sábado 21 de marzo de 2015
Economía, teorías e impuestos
La economía es una ciencia social, y como tal se funda en teorías. Pero todas las ciencias (llamémoslas como deseemos llamarlas, sea «exactas», «humanísticas», «sociales», etc.) se basan en teorías y doctrinas. Por lo que recusar a la economía diciendo que los datos que brinda «no son exactos» denota nuevamente la ignorancia más supina. En primer lugar, la economía no proporciona «datos» y «a partir» de estos elabora sus teorías, sino que su tarea consiste en el procedimiento inverso: en analizar los datos de la realidad a la luz de previas teorías ya elaboradas, lo que en praxeología se denomina el método axiomático deductivo.
Pero lo más gracioso o curioso del caso es que, los detractores de la praxeología tampoco nos dan datos, ni comprobables, ni inequívocos, ni irrefutables de sus «afirmaciones» antojadizas y hechas «al aire». Es más, no nos dan dato alguno. El quid de la cuestión es que la verdad no se encuentra en los datos en sí mismos, sino en las teorías bajo la óptica de las cuales esos hechos vayan a ser analizados y estudiados. Y resulta indudable que no todas las teorías que han existido y existen son verdaderas (lo propio cabe inferir de las teorías futuras). En tanto unas lo son, otras no lo son en absoluto. Si dos teorías opuestas intentan explicar un idéntico fenómeno, ambas no pueden estar en lo cierto al mismo tiempo y en igual sentido, en tanto y en cuanto se contrapongan entre sí. Por ello, es un error garrafal, típico del ignaro más completo, creer que la economía funciona en base a «encuestas, censos, entrevistas», etc. Esto es «poner el carro delante del caballo». Ya que «encuestas, censos, entrevistas», etc. serán diferentemente interpretados a la luz de las disímiles teorías que sustenten las personas que -en definitiva- examinen los datos recopilados. Inclusive la selección de antecedentes estará condicionada enteramente por las teorías de los encuestadores, entrevistadores, etc. cuyas conclusiones contrastarán de acuerdo al distinto criterio de cada uno.
La economía comprende todas las variables observables en el mundo real, porque tiene un enfoque auténticamente totalizador, ya que al partir su análisis de la acción humana, considera todas las conductas que se derivan de este último presupuesto, y que reciben el nombre de implicaciones lógicas de la acción. En este sentido, la economía no es el estudio de «variables escasas» como repiten los incompetentes en la materia (los que abundan). Ni aplica el supuesto ceteris paribus, salvo para explicar teoremas, pero siempre asumiendo que el hipotético ceteris paribus jamás se da en el mundo real.
Estas son las razones por las cuales los estatistas no pueden comprender ciertas cuestiones básicas de la economía, ni tienen las herramientas conceptuales necesarias como para conseguir interpretar los datos de la realidad, lo que les impide intuir como funcionan ciertos mecanismos, como el fiscal en contra de los que menos tienen.
Por tales motivos, es que los anticapitalistas no logran entender que -en términos relativos- el pobre paga más impuestos que el rico en nuestro sistema estatista de hoy. En principio, es cierto que los ricos tributan cuantitativamente más impuestos que los pobres en términos nominales, pero cuando se analiza el tema desde el punto de vista de la economía real la cuestión cambia dando un giro de 180º, y la conclusión a la que se arriba es exactamente la inversa. La explicación a esto último reside en la teoría de la utilidad marginal, cuyo funcionamiento sigue siendo un misterio para los estatistas (y eso, por supuesto, cuando alguno de ellos la oyó nombrar, lo que no es frecuente).
Particularmente, causa cierta ternura la «ingenuidad» de muchos anticapitalistas cuando declaran «convencidos» que «mayores alícuotas impositivas harán que los pobres se capaciten». Más allá que jamás definen lo que entienden por un «pobre», uno diría que les faltaría experiencia de vida al no haberse enterado que hay pobres que no desean capacitarse. Otra posibilidad es que, los estatistas que aquello afirman, sean genuinamente hipócritas al desconocer la realidad. Una tercera hipótesis es que deseen que los pobres se capaciten «a punta de bayoneta». Si este fuera el caso, obligarlos sería hacer lo que hizo Stalin en la URSS…trabajos forzados o…marchar al campo de concentración.
Las mismas reflexiones caben hacer cuando dicen que «mayores impuestos crearán más trabajo para los pobres». También parecen omitir que hay pobres que no quieren trabajar. Máxime cuando es política de la mayor parte de los gobiernos mundiales otorgar subsidios, ayudas, transferencias directas, subvenciones, auxilios, planes «sociales», etc. a personas sin empleo, lo que, al tiempo que incentiva el ocio, desincentiva la voluntad de trabajar y, como tercer efecto, estimula la demanda de mas y mayores subsidios y ayudas económicas, con lo cual las filas de las personas que evitarán buscar trabajo o que dejarán de trabajar para recibir el dinero del subsidio serán cada vez más largas y concurridas. Pero ignorantes recalcitrantes en economía, tampoco pueden dilucidar que los impuestos destruyen fuentes de trabajo, jamás las crean.
A lo anterior, corresponde agregar que también prescinden que no todos los trabajos son productivos. Los hay improductivos, y son muchos. El mercado libre de injerencias estatales es la única fuente genuina de trabajo productivo, que lo que necesita para funcionar es que el gobierno no lo estorbe con regulaciones, leyes, y desde luego, tampoco impuestos.
El problema, no es sólo el dato cierto que los impuestos van en su mayor cuantía a los bolsillos de los funcionarios, burócratas y, sobre todo, gobernantes de turno. Ese siempre es su destino entre un 55% a un 95% de los casos, en tanto que entre un 45% a un 5% de los impuestos se distribuye. Aunque la parte de impuestos que efectivamente retienen burócratas y gobernantes fuera inferior a estos porcentajes que indica la diaria experiencia, de todas maneras los impuestos ni «crean» riqueza, ni «generan progreso» y mucho menos «equidad». En el mejor de los casos, producen estancamiento económico (nunca «progreso») y en el peor profundizan la pobreza, conforme ya se ha explicado en forma reiterada.
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Fuente: Accion Humana