubicadas físicamente en suelo ruso, con el contralor de la AIEA.

Por ahora, sin demasiados resultados concretos, pese a que ésta parece ser la única alternativa de que la cuestión llegue al Consejo de Seguridad, para que allí se considere la posible imposición de sanciones a Irán. La cuestión parece haber devenido una verdadera carrera contra el tiempo. Peligrosa, por demás.

Marzo es precisamente el mes en que, por estricto orden alfabético, a la Argentina le toca presidir el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU). (Vale la pena recordar que el ex canciller Bielsa -de gestión claramente malograda en casi todos los frentes en los que le tocara intervenir- en su momento pretendió pícaramente sostener que la presidencia del Consejo era un claro “reconocimiento” a nuestra política exterior, “sapo” que, como algunos no comen vidrio, pocos se “tragaron”.)

A la cabeza de nuestra misión ante la ONU hay ahora un embajador inusual. Uno que, curiosamente, llegó a serlo -porque no tenía, como los demás, el apoyo de sus pares- solamente con el feo “empujón”, recibido en el propio recinto, que entonces le diera el senador Yoma, por “encargo” obviamente del poder político.

Su actuación hasta ahora ha sido más bien intrascendente, como se esperaba. Todo un tema, porque en estas cuestiones, de gran complejidad y extremada delicadeza, la credibilidad es -y debe ser- el activo más preciado de los diversos protagonistas. Aunque, en esta cuestión en particular, el rol del presidente del Consejo de Seguridad de la ONU sea mecánico y más bien formal.

Pero sucede que nuestro hombre, para algunos al menos, ha simpatizado personalmente con algunas de las posturas ideológicas de don Fidel y don Hugo, lo que no ayuda. De allí que sería, quizás, algo más prudente que el tema se debatiera en marzo y se decidiera, en cambio, en abril. © www.economiaparatodos.com.ar




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