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jueves 16 de noviembre de 2006

El fin de un mito

Las encuestas de opinión tienen tan poca confiabilidad científica que resulta temerario basarse en ellas para gobernar o prever escenarios políticos.

Dos de los padres de la estadística moderna, Frederick E. Croxton y Dudley J. Cowden, nos enseñan que las encuestas de opinión tienen una fragilidad científica tan enorme que nada debiera apoyarse en ellas.

Cuando se formulan ciertos tipos de preguntas, los seres humanos están inclinados a responder de una manera insólita que muchas veces no se condice con sus actitudes posteriores.

Así, por ejemplo, los chinos tienen una propensión muy alta a dar respuestas que ellos interpretan pueden agradar al encuestador o, en todo caso, no causarles problemas. En una investigación llevada a cabo en la ciudad portuaria de Xiamen, frente a Taiwán, donde se carecía de un adecuado registro de mortalidad, el número de personas que se morían era estimado por el número de ataúdes fabricados localmente. Las cifras de producción de los féretros subían aceleradamente mostrando el desarrollo de una peligrosísima epidemia que diezmaba a la población. Al cabo de un tiempo, los médicos sanitaristas, enviados desde Beijing, descubrieron con asombro que no existía ninguna epidemia y que, por el contrario, la gente de ese puerto de la provincia de Fujian era la más longeva de China y vivía más tiempo que antaño.

Confundidos porque las cifras de los ataúdes continuaban siendo muy altas, iniciaron una cuidadosa investigación, que les permitió averiguar que los cajones mortuorios seguían siendo fabricados por una empresa estatal y que sus administradores continuaban respondiendo a las encuestas de los funcionarios provinciales indicando la necesidad de producir mayores ataúdes. Lo hacían con el fin de que esos funcionarios pudiesen seguir justificando el sueldo y sus propios obreros no perdieran el trabajo.

En Misiones acaba de suceder algo parecido. Pero aquí los misioneros no tuvieron la intención de agradar a los encuestadores oficialistas. Todo parece indicar que estos traicionaron su imparcialidad y trastrocaron la finalidad de las encuestas para utilizarlas como medio de manipulación de la opinión pública al servicio del partido oficialista que pretendía la reelección ilimitada.

Requisitos científicos de las encuestas por muestreo

Para tener validez, las encuestas deben reunir condiciones rigurosas. Es fácil obtener una muestra sacada al azar dentro de un grupo homogéneo de objetos, como por ejemplo extraer tornillos de un gran recipiente que contenga varios miles de ellos (un tercio de las cuales sean plateados, un tercio dorados y un tercio azules por pavonado) devolviéndolos al recipiente y mezclándolos cuidadosamente antes de volver a sacar otros, para que cada uno tenga la misma oportunidad de ser seleccionado. En ese tipo de muestreo es muy alta la probabilidad de que la muestra contenga los diferentes tornillos en la misma proporción en que existen en el total y no en otra proporción diferente.

Sin embargo, es una infamia técnica hacernos creer que lo mismo ocurre con las encuestas de opinión política, aquellas sobre las cuales se arman verdaderas campañas manipuladas desde el propio gobierno.

Cuando nos encontramos en presencia de un conjunto de cosas inanimadas, homogéneas entre sí, diferenciadas por alguna característica, con la misma y exacta probabilidad de ser seleccionadas, podemos determinar la composición del conjunto. Pero de ninguna manera estamos en las mismas condiciones cuando este mismo método de muestras sacadas al azar se aplica en una población humana constituida por personas y familias diferentes, que tienen uso de la razón, cargadas de temores o esperanzas y con intereses muy concretos mantenidos en reserva.

Y peor aún cuando a esa población de seres humanos dotados del libre albedrío se les preguntan opiniones personales o preferencias políticas.

Todos debiéramos tener conciencia de que la opinión personal es una manera peculiar de pensar sobre un tema. Los seres humanos somos seres pensantes, que gozamos de libertad para mentir o decir la verdad, para exhibirnos sin inhibiciones u ocultarnos por pudor, para manifestarnos valientemente o callar por conveniencia.

En estas condiciones, cuando sacamos un tornillo del recipiente, no nos interesa que sea de color bronce florentino, plateado o azul pavonado. Tenemos unidades que difieren entre sí únicamente en el color, están hechas del mismo material y, en esencia, son todas del mismo tamaño, forma, peso y aspectos. Cuando los encuestados son seres humanos, encontramos que difieren entre sí en cuanto a la edad, al sexo, a la raza, a la actividad, al estado de ocupación, a la situación económica, al sentimiento religioso, a la formación cultural y a su buena educación o grosería. Lo único que tienen en común es que son seres humanos y que viven en este mismo país. Aquellas diferencias son fundamentales aunque no son las únicas, porque esas personas oyen propuestas, ven lo que ocurre, sienten angustias y alegrías diferentes, comparten opiniones ajenas o discrepan de ellas y, sobre todo, piensan. En consecuencia, mantienen o cambian de opinión sobre diversos asuntos públicos cuando se enteran que ciertos personajes políticos son sinceros o mentirosos, humildes o arrogantes, honestos o corruptos, inteligentes u obtusos, respetuosos o maleducados.

Las opiniones cambian por eso mismo, porque la gente también cambia en su manera de pensar. Entonces es totalmente anticientífico pretender deducir de un pequeño lote de entrevistas direccionadas cómo piensa la totalidad de la población y adjudicarle a los resultados de la encuesta el sello de una predicción infalible.

En Misiones se ha demostrado que todo esto es una vana arrogancia que conduce a errores fatales.

Actitud esperada del presidente

Si supiese aprender de sus fracasos, el presidente comprendería que la clamorosa derrota sufrida en Misiones representa la oportunidad de dar un ejemplo mucho más valioso que sus arengas semanales en el Salón Blanco de la casa de gobierno.

Se trata de un necesario gesto de humildad.

Quien por obra del azar consigue alcanzar el poder, generalmente desprecia la virtud de la humildad puesto que la confunde con la renuncia a la dignidad de la propia estima o, peor aún, con un enfermizo sentimiento de inferioridad frente a otros.

La humildad que esperamos del presidente es otra cosa.

Es aquel valor humano determinado por rasgos característicos que no son los de nuestro pequeño “yo”.

Primero, la preocupación de no dejarse engañar por las encuestas que puedan complacer a su vanidad; segundo, el rechazo de toda falsa alabanza que esté inspirada en el interés por sacarle beneficios; tercero, la gratitud porque diversas circunstancias externas favorecieron –sin mérito de su parte– la recuperación económica que hoy disfruta el país; y, por último, la disposición de actuar con respeto y cordialidad frente a cualquiera, sea que piensen como él o discrepen de sus convicciones. Eso es ser humildes.

La humildad significa reconocer que todo lo que poseemos –la vida y la salud, la inteligencia y el afecto, el dinero y la posición social, la familia y los amigos, los bienes materiales y las cualidades intelectuales, todo, todo sin excepción– es un don recibido sin mérito alguno de nuestra parte.

Esta actitud de humildad debiera llevar a reconocer el fracaso del método que se ha venido aplicando para hacer política, basado en creer a pies juntillas que debe obrarse según lo que dicen las encuestas, sin tener la menor idea de que todo este andamiaje pseudo-científico está edificado sobre bases endebles que se vienen abajo apenas alguien cuestiona su mecanismo de manipulación, como sucedió en Misiones gracias a monseñor Piña.

Por eso en Misiones pudimos comprobar el fin de un mito. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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