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lunes 20 de abril de 2009

El año en que vivimos en peligro

Gane o pierda en junio el kirchnerismo, no cambia, lamentablemente, el escenario en el que tendremos que vivir cotidianamente.

Aunque no tengo muy presente la trama exacta, recuerdo ese titulo del film de Peter Weir que, en estos días, me vino a la mente como el reflejo cabal de lo que pasa. Todo y nada.

Si bien aquí no hay margen para grandes guiones o crónicas magnas, aún quedan hechos aislados capaces de jaquear el sentido común de quién pretenda contar este presente donde la coherencia es la mayor de las carencias.

La polémica sobre el dengue o las penas para asesinos ya han superado hasta la ficción, y en concreto todo sigue sin hacerse. Es por ello que prefiero escapar a temas que no aportan más que al debate mediático pero no generan acción, ni han de generarla en tanto el gobierno siga, con la mano, tapando el sol. Todos saben de las epidemias, de la inseguridad, de la inflación por más que la obsecuencia se empeñe en negar hasta lo evidente o insistan con el eufemismo de “sensación”.

Apostándonos en el circo proselitista, la pregunta más frecuente que se me hace hoy, apunta a desentrañar qué puede pasar en la Argentina. La amplitud de la respuesta es infinita. Sin embargo, intentar limitarla a una serie de posibilidades mínima no es imposible porque como reza el refrán: “todos los caminos conducen a Roma” En su aplicación local, cualquiera sea la ruta que se escoja para analizar este escenario pre electoral y extenderlo incluso al día después, deriva en un panorama sin grandes divergencias.

En una simplificación muy llana, puede decirse que las opciones son básicamente dos: la derrota de los Kirchner, o el “triunfo” de éstos, aunque necesariamente ese “triunfo” deba acarrear comillas para poder ajustarse mínimamente su definición a la que le asigna la Academia.

Siguiendo ese lineamiento, en el primero de los casos, la sociedad sentirá un soplido de aire fresco aunque no dure demasiado. Es decir, habrá evidenciado que el cambio es posible aunque sólo se trate de un incipiente primer paso. Desde luego que el exitismo característico de los argentinos – cabalmente reflejado en el paso de los DT por los clubs deportivos donde de dioses se convierten en diablos en apenas un par de partidos – llevará al festejo indiscriminado originado en el hartazgo que va colmando la paciencia como si se jugara con fuego en una estación de servicio.

En caso de una “victoria” oficialista (vuelva a tenerse en cuenta las comillas), circunscripta únicamente de la provincia de Buenos Aires, más específicamente del segundo y tercer cordón del conurbano, sobrevendrá una serie de interpretaciones maniqueas que harán que las noticias se trasmitan como si fueran capítulos aislados de series sin argumentación donde nadie termina sabiendo quién es protagonista y quién elenco, quién el bueno, y quién el asesino. Y menos aún qué se hace con el muerto. Igual, en menos de 24 horas todo lo visto y oído será materia de olvido.

En el mientras tanto habrá quienes traten de explicar lo que es harto sabido: el clientelismo, el aparato justicialista, la “caja”, el apriete, y hasta el fraude, aún cuando nunca se lo compruebe en la justicia como es debido. Pero no cabe duda que esos serán los temas de debate si quedara el conurbano en manos del kirchnerismo.

Planteados ambos escenarios, más que desentrañar cuál tiene mayor porcentaje de darse en el plano objetivo, lo trascendente es analizar las consecuencias que acarrean culminado el escrutinio. Porque lo que resulta más pavoroso no es el resultado sino que lo que sigue al mismo. Es decir, la segunda parte de este año que estamos viviendo en peligro. Y es que gane o pierda el kirchnerismo no cambia, lamentablemente, aquello con lo que deba convivir cotidianamente la gente.

