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jueves 18 de marzo de 2004

El carnaval de Río

El periodismo argentino se encargó de presentar como un triunfo de Kirchner el acuerdo de compromiso firmado con Lula para negociar con los organismos multilaterales de crédito. Los hechos concretos muestran otra realidad bien distinta.

No conforme con el carnaval de desinformación, la ausencia de orden público que hoy vive la Argentina y la constante cantinela de enfrentamientos con el FMI, todo parece indicar que el gobierno quiso trasladar nuestro carnaval a Río de Janeiro. Expertos como son los brasileños en carnavales, por segunda vez Lula no quiso participar del show del enfrentamiento con el mundo y, al igual que en Venezuela un par de semanas atrás, se fue antes de que terminaran las reuniones con Kirchner. Lo del martes pasado lo justificó por la huelga de la policía federal, pero lo cierto es que no parece querer seguir la comparsa del gobierno argentino en su enfrentamiento con todo el mundo. Parece ser que los brasileños, por más socialistas que sean, saben distinguir muy bien entre el carnaval que se hace en el sámbodromo y lo que son las relaciones internacionales: no mezclan las cosas.

Lo concreto es que finalmente se firmó un acuerdo de compromiso que algunos diarios argentinos, más cercanos a ser el boletín oficial del gobierno que a informar en serio a la población, titularon como un éxito de Kirchner.

Sin embargo, el acuerdo firmado es tan difuso que, sólo haciendo un gran esfuerzo de imaginación, alguien puede concluir que ha sido un éxito de la diplomacia argentina en su cruzada contra el mundo desarrollado.

Veamos ahora cada uno de los 6 puntos que incluye el Acta de Copacabana.

El punto uno dice: “Conducir las negociaciones con organismos multilaterales de crédito asegurando un superávit primario y otras medidas de política económica que no comprometan el crecimiento y garanticen la sustentabilidad de la deuda, de modo tal de preservar inclusive la inversión en infraestructura”.

La primera reflexión que surge después de leer este punto es la siguiente: a ningún gobernante en su sano juicio se le ocurriría manifestar que va a aplicar una política fiscal y macroeconómica para asegurar el subdesarrollo. El problema no pasa por definir como objetivo el crecimiento, sino por establecer las políticas económicas e institucionales adecuadas para alcanzar ese crecimiento. No se trata de decir qué queremos. Se trata de decir cómo se lo va a hacer.

La segunda cuestión a tener en cuenta es que, desde el punto de vista económico, el superávit fiscal puede ser alcanzado de manera tal que constituya una barrera para el crecimiento. Y, justamente, mal que le pese al gobierno, es ésta la política que hoy se lleva a cabo en Argentina. Los impuestos distorsivos como el aplicado a las transacciones financieras y los derechos de exportación, junto con un gasto estatal alto y que no le brinda bienes públicos a la gente, generan tal ineficiencia en la economía y dobles costos para el sector privado que claramente le quitan competitividad. De manera que tener superávit o equilibradas las cuentas públicas está bien, pero no todos los mecanismos son adecuados para este fin. No es lo mismo cerrar las cuentas subiendo impuestos que bajando el gasto.

El segundo punto va atado al tercero: “Revisar los mecanismos de licitación en los financiamientos de organismos multilaterales con el objeto de fortalecer las inversiones nacionales y regionales sin prejuicio de las reglas de transparencia”.

Este párrafo parecería haber sido redactado por la patria contratista. Es decir, aquel grupo de empresarios que lograban firmar jugosos contratos con el Estado para hacer obras públicas que eran impresentables, pero que tenían el beneficio de generarles grandes utilidades. Este punto, de lograrse, estará sentando las bases para el renacimiento de una de las fuentes de corrupción más grandes de la historia económica argentina y mundial.

El punto cuatro expresa: “Elaborar alternativas para neutralizar en nuestros países los efectos negativos derivados de los desequilibrios generados en el mundo desarrollado”.

Lo único que se me ocurre preguntar respecto a este punto es lo siguiente: ¿lo habrá escrito Fidel Pintos? Para los más jóvenes: les recuerdo que, hace muchos años atrás, el fallecido Fidel Pintos hacía el personaje del sanatero en “Polémica en el Bar”. Era un personaje sumamente divertido que hablaba, hablaba… y no decía nada.

El punto cinco sostiene: “Desplegar acciones conjuntas para la apertura de mercados y la eliminación de subsidios en los países industrializados, como instrumento para el crecimiento de los países en desarrollo y para contribuir al equilibrio y morigeración de los flujos de capitales”.

No puedo dejar de estar totalmente de acuerdo con la eliminación de los subsidios en los países desarrollados y la apertura de sus mercados. Pero también es bueno recordarle al gobierno que acaba de hacer exactamente lo contrario a lo que firmó en este acta, porque logró frenar importaciones de textiles desde Brasil con el sólo objeto de perjudicar a los consumidores locales y beneficiar a unos pocos empresarios sin espíritu de competencia. Además, si se trata de promover las exportaciones, le sugeriría al gobierno que comience por eliminar los derechos de exportación.

El último punto dice: “Impulsar mecanismos para incrementar el ahorro doméstico y regional con vistas a fortalecer el crecimiento del ingreso”.

Nuevamente, ¿qué puede pretender un gobierno? ¿Desestimular el ahorro y el crecimiento del ingreso? Semejante generalidad no merece mayores comentarios.

Como puede verse, el Acta de Copacabana tiene muy poco de concreto. Lo único específico es que parecen querer deducir del superávit primario los fondos destinados a obra pública. Si éste es el objetivo, entonces, como los del FMI no se chupan el dedo, les dirán: “OK. Deduzcan la obra pública del superávit primario. Pero en vez del 3% de superávit tienen que llegar el 4,5% de acuerdo a la nueva metodología que proponen”.

En vez de construir seriamente el país a través del establecimiento de instituciones sólidas, eficientes y permanentes, Kirchner sigue buscando enemigos imaginarios con quien pelearse. Pero no conforme con esto, no cesa en su intento por buscar aliados en su lucha contra esos enemigos inexistentes. Por ahora, los únicos que podrían llegar a prenderse en esta cruzada contra los países desarrollados son Fidel Castro y Chávez. Dos déspotas de la peor calaña. © www.economiaparatodos.com.ar




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