No puede entenderse el capitalismo alemán sin saber que, después de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña y Alemania tomaron distintos caminos económicos.
En ese entonces, la triunfante Inglaterra se hundió en el experimento del socialismo fabiano y comenzó a implantar el Welfare State (Estado de Bienestar) como tercera posición entre capitalismo y comunismo, con la nacionalización de empresas, la hegemonía sindical, la estatización del servicio de salud y un sistema impositivo ferozmente hostil hacia el sector privado para “suprimir toda renta sin trabajo y aniquilar toda ganancia especulativa”.
En la derrotada Alemania, en cambio, surgió un modelo distinto denominado Marktwirtschafts und Sozialordnung (Orden Social de la Economía de Mercado).
Alemania presentaba un cuadro sobrecogedor. La contienda había arrebatado la vida a 3,8 millones de personas, los sobrevivientes estaban humillados por un régimen demencial, la mitad del territorio estaba ocupada por el ejército rojo, 12 millones de refugiados huían del terror soviético, sus ciudades habían sido convertidas en esqueletos humeantes, maravillosas joyas de la arquitectura gótica y barroca quedaron reducidas a escombros, las plantas industriales fueron desmanteladas y confiscadas como botín de guerra, sus más brillantes técnicos y científicos se habían expatriado a los países aliados, los servicios públicos estaban desarticulados, las reservas de alimentos habían saqueadas, millones de personas no tenían trabajo, los archivos civiles estaban destruidos y los bienes en el exterior habían sido incautados. Para completar este cuadro fantasmal, los vencedores intentaron aplicar el Plan Morgenthau que pretendía convertir a Alemania en un “campo para sembrar patatas”.
Sin embargo, en 1948, a tres años del fin de la guerra, Alemania resucitó y se produjo el “milagro alemán” cuya detallada explicación fue afortunadamente realizada día a día por André Piettre, destacado economista que integraba los cuadros técnicos del ejército de ocupación francés, quien dio testimonio de todo lo que veía en un libro imperdible: “Economía alemana contemporánea”.
Un pequeño grupo de economistas, historiadores, filósofos y teólogos nucleados en la Escuela Austriaca y la Escuela de Friburgo comenzaron a pensar en el futuro de la nación alemana arrasada por la guerra y devastada por la experiencia totalitaria. Bajo la guía intelectual de Wilhelm Röpke, con la conducción de Ludwig Erhard y Konrad Adenauer, diseñaron y pusieron en práctica el modelo de economía de mercado que salvó a Alemania.
Plantearon una diferencia sustancial con el socialismo británico al reconocer la supremacía de la libertad económica, la restauración del mercado de libre competencia, la estabilidad de la moneda y un sistema impositivo que fomentaba el desarrollo de empresas privadas.
1. Aspectos culturales
El capitalismo alemán no está basado en el individualismo sino en un sentido de espontánea solidaridad que responde a las tradiciones del artesanado medieval donde el jefe manda pero, al mismo tiempo, protege y forma a sus subordinados. Para este capitalismo, cumplir con el deber es más importante que observar las normas legales porque el deber es un imperativo categórico surgido de la propia conciencia. Ese sentimiento kantiano del deber unido al espíritu de camaradería entre maestros y aprendices, en un marco de orgullo patriótico, produjo el milagro de multitudes de ciudadanos que, fuera de horario, reconstruyeron todos los edificios emblemáticos destruidos por los bombardeos aliados.
La predilección alemana por la química y la ingeniería y el gusto por la precisión junto con su desconfianza por la especulación financiera quedaron marcados en el capitalismo alemán, donde el clima cultural imperante no es el de la anarquía creadora sino el profundo respeto por el orden, la jerarquía y la disciplina industrial.
2. Aspectos económicos
Los distintos gobiernos que se sucedieron en Alemania, después de la reforma monetaria de 1948, priorizaron la producción de alta calidad porque esa estrategia les permitía exportar a mercados exigentes que no se rigen por el criterio del precio sino por el sello de la excelencia. De este modo, el capitalismo alemán puede pagar actualmente salarios elevadísimos porque exporta la calidad de su mano de obra.
En Alemania, el mercado bursátil no tiene importancia para el financiamiento de las empresas. Su lugar ha sido ocupado por bancos organizados como banca universal y no como entidades especializadas, es decir que no sólo atienden operaciones comerciales sino también inversiones y participaciones en empresas.
