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lunes 5 de julio de 2010

El modelo fascista de organización social

Bajo su imperio, todo el mundo cree que pertenece a alguna corporación, antes que a la única que debería imperar: la del individuo-ciudadano.

La manía fascista de dividir a la sociedad según “ramas de actividad” arruinó la idea de un orden jurídico universal para la Argentina y, por ese camino, ha lesionado incluso el principio de igualdad ante la ley.

El país no tiene un “Derecho” sino varios; por eso es hasta casi lógico que no rija en la Argentina el Estado de Derecho, el gobierno de la ley. La trama interminable de marañas legales que regulan la vida de los argentinos según sea lo que hagan es tan ridícula como contradictoria. Su aplicación supone que el “bien” del camionero implique el perjuicio del médico, que el “bien” del plomero suponga el perjuicio del abogado; que el “bien” del dentista repercuta negativamente en el canillita, y así podríamos seguir poniendo ejemplos ridículos, pero a la vez muy ciertos y posibles, de lo que el corporativismo ha significado para el país.

Todo el mundo cree que pertenece a alguna corporación, antes que a la única que debería imperar: la del individuo-ciudadano. Resulta paradójico pero el único colectivo que nos engloba a todos es la individualidad. No hay otro colectivo más mayoritario que ese; es más, de tan mayoritario es unánime.

Es por eso que los países cuyo centro de atención es el individuo-ciudadano pueden darse a sí mismos sistemas legales generales, bien extensos e igualitarios que hacen que el imperio de la democracia sea realmente genuino.

En la Argentina, una enorme porción del derecho general civil ha sido derogada por el derecho laboral general y éste, a su vez, ha sido derogado en gran medida por los estatutos profesionales especiales.

La expresión inglesa “common law” justamente trasmite la idea de un derecho común, general, aplicable a todos por igual, cualquiera sea el trabajo que desarrolle el individuo. Una vez más, médicos o camioneros o dentistas o canillitas puede haber muchos… pero no son todos.

Este entrecruzamiento de ordenamientos legales hechos a medida para las distintas actividades pone a unos contra otros e impiden la vigencia de una ley genérica, de aplicación amplia.

En el costado económico, también existe una circunstancia parecida. Aquí la condición que nos subsume a todos por igual es la característica de “consumidores”. En efecto, todos los que habitamos el país “consumimos”. Y en una enorme proporción, incluso, consumimos lo mismo: alimentos, transporte, indumentaria, etcétera.

De modo que lo único que debería proteger el “derecho común” es al consumidor y el único bien que debería estimularse desde la ley es el bien del consumidor porque es la característica que juega como denominador común de todos.

La Argentina, en cambio, ha elegido el camino inverso, es decir, el camino de sancionar normas dirigidas a buscar la protección o el bien particular de distintos “productores”. Ese tipo de legislación también produce interminables colisiones entre los intereses y las “conveniencias” de los distintos productores, porque lo que beneficia a unos perjudica a otros, con lo que en la suma algebraica total del beneficio común, el resultado es cero.

El fascismo, además de ser un sistema enemigo de la libertad y de los derechos civiles, es un conjunto de incoherencias altamente ineficiente por que produce constantemente irrealidades y artificialidades que solo benefician a los “árbitros” que las dictan y las sostienen.

Este sistema obliga a la sociedad a estar en una permanente tensión entre grupos sociales y pone al Estado (en realidad a los vivos que lo ocupan) en la situación ideal del repartidor que, como todo el que reparte, se queda con la mejor parte.

¿Se puede salir de este marasmo? Es muy difícil. Ahora que la organización fascista de la sociedad ha pasado a ser una segunda naturaleza en la Argentina, el desande del camino es casi imposible. El sentido común medio ha sido invadido y contagiado por la espontaneidad fascista. Enormes porciones de la sociedad encadenan sus pensamientos según una lógica fascista, a la que entienden y toman como natural. La idea de un Derecho Común le sonaría impracticable aun a los profesionales de derecho.

Es una verdadera picardía que el país, en un determinado momento de su historia, haya copiado tan mal. Pero eso no es lo más grave. De hecho, muchos se enamoraron de ese modelo al término de la II Guerra Mundial. El problema con el nuestro es que aún no lo ha superado y, como dijera el Conde Sforza, cuando los italianos “lo hayan dejado atrás, los argentinos seguirán sufriendo sus consecuencias”. © www.economiaparatodos.com.ar

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