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lunes 7 de mayo de 2012

¿El fin de la historia o el futuro de la historia? Otra vez Fukuyama

El filósofo sostiene que la crisis económico-financiera iniciada en 2008 puede desintegrar la clase media tal cual la conocemos e impactar así en la supuesta solidez de la democracia liberal.

A fines del año pasado, el polémico filósofo político Francis Fukuyama volvió a saltar a la escena del debate al publicar un ensayo en la edición de Foreign Affairs titulado “The Future of History. Can Liberal Democracy Survive the Decline of the Middle Class” (El futuro de la historia. ¿Puede la democracia liberal sobrevivir a la declinación de la clase media?) .

La sola presentación del título llamó la atención de muchos, al estimar que el propio Fukuyama incurrió en una contradicción de su famosa, conocida, y criticada teoría del “fin de la historia”, proclamada a principios de los años noventa del siglo pasado, admitiendo la errónea tesis de la misma. En ella, se resaltaba que tras la caída del comunismo, la democracia liberal sería el sistema por el cual el hombre se vería en última instancia completamente satisfecho en cuanto a sus deseos y necesidades, no existiendo otra alternativa en ese sentido (1).

Más allá de las repercusiones que tuvo el “fin de la historia”, el foco de atención recae en que Fukuyama advierte que las consecuencias de la actual crisis económico financiera desatada en 2008 pueden llevar a terminar con las bases y características de la clase media tal cual la conocemos, impactando entonces en la supuesta solidez de la democracia liberal.

La tesis central de la teoría del fin de la historia sostenía “que la democracia liberal se podía constituir en el punto final de la evolución ideológica de la humanidad, la forma final de gobierno y que como tal marcaría el fin de la historia”. Esto era argumentado mediante la afirmación de que “mientras las anteriores formas de gobierno se caracterizaron por graves defectos e irracionalidades que condujeron a su posible colapso, la democracia liberal estaba libre de esas contradicciones internas.

Para Fukuyama el papel de la clase media es fundamental como sostén de la democracia liberal, en tanto ella es la respuesta que el sistema capitalista y la economía de mercado brindaron en su momento a la tesis marxista de la burguesía y el proletariado.

Aquella postura consideraba que la burguesía basaba su dominio en la explotación de la masa obrera por medio de la plusvalía, y que la tendencia determinaba que la clase dominante iría reduciéndose, mientras que los proletarios constituirían una vasta mayoría que finalmente tomaría “conciencia de clase” y acabaría con el sistema de acumulación capitalista. Allí recaía la contradicción del dominio burgués, refutada a la postre por Fukuyama.

La cuestión es que a veinte años de la publicación del Fin de la Historia, Fukuyama muestra preocupación por los efectos que padece la clase media (sobre todo la de los países desarrollados) por el proceso de acumulación de riqueza surgido fundamentalmente de la revolución tecnológica y su influencia en la Globalización.

A medida que ésta se fue profundizando, cada vez más la riqueza se va concentrando en una menor porción de las sociedades, las cuales son las que poseen un mayor y mejor acceso a la economía de la información y por ende se benefician de las grandes ganancias que ella produce, generando un círculo vicioso.

Parte de su contradicción recae en que el Fukuyama destacó en su vieja teoría que la denominada “ciencia natural moderna” constituía un factor clave del proceso que llevaba al fin de la historia ya que, según aducía, “ella establece un horizonte común de posibilidades de producción económica. La tecnología hace posible la acumulación ilimitada de riqueza, y con ello la satisfacción de una serie siempre en aumento de deseos humanos. Este proceso garantiza una creciente homogenización de todas las sociedades humanas, independientemente de sus orígenes o de su herencia cultural”.

Pero la realidad pareciera demostrar que este proceso, aunque beneficioso en sus inicios y eficiente luego para consolidar la democracia liberal, ha derivado en un boomerang, convirtiéndose en la razón principal por la cual la enorme cantidad de riqueza creada en los últimos tiempos se acumule en cada vez menores manos, ampliando la brecha de la desigualdad.

Y no es que de repente Fukuyama se ha convertido a la izquierda, utilizando la clásica bandera de la injusta distribución del ingreso como crítica del sistema. El punto sería que existe “demasiada desigualdad”, la cual se basa fundamentalmente en los cambios inherentes a los procesos de producción y de la continua desindustrialización de los, paradójicamente, países industrializados. Según el filósofo político japonés-americano “la desigualdad siempre ha existido, como resultado de diferencias naturales en talento y carácter. Pero el mundo tecnológico actual magnifica ampliamente esas diferencias.”

