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jueves 20 de diciembre de 2007

El desgobierno no siempre es sinónimo de caos: el caso belga

Aunque todavía no le ha sido posible formar un nuevo gobierno después de las últimas elecciones, Bélgica continúa tranquilamente administrada por el gabinete anterior. Mientras, las posibilidades de que el país termine dividiéndose lucen cada vez más amenazadoras.

Desde hace más de seis largos meses, los belgas -que tienen un régimen parlamentario de gobierno- no consiguen “formar” un nuevo gobierno. Por el momento siguen, entonces, con el anterior, en una suerte de “interinato” forzado por las circunstancias, bastante más largo de lo previsible.

Lo que sucede no quiere decir que los belgas estén, por esto, sumidos en el mayor de los desgobiernos -como quizás nos ocurriría a nosotros, ante circunstancias similares- desde que lo cierto es que siguen adelante relativamente bien administrados. Están, como se ha dicho, gobernados todavía por el gabinete anterior, el del primer ministro saliente, Guy Verhofstadt, que perdió las elecciones nacionales el 10 de junio y quedó, desde entonces, provisoriamente a cargo de los asuntos corrientes del Estado mientras se negociaba la conformación de un nuevo gobierno.

Quien fuera efectivamente el ganador de esos comicios, el patinoso líder flamenco y democristiano, Yves Leterme, fue encargado de conformar un nuevo gobierno por el rey. Así lo procuró, por dos veces, sin éxito.

Ante su segundo fracaso, renunció a su cometido. Leterme, de 47 años, es una figura flamenca sumamente controvertida, que alguna vez llamara llamó a su país: “un accidente histórico”. Quizás, por esto ocurrieron los fracasos.

En un nuevo giro, impulsado por el estado de cosas, el rey Alberto II acaba de encargar al propio Verhofstadt que trate de formar gobierno, ofrecimiento que fue aceptado. Veremos si lo logra.

Ocurre que Bélgica está cada vez más dividida entre los valones (de habla francesa, que conforman el 40% menos adinerado de la población total) y los más ricos flamencos (sumamente trabajadores, ordenados, disciplinados y numéricamente mayoritarios). Estos últimos están en abierto desacuerdo acerca de cómo debe reformularse al Estado y buscan la mayor cuota de autonomía que sea posible para la gestión de su identidad.

Verhofstadt, recordemos, es (como Leterme) flamenco, pero (a diferencia del primero) está bien visto por los francófonos. Por su prudencia, equilibrio, y buen criterio.

Lo cierto es que la situación apuntada está desprestigiando aceleradamente a la “clase política” belga, que luce incapaz de elaborar los consensos necesarios para poder seguir adelante todos unidos, en lugar de apuntar al divorcio que algunos (flamencos) creen inevitable.

Desde hace rato los flamencos pugnan por más competencias en temas tales como: salud; empleo; impuestos; y educación. Algunos quieren aún más. Los del partido flamenco de orientación derechista conocido como “Interés Flamenco”, no ocultan ya su deseo abierto de secesión. Lo cierto es que las encuestas sugieren ahora que casi un 38% de los flamencos preferiría separarse de los valones y un 45% de ellos cree que Bélgica terminará por escindirse.

Ante los constantes reclamos de autonomía de los flamencos, la posición de los valones democratacristianos es siempre la misma: la negativa. Tanto, que su líder, Joëlle Milquet, ha sido apodada, sugestivamente, la “Señora No”.

Las sombras de lo ocurrido en la vieja Checoslovaquia en 1993, hoy divida en dos naciones, y de las verdaderas implosiones políticas (aún no terminadas) acaecidas en los Balcanes se proyecta, amenazadora, sobre Bélgica, para deleite de los euro-escépticos que creen oír tambores de partición.

Lo que sucede en Bélgica -que es nada menos que el país sede de los principales organismos administrativos de la Unión Europea- avergüenza a propios y ajenos, en un Viejo Continente que -desde hace años – procura integrarse más perfectamente.

Veremos cómo termina esta historia. Pero el final no luce nada sencillo, pese a que el actual atascamiento político está sacudiendo a buena parte de la población, que ha comenzado a salir a la calle a exigir a sus políticos no poner en riesgo la unidad del país. Desde Lieja, por ejemplo, una mujer sencilla, de pueblo, Marie-Claire Houard, está convocando a usar el sentido común, organizando marchas de protesta, y señalando directamente a los políticos como los grandes responsables de empujar conscientemente a Bélgica hacia la des-unión. Es posible que así sea, porque los políticos siempre privilegian su propio “negocio”.

En otras latitudes algunos de ellos lastiman al plexo social desuniéndolo mediante la siembra constante de resentimientos, odios, y diferencias. América Latina es testigo de esto. En Bélgica, lo hacen a través de usar las etnias. Ocurre que la cohesión social, para muchos, es contraria a la políticamente más redituable “lucha de clases”. Una lástima, ciertamente, que provocar enfrentamientos rinda más que predicar la unidad. Pero parece ser así. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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