El clientelismo como práctica política sistematizada apareció en la Argentina con el advenimiento a la presidencia del general Juan Domingo Perón. Antes de Perón, el clientelismo era practicado por los conservadores para comprar votos y fraguar elecciones, pero se trataba de una práctica más bien circunstancial y casi folklórica, no de una política sistemática y desarrollada en base a método y estrategia. Perón fue, en ese sentido, un innovador.
En los últimos años, la manera en la que el clientelismo se practica es verdaderamente asombrosa. Del modo más desvergonzado, se ofrecen y aceptan dádivas a cambio de apoyos políticos sin el menor reparo ético. En esta práctica, como en toda transacción, hay dos actores: el que paga y el que cobra. En general, está bastante claro el accionar del que paga, es decir, el gobernante, dirigente político o puntero que ofrece dinero, o un plan social o, últimamente, electrodomésticos a cambio de votos, presencia en actos u otras manifestaciones de apoyo político. También existe una arraigada, aunque hasta el momento estéril, corriente de crítica hacia esas prácticas políticas. La acción de un político que compra la voluntad de sus votantes es, lisa y llanamente, un soborno. Que la degradación ética de la sociedad argentina tolere esto no significa que por eso deje de tratarse de una práctica cuasi delictiva que podría merecer, eventualmente, algún tipo de sanción penal aunque esto en los hechos suene utópico. Que esto no se califique de ese modo entre nosotros no significa que, en un orden social equilibrado, sea admisible.
La persona que acepta la dádiva también tiene responsabilidad. No es aceptable que un ciudadano abjure de su responsabilidad cívica a cambio de bienes materiales. Es tan condenable la actitud del político que paga como la del ciudadano que cobra por su voto. La diferencia radica en que el margen de maniobra personal de uno y otro son muy distintos. Un político tiene una gran capacidad de maniobra y de presión sobre aquel a quien intenta sobornar. Este último, a su vez, es generalmente una persona de escasos recursos y muchas necesidades, poca educación e influenciado por un ambiente social inmediato donde ese tipo de prácticas son habituales y cotidianas. ¿Qué motivación tiene un habitante de una villa miseria para rechazar una propuesta que le resulta conveniente cuando no encuentra otro camino para obtener el beneficio que el puntero le está ofreciendo? Si una madre necesita alimentar a sus hijos y, a cambio de su presencia en un acto y de su voto en una elección, resuelve el problema, es entendible que acepte la propuesta aunque sea una inmoralidad. La culpa no es de esa señora sino de los políticos que deliberadamente la sitúan ante una situación en la que ella no tiene opciones y luego le ofrecen una solución a cambio de apoyo para que ellos continúen aprovechándose de la situación. La estrategia de esos políticos consiste en estimular la ignorancia y la necesidad para luego aprovecharse de ellas. Como a través de esos medios obtienen los apoyos políticos que les permiten perpetuarse en el poder indefinidamente, poder que a su vez emplean para asegurarse de que no se erradiquen las causas que dan lugar al clientelismo, estamos ante un círculo vicioso muy difícil de romper.
¿Tiene solución este escenario sociopolítico? Por el momento, no se la vislumbra. Con el paso del tiempo, es imposible de predecir. En el devenir histórico nada dura para siempre, pero en las circunstancias actuales no se percibe de qué modo podría romperse este perverso círculo vicioso. Un factor que podría quebrar la base de sustentación del clientelismo es que un fracaso de la política económica deje a quienes lo estimulan sin recursos para financiarlo. Pero esto es hipotético. Hace 60 años que la economía argentina viene decayendo y, sin embargo, el clientelismo sigue más vivo que nunca. En general, las crisis económicas suelen ser caldos de cultivo para las prácticas clientelísticas porque, como generan mucha pobreza, dan pie para la aparición del discurso de que “debemos atender las necesidades sociales insatisfechas”.
La solución de fondo, en definitiva, es de carácter cultural, en tanto se logre entender que la mejor solución al clientelismo es que no haya personas en situación tal de necesidad que las lleve a sufrir la humillación de canjear su decisión política por prebendas para sobrevivir. Si eso se lograra –lo que por ahora es casi utópico- se aplicarían políticas destinadas a generar verdaderamente más bienestar y a eliminar las necesidades por medios genuinos y no por medio de dádivas. Quizá eso sea “Argentina año verde” pero, al menos, permitámonos soñar que algún día llegará a suceder. © www.economiaparatodos.com.ar |