La crítica entonces no se basa sobre el cuestionamiento al sistema en sí mismo, sino a la forma que aquel ha adquirido. Y la razón para justificar esta aparente contradicción, Fukuyama no la ubica como una condición inherente del capitalismo –como sí lo haría el marxismo– sino en la aplicación de aquel.

Lo concreto sería que se ha llegado a esta situación por dos vías: la primera es tomar al pie de la letra la teoría de la economía neoclásica sobre la correcta asignación de recursos del mercado, lo cual implica reconocer que la distribución del ingreso se realiza acorde al esfuerzo de cada uno sin mediar situaciones de necesidad o el verdadero valor del trabajo aplicado a la creación de riqueza.

En tanto, la segunda, de tinte más política, se centra en el manejo y el poder que la elite económico-financiera y los lobbies que evitan ser regulados han adquirido en estos últimos tiempos. Allí es donde el acceso a la parte superior del sistema les permite salvaguardar sus intereses, siendo los que poseen las mejores condiciones para insertarse en la economía de la información y por ende gozar de sus beneficios.

En donde sí Fukuyama pareciera mantener su línea del fin de la historia es en confirmar que las soluciones no pueden venir de la izquierda. Para él, dicha cosmovisión no ofrece la alternativa a la realidad actual, en tanto considera que las últimas experiencias de la izquierda académica, como el posmodernismo, el multiculturalismo, el feminismo y la teoría crítica -centradas más en lo cultural- han fracasado, ya que los destinatarios y objeto de su mensaje (obreros, clase media baja) son culturalmente conservadores, los cuales jamás podrían formar parte de un grupo o alianza política de ese tenor.

En cuanto a la izquierda más moderada, su problema recae en la falta de credibilidad, en tanto su postura sigue siendo la de defender los beneficios del Estado de Bienestar. El problema es que este modelo muestra ya su agotamiento en la crisis de Europa, reflejando el dominio ejercido por los sindicatos y sus enormes costos, lo que deriva en ser fiscalmente insostenibles dado el envejecimiento de la población.

Es el terreno del futuro en donde Fukuyama centra su preocupación, ya que percibe que al no ser la izquierda la “natural beneficiaria” de esta crisis, las respuestas vienen más en forma de populismo de derecha, con su tradicional énfasis en el proteccionismo, el nacionalismo, y los limites a la inmigración. Ello presentaría a priori una situación riesgosa, en dónde las reacciones de los países y Estados podrían profundizarse, generando resentimientos y efectos no deseados; algo así como una nueva década del 30 con un futuro incierto.

La solución pasaría entonces por encontrar un nuevo paradigma político-económico, teniendo como bases dos ejes diferentes a los actuales: una legitimidad en en cuanto a la representatividad de sus gobernantes, lejos de la influencia de las elites, y una combinación de los postulados de la derecha y la izquierda en el funcionamiento de la economía en pos de generar riqueza con una distribución menos inequitativa.

Observando este nuevo aporte en general podemos destacar sin dudas el cambio en el mensaje de Fukuyama, en tanto su ya vieja teoría aportaba optimismo, mientras que actualmente lo domina el pesimismo. Aunque el fin de la historia continua siendo ampliamente rechazada, algunos de sus postulados se muestran ciertos.

Su famoso “deseo de reconocimiento”, es decir la parte humana que completaba a la economía en la democracia liberal como el destino hacia donde marchaban las sociedades, pudo verse plasmado en las revueltas del mundo árabe contra sus dictadores, las cuales eran generadas y promovidas por el segmento más educado y con mejores ingresos y no por los excluidos.

También se podría agregar que la preocupación se focaliza en las clases medias de los países desarrollados, pero teniendo en cuenta el fenómeno de crecimiento de los países emergentes y su inclusión en el mercado de vastas porciones de la sociedad, se podría aducir que no toda la clase media mundial se encuentra en crisis. Aquí se evidenciaría entonces un cambio en el eje económico del mundo, con la periferia mostrando mayor prosperidad y un centro en plena crisis.

Pero en donde seguro sí Fukuyama mantiene su coherencia es en catalogar a la clase media y el proceso de acumulación capitalista que la ampliaba como ejes centrales del advenimiento y consolidación de la democracia liberal. Siendo bien marxistas, sin la clase media no habrá democracia liberal. © www.economiaparatodos.com.ar

(1) Fukuyama, Francis. “El fin de la historia y el último hombre”, Editorial Planeta, Barcelona, 1992.

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