Egipto: Libertad, no democracia
Margaret Thatcher dijo una vez que el hecho de que un país sea democrático no es suficiente para que se desarrolle: una mayoría no puede convertir lo malo en bueno
Estas palabras han demostrado ser bastante certeras con el tiempo y más aún con los acontecimientos en Egipto y su reciente golpe de Estado. Este golpe fue precedido por la Primavera Árabe que empezó en el 2010, la caída de Hosni Mubarak en el 2011 luego de 30 años en el poder, la elección del primer presidente en la historia de Egipto, Mohamed Morsi, en el 2012 (con más del 51% de los votos), seguido de un año de gobierno democrático que terminó derrocado en el 2013.
La llamada Primavera Árabe fue una serie de alzamientos populares en los países del norte de África que se caracterizaron por un reclamo por la libertad y una mejora sustancial de las condiciones de vida de parte de los habitantes de los países afectados. Afirmar que la Primavera Árabe buscaba solamente elecciones populares es subestimar el objetivo de estos levantamientos populares. Existe una diferencia entre democracia (y en particular un sistema de elecciones) y libertad, y obviarla impide entender lo que ocurrió en esta región.
En el caso específico de Egipto, el presidente electo Morsi se otorgó a sí mismo plenos poderes para ‘proteger’ a la nación cinco meses después de su elección. Asimismo, comenzó a legislar sin la aprobación de un órgano judicial que fiscalice sus actos, y cambió la Constitución a fin de arrogarse más poderes y decidir arbitrariamente hasta en temas tan cruciales como los económicos. Mientras que algunos celebraban todavía la flamante democracia en Egipto, los propios egipcios enfrentaban graves problemas económicos, comenzando por la escasez de gasolina, alimento y seguridad. Sin embargo, el mayor de los problemas es la poca importancia que se le da al derecho de la propiedad, es decir, al derecho de comprar y vender sin que la policía confisque mercadería o ganancias o sin sobornar a oficiales. La actividad comercial, siendo la más popular en Egipto, se ve ensombrecida por la dificultad y encarecimiento de los trámites comerciales que solo una pequeñísima minoría puede financiar y que incluye licencias costosas y listas interminables de documentos exigidos. En las últimas décadas ganar dinero de forma legal es casi imposible y para la mayoría de egipcios el mercado negro se ha convertido en el único camino posible para intentar salir de la pobreza.
En países democráticos muchas veces las instituciones son tan débiles que las leyes parecieran solo aplicarse como sanción, y en lugar de proteger a las personas y a sus bienes terminan por ser la principal herramienta para obstaculizar su libertad y despojarlos de su propiedad. El Egipto democrático de Morsi nos ha enseñado que la estabilidad económica jamás llega sin instituciones fuertes y sin el cumplimiento de las leyes de propiedad tan necesarias para la salud del comercio.
Winston Churchill solía decir que la democracia es el menos malo de los sistemas, pero se vuelve el peor de ellos cuando, en nombre de la democracia y con la legitimidad de las urnas, el poder se utiliza para restringir la libertad y propiedad de los ciudadanos. La mayoría de veces, es justamente esta libertad y propiedad la que muchos reclaman llamándola equivocadamente democracia.
Fuente: www.elcato.org