Pero el secreto del capitalismo alemán se encuentra en las famosas Mittelstand, que son empresas -grandes o pequeñas- de origen familiar y dirigidas por personas de clase media donde la regla máxima es el respeto por las tradiciones y las costumbres. Las Mittelstand son sociedades de personas, no de acciones, en las que la pericia profesional y la responsabilidad individual son fundamentales.
El espíritu de camaradería entre directivos y trabajadores se nota hasta en el lenguaje. El patrón es denominado Arbeitgeber, que significa “el que crea trabajo”, y los obreros son llamados Mitarbeiter, que se traduce como “mis colaboradores”. Los hombres de empresa no son considerados capitalistas ni managers profesionales, sino creadores o capitanes de industria. Por eso, el sentimiento de la población hacia ellos no es de envidia ni emulación, sino de profundo respeto.
En el capitalismo alemán no existe la litigiosidad norteamericana. En general, las empresas tratan de establecer acuerdos privados recurriendo a árbitros arbitradores sin pasar por la justicia.
Existe una reducida base impositiva porque las empresas, al contrario de lo que sucede en EE.UU., no tratan de repartir enormes ganancias sino que las capitalizan. Es frecuente encontrar gigantescas empresas que minimizan contablemente sus activos con reservas ocultas invertidas en equipos y herramientas de altísima tecnología.
3. Aspectos sociales
Los trabajadores alemanes, a diferencia de los americanos, no tiene alta movilidad laboral. Desde pequeños se relacionan con las empresas como aprendices, a través de un eficiente sistema educativo donde los estudios se hacen en perfecta combinación entre escuelas y empresas. Esta familiaridad explica la existencia de un sistema de gestión compartida entre empresarios y trabajadores porque ellos no se sienten enemigos de la patronal sino cogestores en el consejo de gestión empresaria y el empresario es el que ocupa el cargo de Leiter (conductor y jefe).
En Alemania, es importante el espíritu de Zusammenarbeit (cooperación del trabajo en equipo) y entre sus costumbres destacadas está el llamar a las personas por sus títulos, que orgullosamente colocan en sus tarjetas y documentos de identidad. También es fundamental respetar en la conversación la regla de que nadie puede interrumpir al interlocutor hasta que haya terminado de exponer. El bien más valioso en la vida alemana es la planificación personal del tiempo entre actividades laborales, familiares, recreativas, religiosas y culturales.
La preocupación por la vida de los empleados y la alta valoración de los puestos de trabajo constituyen el rostro humano que falta en otros capitalismos. Por eso cubren los riesgos de salud, desocupación, vejez y maternidad con seguros sociales independientes de la gestión gubernamental en un ingenioso sistema de ahorros garantizados a nombre del grupo familiar.
Las organizaciones católicas y evangélicas, las cajas de ahorro de agricultores y artesanos y las entidades filantrópicas como Adveniam y Misereor cumplen la indelegable función de asistir a quienes tienen necesidades básicas y extienden su generosa acción hacia países extranjeros.
El ascenso social no se produce por la selección natural entre el más fuerte y los más débiles, sino por el reconocimiento de los méritos personales, la inteligencia, la capacidad y el empeño que ponen en su trabajo. En medio de la opulencia que goza esta primera economía exportadora mundial, la imagen más frecuente no es la ostentación ni el exhibicionismo, sino la austeridad y un estilo de vida recoleto.
El capitalismo alemán presenta características culturales y sociales muy particulares que tienen poco que ver con las del capitalismo americano, debido a sus tradiciones y a un excelente sistema de educación técnica. En general, el Estado actúa de manera eficiente y paternalista, pero el aspecto que engendra un cuadro de armonía social es la escasa dispersión salarial existente entre personas de altos niveles de ingresos con los que perciben menor renta.
Tanto en el caso alemán como en el americano, el capitalismo demuestra tener una enorme flexibilidad para adoptar los perfiles culturales y sociales de cada pueblo. No tiene la rigidez dogmática ni ideológica del socialismo y, mucho menos, del comunismo. Pero necesita contar imprescindiblemente con un substrato de moral individual fuertemente arraigado en la vida social.
Por eso ha triunfado como el sistema económico que, en libertad, permite distribuir el bienestar entre todos y no entre unos pocos. © www.economiaparatodos.com.ar
Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario. |