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lunes 25 de abril de 2011

El modelo de lo irresuelto

Los problemas que encontraron los Kirchner al llegar la Casa Rosada siguen siendo los mismos: parece que vivimos en un círculo vicioso.

“Nunca se produce un cambio sin la decisión de encararlo,
sin ensuciarse las manos.”
Winston Churchill

Para aquellos interesados en la dinámica del escenario preelectoral la única certeza radica en la no definición de candidatos y espacios. Las internas -ya sea por impericia en la materia o por ambiciones desmedidas- sesgaron las hordas de aspirantes al sillón de Rivadavia. En ese contexto queda apenas un calendario, un sinfín de enigmas, y una sociedad al borde del mayor hastío: aquel que se plasmó en el prefabricado eslogan de comienzos de siglo y que pretendía la renovación absoluta de los políticos.

Posiblemente, el “que se vayan todos” al que hacemos referencia haya trazumado en un “todos son iguales” cuyo efecto, sin embargo, no admite grandes cambios. Ahora bien, el desinterés en torno a la clase dirigente no es casual. Es obra de unos pocos “estrategas” aviesos que condujeron al pueblo por el camino del hartazgo a través de mecanismos de distracción masivos y creando eufemismos para confundir los conceptos.

La percepción del alza de precios indiscriminada, y cierta conciencia de la grotesca propaganda oficial transmitida en horarios y canales clave, no alcanza a crear la noción de crisis terminal en la sociedad. Téngase en cuenta que para los argentinos, durante muchos años, el concepto de crisis estuvo ligado al de economía o mejor dicho al de la disposición de efectivo en el propio bolsillo. Hoy la debacle asienta principalmente sus fauces en la ética, la moral, y la noción de lo superfluo y lo importante.

Por esta razón, la creciente actividad gremial -polémica por demás-, no es desistida a pesar de los “curriculums” de sus líderes que advierten a los trabajadores el hecho de estar conducidos por mafias más que por dirigentes interesados en el bienestar del asalariado. Las gracias dadas a Hugo Moyano por “tanta dignidad” que se lee en afiches callejeros radica en una realidad insoslayable que duele en demasía a esa clase media mareada por la irracionalidad. Y es que un trabajador de peajes o un recolector de basura, hoy, perciben un sueldo mayor al de un médico residente o un abogado que pasa sus horas en tribunales.

El orgullo de “Mi hijo el Doctor” que tan bien resumía las apetencias sociales de otra Argentina, sepultada por años de desidia y corrupción, se evaporó. A esta altura de los acontecimientos, las divisiones de clase son ya obsoletas: dentro de un mismo barrio pueden convivir profesionales con obreros sin que haya, a simple vista, grandes diferencias en la calidad de vida. Pero claro, esto no obedece al progreso de trabajadores humildes sino a la decadencia de aquellos hijos y nietos de inmigrantes que vinieran a construir la América, y formaran aquello que se llamó “clase media”. Hete aquí la ecuación por antonomasia del oficialismo: si todos tienen acceso al último modelo del electrodoméstico hay equidad en la distribución del ingreso.

Ese falso progresismo aduce que esta situación deviene de una gestión de gobierno cuando en rigor nace de burbujas que ya conocemos, y de haber igualado hacia abajo el nivel educativo de la sociedad así como también haber pulverizado la noción de esfuerzo como motor de crecimiento, y del valor del trabajo. (En otra entrega analizaremos qué es ser progresista realmente en Argentina para entender más profundamente o que sucede).

Hoy, un plan social que condena a la miseria perpetua es más buscado que un aviso clasificado capaz de ofrecer un puesto que conlleve en sí la dignidad del ser humano.

De allí a la explosión de un clientelismo magnánimo hay un paso. No hay que dejarse engañar: no se trata de dejar sin asistencia a los carenciados sino de proporcionarles las herramientas básicas para que puedan desarrollarse acorde a sus capacidades.

A su vez, la implementación de los “derechos humanos” como bandera política para consolidar un poder que no se tenía, ha llevado a la era de los acreedores sociales que afloran por los cuatro puntos cardinales. Todo nos debe ser dado por el Estado, hasta la propiedad de las empresas y los depósitos de jubilados.

Hoy en día, todos se creen con derecho al reclamo aún cuando los motivos esgrimidos no ostenten ninguna lógica plausible. El Estado quedó como deudor permanente del capricho más estridente. En su lugar, el gobierno actúa dilapidando pues si lo que deseo no me es dado “gratuitamente”, utilizo el “derecho” que me ha confiado para cortar una calle, sellar el paso, acampar en la vía pública o incluso atentar contra la integridad física a través de enfrentamientos o escarches a quienes piensan distinto o están en otro bando.

Si además tenemos en consideración que estas metodologías fueron avaladas y aplaudidas por el mismísimo kirchnerismo desde su llegada al Ejecutivo, se verá que la transmutación de lo ilícito a lo lícito no puede ser solucionada, ni siquiera cuestionada, por quienes precisamente le otorgaron legitimidad y jerarquía de “derecho” social. De este modo se explica – si bien no se justifica – la sucesión de manifestaciones cotidianas que no acatan regla alguna, y vacían hasta el último renglón de la Constitución.

La única forma de modificar esta especie de anarquía y anomia radica pues en devolver el contenido a la Carta Magna. No son tan necesarios los mentados pactos o alianzas de ninguna oposición sino la primacía de las bases fundacionales de la Nación. Desde luego que ello requiere decisión y acción. Sin eufemismos: embarrarse las manos. Esto no redituará en el corto plazo en imágenes positivas de sondeos pero será premiado a medida que regrese la convivencia en el marco de un país civilizado.

El orden no requiere de una clasificación de uniformes ni de cuadrículas geográficas o mapas de delito cibernéticos. Apenas reclama el reestablecimiento de los derechos verdaderos del ciudadano así como también de sus pertinentes deberes, los cuales de no ser cumplidos, conllevarán castigos palpables e inviolables. En síntesis: la ley y su respeto.

La administración de Cristina Fernández de Kirchner está dando muestras cotidianas de no poder revertir el desorden imperante: un poco por ser creadora del mismo, y otro poco por ignorar el cómo, máxime en etapa electoral donde prevalece el temor a bajar el caudal de votos establecido por ser oficialismo.

Si aquello no bastase para comprobar que no puede haber cambio alguno con estos personajes en el gobierno, nótese que sucede con otros casos emblemáticos como Cromagnon, la muerte del maestro Fuentealba en Neuquén durante una protesta docente, la valija de Antonnini Wilson, o los anuncios incumplidos.

¿La jefe de Estado puede asegurar que nunca más habrá una tragedia como aquella que dejó 194 víctimas y ningún detenido hasta ahora, o que no pueda mañana fallecer otro docente en una manifestación, o esté controlada la entrada de valijas como aquella cuyo paradero sigue siendo un enigma? ¿Cómo creer que habrá un tren bala, una autopista que una a determinadas provincias, o créditos para inquilinos por poner apenas ejemplos de las promesas que se han aplaudido en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno?

Los problemas que encontraron los Kirchner al llegar a Balcarce 50 siguen siendo los mismos. Todo puede repetirse como si viviésemos en un círculo. Poco se ha hecho y mucho se ha deshecho en el trayecto. El balance es inequívoco. “Profundizar el modelo” sólo puede definirse como la permanencia en un poder narcotizado para que compremos en 150 cuotas un secador de pelo, mientras continúan distrayendo, y agradeciendo que una actriz se bese en público con un ex ministro. © www.economiaparatodos.com.ar

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