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martes 12 de agosto de 2014

El anhelo, el esfuerzo y el cambio

El anhelo, el esfuerzo y el cambio

Todas las sociedades aspiran a vivir mejor. Hablan de  progreso, sin aclarar que el deseo no alcanza. Tampoco sirve  demasiado repetirlo hasta el cansancio y llenarse la boca  de discursos grandilocuentes para que se convierta en realidad.  Hace falta bastante más que eso

Para conseguir  triunfos extraordinarios hace falta mucho más que una  retórica elaborada. Se precisa pasar a la acción,  llevar adelante esfuerzos incansables, prolongados en el  tiempo, con una constancia a prueba de todo y esa perseverancia  propia de quien tiene convicciones profundas, virtudes que  no abundan a la hora de construir un vida en comunidad.

Es importante comprender que las ganas y el sacrificio  tampoco garantizan los resultados esperados. Es que las  ansias son necesarias y el esfuerzo es vital, pero son las  ideas correctas las que hacen la diferencia. Si el rumbo  seleccionado no es el adecuado, esa inmensa labor será  inconducente.

Es allí donde claramente  las sociedades contemporáneas no parecen encontrar  el camino. Es saludable intentar entender como se produce  esa secuencia de acontecimientos que configuran la realidad.  Si se cree que todo ocurre por mera ventura divina, pues  entonces, habrá que concluir que no vale la pena hacer  mucho, ya que lo que viene, no depende del accionar de los  hombres sino de la intervención celestial. En ese caso,  parece mejor esperar que lo bueno aparezca y agradecer a  Dios cuando ello suceda.

Para otros solo se  trata de tener un poco de suerte, o al menos de evitar los  sinsabores de la mala fortuna. En esas circunstancias, tampoco  tiene sentido hacer demasiado. El futuro depende, desde  esa perspectiva, del azar y entonces esmerarse no parece  muy inteligente.

No falta nunca ese grupo que  atribuye los descalabros y las crisis a las conspiraciones,  a la participación deliberada y la actitud despiadada  de confabuladores seriales que se ocupan de que todo resulte  pésimo. Bajo esas reglas, no amerita hacer esfuerzo  alguno. Después de todo, las fuerzas del mal son exageradamente  poderosas y no fracasarán jamás.

Todas  esas miradas invitan, directa o indirectamente, a la pasividad,  a esperar, a cruzarse de brazos, a actuar como simples espectadores  y por lo tanto renunciar al protagonismo, al trabajo y a  hacer todo lo necesario para que el mañana sea distinto  y no una mera proyección del presente.

Ahora,  si se comprende que son los ciudadanos los que toman decisiones  y son ellos los que hacen que las cosas sucedan, y que su  participación incide, de algún modo, en su destino,  pues en ese caso es central repasar que es lo que se debe  hacer para que algo novedoso ocurra.

Queda claro  que lo que se hace hoy es insuficiente. Es evidente que  las ideas que se han defendido hasta aquí producen  esto que se conoce como actualidad y por lo tanto se trata  de construcciones intelectuales que han demostrado su absoluta  ineficiencia, siendo más de lo mismo. De lo contrario  no se podría convivir con tanta inseguridad, corrupción,  injusticias, manipulación del poder y cuanta perversidad  deambule por estas tierras.

Muchas veces, la  sociedad no logra vincular los hechos y prefiere creer que  con soñar alcanza. Es importante tener un norte como  herramienta motivadora, porque estimula a tomar las riendas.  Pero es falso suponer que solo por quererlo, todo ocurrirá  favorablemente, como por arte de magia.

El deseo  precisa de una acción decidida, de un impulso enorme,  perseverante y sistemático. La historia reciente solo  muestra espasmos que, como tales, se agotan en sí mismos,  sin haber conseguido su meta por falta de profundidad, paciencia  y claridad conceptual.

Cuando la victoria no  aparece en forma automática, la ansiedad hace de las  suyas y entonces todo vuelve a cero, con el agravante de  que la desilusión y la desesperanza instalan la visión  de que es imposible lograr algo positivo.

Hablar  de esfuerzo, no es apuntar solo al sacrificio que implica  esmerarse, sino también a pagar los costos derivados  de los objetivos pretendidos. Nadie consigue grandes cosas  sin tropiezos. Los logros muchas veces vienen de la mano  de colosales renunciamientos. Es probable que muchos no  estén dispuestos a hacerlo y eso explique en buena  medida lo que pasa.

Si el deseo es potente y  el esfuerzo constante, pero las ideas son las incorrectas,  todo fracasará. Para ser optimistas hay que anhelar  con entusiasmo, prepararse para hacer un esfuerzo gigante,  pero además estar absolutamente dispuestos a cambiar,  a dejar de lado los sistemas equivocados para reemplazarlos  por las que han demostrado su éxito.

Los  paradigmas con los que se analiza la realidad son determinantes.  Si ciertas ideas no se reemplazan por las diametralmente  opuestas, pues no habrá esfuerzo ni ganas que consigan  algo interesante. Elegir el rumbo inadecuado conduce invariablemente  a un fracaso predecible.

Todos los países  son optimistas respecto del porvenir. Saben que recorren  una coyuntura, pero también que esa circunstancia tiene  fecha de vencimiento. Tienen esperanzas respecto de lo que  viene, y confían en que todo será mejor. Pero  ese pronóstico será el correcto solo si se comprende  el vínculo profundo que existe entre el anhelo, el  esfuerzo y el cambio.