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jueves 28 de febrero de 2008

Ecología: ¿los gobiernos, donde están?

En cuestiones ambientales, los Estados suelen desaparecer de la escena e, incluso, ocultar información a la opinión pública.

Lo que está sucediendo respecto de la industria salmonera chilena, sumado al descomunal “caos organizado” que se ha generado en torno a la operación de la planta industrial de Botnia, emplazada sobre el río Uruguay debiera inspirarnos algunas reflexiones acerca del “rol” del Estado con relación a las cuestiones ambientales.

Veamos, primero lo de los salmoneros chilenos. La producción de salmón para la exportación es una de los tantos milagros chilenos que han sido generados por la libertad de mercado. En la última década, Chile ha pasado de exportar unos 538 millones de dólares anuales de salmón, a ventas al exterior del orden de los 2.200 millones de dólares anuales. Un salto cuantitativo que define a las claras el éxito obtenido. La generación de ocupación y el fuerte aumento del ingreso per-cápita del personal ocupado, así como la acción del respectivo efecto multiplicador en las zonas de influencia ha creado riqueza y bienestar para muchos, lo que cabe aplaudir sin reservas. Después de todo, hablamos de hombres y mujeres y de sus niveles de vida, lo que nunca debe olvidarse.

Pero hay quienes señalan que la multiplicación exponencial de los centros de cría de salmón está generando algunos problemas que deben atenderse con toda urgencia.

Por ejemplo, señalan que la práctica de producir los alevinos en agua dulce (lagos y ríos), que se ha abandonado en Europa, debe suprimirse para pasar a criarlos, en cambio, en tierra firme (en piletas, entonces). ¿Por qué? Porque aparentemente la comida (pellets) que no se consume y que cae al fondo de los lagos y ríos cambia la vida de esos fondos, alterando el plankton original y consumiendo mucho oxígeno, lo que a su vez afecta las especies domésticas al modificarles su “habitat” tradicional. Las algas y bacterias cambian y la presencia de las especies se altera. En rigor, Chile no autoriza ya que los alevinos se críen en agua dulce natural, desde la primera mitad de los 90. Pero quienes ya lo estaban haciendo entonces, siguen haciéndolo hoy, lo que presumiblemente debiera ahora reconsiderarse y prohibirse.

Otros agregan a eso que la comida y los antibióticos que se consumen en las jaulas que están flotando en agua salada son los responsable de las llamadas “mareas rojas”. Lo que puede ser cierto o no, desde que ese fenómeno también se produce en lugares en los que no se cría salmón.

La gran pregunta es por qué no es el propio Estado el que, con toda transparencia; plantea la existencia del tema y, en diálogo abierto con los productores, considerando todas las cuestiones vinculadas a la cuestión, decide cual es la mejor manera de resolverlo. Con la publicidad y transparencia del caso. Sin permitir que se creen verdaderos “mitos” en el imaginario popular. ¿Tendrá miedo a la responsabilidad de equivocarse? ¿Es simplemente incapaz o ineficiente? ¿Querrá evitar polémicas que tengan un impacto político adverso? Sea lo que sea, el vacío o, mejor dicho, la ausencia del Estado produce daños al alimentar la fantasía.

Esto nos lleva ahora al caso de Botnia. Hace algunas semanas solamente la actual Presidente de los argentinos, Cristina Kirchner, decía que si, al funcionar la fábrica se comprobaba que no contaminaba, “las protestas no tienen razón”. Y es así. Después, su inefable marido la obligó a cambiar el rumbo.

Hoy hay estudios privados que, a estar a lo que dicen los diarios, nos sugieren que la planta de Botnia no contamina. Las playas de Ñandubaysal están repletas de bañistas, como si nada hubiera pasado. Y hay, seguramente, estudios y monitoreos de organismos oficiales cuyos resultados no se han dado a conocer.

Esto no puede justificarse con el pleito en La Haya. ¿Vamos a ocultar, también allí, la verdad? ¿La vamos a desfigurar? ¿O a disimular? Seguramente no.

Mientras tanto, la gente ignora lo que “sabe” el gobierno. ¿Vamos a seguir autorizando, por omisión de acción, protestas dañinas que, si no hubiera contaminación, no tendrían sentido alguno?

El Estado parece haber decidido renunciar a una de sus funciones esenciales: nada menos que aquella que debiera obligarlo a decir la verdad. Aunque duela. Y hay quienes, allí y aquí, se aprovechan de esta circunstancia para llevar agua sus respectivos molinos. Por las razones que sean. Entre ellos, es evidente, nuestros lamentables políticos, que conforman una verdadera casta que está lamentablemente acostumbrada no solo a mentir, sino a vivir de las demás. © www.economiaparatodos.com.ar

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