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martes 29 de abril de 2014

El lenguaje gestual en la política

El lenguaje gestual en la política

El lexicógrafo estadounidense Stuart Berg Flexner, estudioso del “slang” norteamericano y coautor del Random House Dictionary of English Language, dice que la rapidez con que las palabras nacen y mueren es cada vez mayor.

Sostiene asimismo que de los aproximadamente 450.000 vocablos “utilizables” hoy día en el idioma inglés (por dar un ejemplo), unos 200.000 hubieran resultado totalmente incomprensibles en otra época, hasta para William Shakespeare.

Este cambio se ha acelerado en mayor medida en los últimos cincuenta años y el lenguaje ha sido acompañado del aumento de una gran variedad de “gestos” que en muchos casos lo ha suplantado directamente.

Cejas en punta, comisuras de labios apretados, el pulgar levantado de una mano para indicar que “todo está bien” o los dedos de la misma unidos en racimo hacia arriba significando que algo nos importa “un comino” o “de qué me hablas” y el popular “corte de manga” del neorrealismo italiano sirven cada vez más para expresar distintos estados de ánimo sin preámbulos.

Dicen los estudiosos del lenguaje que los gestos seguirán evolucionando con seguridad en el futuro según las circunstancias que impongan las distintas costumbres, como medio de “sintetizar” visualmente las oscilaciones de nuestros distintos estados de ánimo.

Los políticos, a quienes el protocolo “diplomático” les exige una cierta restricción verbal, nos indican no obstante con sus ademanes espontáneos qué pasa por su cabeza cuando expresan lo que muchas veces se ven “obligados” a decir para ocultar sus trapisondas.

Hay políticos muy astutos, que son capaces de poner caras “de circunstancia” casi perfectas. Otros (la gran mayoría), no aciertan a controlar su lenguaje gestual, y a medida que mantenemos nuestra vista clavada en ellos mientras hablan, podemos inferir qué ocurre en su interior mientras emiten sus “peroratas”.

Capitanich, por dar un ejemplo muy cercano, cuando habla mueve sus manos en círculos a la altura de su cintura como mezclando los huevos de una tortilla. La que pretende hacernos “digerir” cada vez que habla.

La “V” de la victoria de Sir Winston Churchill –trazada al aire con los dedos índice y medio-, simbolizando el comienzo de la paz, pasó a significar con el tiempo algo muy distinto a su origen, ya que al finalizar la Segunda Guerra, época en que el Primer Ministro inglés la puso de moda, significaba el triunfo de las armas sobre el oprobioso nazismo alemán.

En los últimos años, esta “V” ha pasado a integrar el acervo gestual de quienes pretenden señalar un triunfo político sobre un supuesto “enemigo”, olvidando que la contienda no debiera ser una guerra sino una mera compulsa entre “adversarios”.

Cuanto más autoritario es un partido, más afectos son sus “militantes” a “dibujarla” en la cara de quienes se les oponen, queriendo significar algo así como (pedimos excusas por el lunfardismo): “te la pusimos” o “te la pondremos”, tanto da.

El kirchnerismo, una mutación pedante del peronismo populista, nos ha regalado durante diez años tantos gestos en “V” por cualquier motivo, que ha dejado traslucir así la petulancia agresiva de sus sentimientos personales.

Si recorriéramos la “historia gestual” de Cristina Kirchner a través de los documentos gráficos existentes, podríamos comprobar además cómo construyó con su lenguaje de “expresión corporal” una obra maestra de la hipocresía, y advertiríamos cuán interesada estuvo en promover su propia “glorificación” personal, sin importarle un comino todo lo demás.

En las instancias previas a un cambio de escenario político y frente a las próximas elecciones, deberíamos estar muy atentos a la gestualidad que acompañará seguramente una catarata de promesas de los candidatos que, luego de ocurridas las mismas, quedarán en el olvido.

Será un buen ejercicio para descubrir el calibre de las “verdades” con que suelen dispararnos desde las tribunas con la mayor frescura.

carlosberro24@gmail.com