Si el oficialismo pierde estaremos frente al más virulento efecto del “estilo K”: el resentimiento y la bronca en su máxima potencia. La furia del matrimonio presidencial no quedará reducida a una simple batahola en Olivos, o limpieza del gabinete donde se buscará endilgar la culpa de un fracaso que sólo tiene un nombre y apellido. La población en su conjunto sufrirá la ira oficial. Y perdido por perdido, Kirchner terminará arrasando lo que queda del país que ya ha saqueado.

Inútil e ingenuo es esperar autocrítica, reconocimiento a quien ha triunfado, abrir el juego, negociar para seguir gobernando, etc., etc. No son esas conductas características del oficialismo. Por el contrario, verán en la sociedad a un nuevo enemigo contra quién descargar la cólera de la derrota, aún cuando estén derrotados de ante mano. Sino, ¿qué explica esta seguidilla de manotazos de ahogados que se producen a diario creando candidatos virtuales, testimoniales y postergando las listas como si, de pronto, pudieran encontrar en sus filas alguna ‘maravilla’ que se les haya pasado inadvertida?

La paradoja es que lo mismo ha de acontecer si logran “vencer” en esos bolsones marginales, necesitados de los planes sociales. Habrá que soportar y costear la fiesta que trasmitirán los canales televisivos, bastante adeptos a seguirles el juego, como si no pudieran dominar el miedo que les causa esta nueva amenaza de una Ley de Radiodifusión que, ¡vaya casualidad! surge justamente antes de los comicios.

Y desde luego veremos como descaradamente se nacionaliza la elección haciendo creer que una ventaja en el conurbano es una “victoria” magnánima que va desde Tierra del Fuego a La Quiaca.

Una vez acontecido ello, lo grave es que terminaremos exactamente igual que en el escenario descripto en el párrafo anterior donde la opción era la derrota K. Es decir, nos encontraremos con el matrimonio presidencial reafirmando el “estilo K”, creido que ha sido la mejor estrategia, y que no hay otro modo de manejar a la sociedad que con la mentira, el maltrato, el avasallamiento institucional, y esa concepción de política como sinónimo de guerra donde todos los que no son aliados son enemigos a derrotar paso a paso.

Envalentonados por la ceguera que puede provocar apenas un 0,1% a su favor en el conurbano, saldrán como suele decirse en la jerga popular “con los tapones de punta” a destruir a todos aquellos que se negaron a su juego electoral. Esta forma de echar a Santiago Montoya será apenas una sutileza frente a lo que vendrá.

El peligro de los K no termina, pues, el 28 de junio cuando se cierren las urnas y el pueblo se haya expedido con o sin libertad. Ese es un debate que amerita un análisis aparte: ¿es la Argentina actual un territorio donde se vive con libertad? ¿Es este ir a votar en menos de 70 días la garantía de vivir en una democracia real? Si alguien se atreve a dar respuestas afirmativas está claro que nada puede cambiar en esta geografía. Si se asume que la realidad no vislumbra democracia genuina, ni libertad que no sea condicionada o condicional -y en seis años nada se ha hecho al respecto- tal vez debemos asumirnos cómplices, aunque no nos guste nada ese término.

Y no es que todo sea negro. Hay una luz de esperanza que se funda en la posibilidad de votar aunque tengamos que caer nuevamente en la elección de “lo menos malo” ofertado en el mercado electoral. Quizás haya algo bueno, pero está visto que no encuentra todavía el modo de ser exhibido sin interferencias que permitan descubrirlo.

Todo huele a mezquindad y ambición más que a patriotismo y servicio. Todo sabe a manoseo y chicanas, a desencuentros y plata, mucha, demasiada plata…

Si alguien esperaba un desenlace mejor para este panorama, le pido perdón. No falseo a la hora de tipear con sinceridad –no datos sueltos de correveidiles o vendedores de información cuya fuente mejor no detallar– sino mi visión como analista política de lo que sucedió, sucede y en contrapartida puede suceder de acuerdo a los actores que van a representar el papel principal en esta próxima función.

Hasta el 2011, después se verá cómo vivir en peligro uno o dos años más… © www.economiaparatodos.com.ar

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