El fisco se ha convertido en leviatán
Cuando el Estado se desentiende del bien común y cuando los gobernantes se ocupan en acumular poder para acrecentar sus fortunas particulares, inexorablemente se convierten en usurpadores y advenedizos, porque utilizan al Estado como una ‘corpo’ depredadora que devora la vida, la honra y el patrimonio de los ciudadanos
EXTRAÑA OMISIÓN
El tema fiscal se ha puesto de moda porque los asalariados sufren en carne propia los efectos del eslogan populista que dice: “quienes más ganen, que más paguen”. Por su parte, el Estado nacional y popular quiere quedarse con todo, negándose a corregir los mínimos no imponibles y las escalas progresivas del impuesto, con el mismo aumento que tolera en precios y salarios.
La “corpo estatal” ha demostrado ser peor que las “corpo privadas” nacidas al calor de privilegios estatales. En fin, no hay peor astillas que la del mismo palo.
Por otra parte, la degradación de la moneda y el voraz aumento de impuestos aplicados a los coches han destruido el mercado automotor, así como también lo hicieron con los frigoríficos, los tambos, la industria láctea, la explotación de ovinos, la economía frutícola, la industria del vino, la construcción civil y el mercado inmobiliario.
No hace falta ninguna teoría económica para comprender que los aumentos de impuestos siempre empeoran la calidad de vida porque abortan el ahorro y paralizan el consumo.
Las personas honestas, aquellas que trabajan normalmente y se esfuerzan por cumplir sus obligaciones, tienen clara conciencia de ello. Por una cuestión elemental, saben que cuanto más impuestos deban pagar menos recursos les quedará para brindar una vida digna a su familia.
Sin embargo esta certeza, clara y manifiesta, que nadie puede negar o poner en duda es ignorada por nuestros gobernantes y pareciera no preocupar demasiado a ciertos economistas. Porque en los medios periodísticos o en muchos comentarios de power point cubren de elogiosos calificativos a cualquier anuncio de incremento en la recaudación fiscal. Lo describen como una señal auspiciosa. Hablan y pontifican diciendo que “se alcanzó un nuevo record beneficioso para el país”.
Es posible, que la persistencia en analizar la macro les haya obnubilado la visión de la micro, olvidando que los desequilibrios teóricos de la macroeconomía sólo encuentran explicación y arreglo en los equilibrios reales de la microeconomía.
EXPLICACIÓN METODOLÓGICA.
Esta ausencia de juicio crítico en el análisis se deba a algunos de estos motivos:
A) La necesidad teórica de simplificar para convertir la maraña de impuestos en una magnitud sencilla que pueda entrar en los modelos matemáticos.
B) La comodidad operativa obtenida al transformar la recaudación impositiva en mero % de presión fiscal sobre el PBI, cifra abstracta compuesto por datos híbridos y dispares.
C) El sofisma funcional, que resulta de la correlación estadística entre la presión impositiva global con el superávit presupuestario, la tasa del PBI o la redistribución de ingresos.
D) La ignorancia supina sobre la historia de la humanidad, que nos enseña que el poder depredador de los impuestos es la “causa generadora de pobreza en las naciones”.
FÓRMULAS UTILIZADAS CORRIENTEMENTE.
La fórmula que habitualmente se utiliza para medir la presión fiscal, divide la Recaudación de impuestos por el Producto Bruto Interno.
1° Algunos economistas toman sólo los impuestos nacionales cobrados por la AFIP, otros añaden las recaudaciones provinciales y municipales. Muy pocos incluyen los impuestos al trabajo eufemísticamente denominados “cargas sociales o salarios diferidos”. Al final el resultado es 47,2 %. (*)
2° Pero como hay evidencias de contribuyentes hábiles en eludir impuestos gracias a la “economía de los amigos del poder” o a la “economía informal” , ciertos analistas proponen realizar un nuevo cálculo dividiendo la presión fiscal anterior por el porcentaje de “economía registrada”. Esta nueva presión fiscal es 63,5% (*) e implica trabajar 231 días al año para pagar impuestos.
3° Ahora bien, no es lo mismo una presión global del 47,2 % cuando el ingreso anual per cápita es u$s 44.377 como Canadá, que la misma presión del 47,2 % si el ingreso per cápita tan sólo llega a u$s 9.189 como en la Argentina actual.
Por eso, otros economistas sugieren corregir la incidencia de los impuestos según el nivel del ingreso per cápita. Lo importante no es conocer la presión fiscal en abstracto, sino en saber cuánto queda en el bolsillo del contribuyente después de pagar impuestos sobre la renta.
Entonces, la presión fiscal diferenciada se consigue dividiendo el dato original por el ingreso nacional per cápita, arrojando en Canadá un índice de 0,10 (*) mientras que Argentina alcanza un índice de 0,51 (*) 4 veces peor que aquél país.
4° Finalmente, los economistas de la escuela austríaca entienden que el PBI incluye una mezcla dispar y heterogénea de valores agregados, dentro de los cuales se considera -sin prueba en contra- que “todo Gasto Público hace aportes positivos al bienestar de la población, incluyendo los sobreprecios de la corrupción, el derroche en subsidios, los gastos extravagantes y el nombramiento de amigotes o parientes en el Estado”.
Dado que estos supuestos existen en alto grado, sería más correcto detraer el Gasto Público de la producción real porque sólo aporta costos. De allí que sugieran calcular la presión impositiva restando al Producto Bruto Interno, utilizado como denominador, el monto del Gasto Público consolidado. De tal modo se detectaría cómo incide la fiscalidad en el PBI del área de mercado, excluyendo el gasto público porque corresponde
En la Argentina actual la presión fiscal sobre el PBI productivo generado por el mercado, neto del gasto público, sería del 88,3 %. (*), una cifra horrorosa.
(*) porcentajes obtenidos de valores reales o estimados correspondientes al 2014.
PARA REFLEXIONAR Y ACTUAR.
Cuando un observador imparcial examina sin apasionamientos ni prejuicios estas cifras, no puede menos que concluir que el Fisco Argentino se ha transformado en Leviatán. Es decir ese monstruo bíblico descripto por el filósofo político inglés Thomas Hobbes, que destruía embarcaciones y devoraba a sus tripulantes emergiendo del fondo de los mares.
Si el Estado se desentiende del bien común y los gobernantes se ocupan tan sólo de acumular poder para proteger sus intereses particulares, inexorablemente se convierten en advenedizos y transmutan al Estado en un monstruo implacable que devora la vida, la honra y el patrimonio de sus ciudadanos.
Por eso Hobbes decía que “nadie debiera osar despertarlo, porque de su tamaño tendrían temor hasta los más fuertes, no habrá bestia en la tierra que se le parezca, menospreciará toda cosa noble y se convertirá en rey de sátrapas, soberbios y prepotentes. Y así estamos.