El kirchnerismo y el Estado de Derecho
La plena vigencia del derecho en una sociedad implica siempre un esfuerzo, una lucha y un deber que obliga a la vez a todos los individuos y al Estado
Como ilustración adicional al respecto, decía el insigne jurista Rudolf von Ihering que: ‘una amputación es cosa no menos incómoda y dura que un litigio. Allí donde es necesario, debe ser preferida a la gangrena seca y a la muerte, porque las amputaciones y los litigios son medios para un fin. Donde sean necesarios es siempre mejor someterse a ellos, antes que por vileza hacer dejación de la propia vida y del propio legítimo derecho’.
Y añade que al hablar de la lucha por el derecho no la imagina como un conflicto material por medio de la violencia y la fuerza individual, sino más bien COMO UNA LUCHA LEGAL ANTE UN JUEZ.
‘El derecho es trabajo jamás interrumpido, y no un trabajo que solo interese al poder del Estado, sino también a todo el pueblo en general porque PARA EL QUE GOZA Y VIVE EN PAZ, OTRO HOMBRE HA DEBIDO TRABAJAR, PADECER Y LUCHAR’, sentencia finalmente.
Nuestra sociedad, ‘apretada’ por la agenda insensible de ciertos gobiernos corruptos, ha olvidado durante muchos años reconocer en el derecho la universalidad de principios fundamentales que desembocan finalmente EN LA ORDENACIÓN JURÍDICA DE LA VIDA que es la que sostiene el nacimiento de dicho derecho en forma análoga al nacimiento del hombre: uno y otro, son parte de un doloroso y difícil alumbramiento.
Acostumbrados a decirnos con prontitud y desparpajo por cualquier motivo “se entenderá con mi abogado” o “nos veremos en tribunales”, como una mera forma de descargar nuestro fastidio por “perder pie” frente a una controversia, hemos ignorado el respeto que debe rendirse al estado de derecho, que es mucho más que el resultado de una explosión visceral.
Para alcanzarlo hay que luchar y dar por él “la sangre y la vida, esa condición que establece entre los pueblos y el derecho, el mismo vínculo interior que el peligro inminente de la vida que la gestación crea entre la madre y el hijo” (von Ihering).
Al gobierno K habría que haberle hecho saber a tiempo que debía acostumbrarse a no cometer injusticia alguna, mientras que nosotros tendríamos que habernos puesto firmes, simultáneamente, para NO TOLERARLA; porque dicha resistencia es la que nos hubiera evitado sufrir los innumerables abusos de su parte todos estos años.
La fortaleza del kirchnerismo –hoy en franca retirada-, se forjó en gran medida sobre nuestra pasividad y desinterés por defender nuestros derechos DONDE HUBIERE HABIDO LUGAR PARA EXIGIRLOS (siempre lo hay).
Debiéramos haber dicho a tiempo, como Shylock (en el Mercader de Venecia, W. Shakespeare), a quien recuerda el jurista de Hannover: “la libra de carne que yo reclamo (nuestra democracia) fue comprada a muy elevado precio; es mía y yo la quiero. Si me la negáis ¡adiós vuestra ley! Las leyes de Venecia ya no tendrán ningún valor. Insisto en que se me haga justicia”.
Hoy deberíamos preguntarnos si hemos tenido durante estos años de infortunio autoritario la voluntad necesaria para luchar por nuestros derechos contra los desatinos y las injusticias que fueron estrechando nuestra marcha, mientras nos encogíamos de hombros, “protestones” e indiferentes. Como consecuencia, hoy nos hallamos frente a la última escalada del poder: el desprecio por nuestra propia vida. Una vida que para el kirchnerismo no parece tener más valor que una simple estadística.
De esa indiferencia se nutrió finalmente la muerte de Alberto Nisman, que creyó que más allá de actuar por la “conveniencia” de quienes lo nombraron en su cargo, debía tomar el camino correcto: analizar sospechas, denunciar y solicitar que “estuviesen a derecho”, si era menester, algunos ciudadanos argentinos, incluida la misma Presidente, frente a los indicios de que hubiesen cometido un posible delito.
Hoy tenemos que lamentar su ausencia. Ojala su muerte sea una nueva alborada para nuestra maltrecha república, sacudida por la voracidad insaciable de un gobierno corrupto y autoritario. Todo dependerá de que sepamos mantener en el tiempo el acto de contrición que hemos formulado en la “marcha del silencio” en su memoria.