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viernes 21 de noviembre de 2014

El ‘revoleo’ de las medias de Carrió

El ‘revoleo’ de las medias de Carrió

Elisa Carrió suele hacer un uso abusivo del concepto de ‘civilización’ cuando recurre a sus habituales invectivas contra quienes no comulgan con sus estrategias políticas. Su irascible condena y consiguiente abandono de sus compañeros de ruta en UNEN, mueven a pesar y desencanto

Dice Amartyan Sen: “cuando las relaciones interpersonales son vistas en términos singulares como enemistad o diálogo, sin prestar atención al grupo al que cada persona pertenece por conexiones políticas, sociales o culturales, gran parte de lo que tiene importancia se pierde y los individuos son colocados en estrechos compartimentos estancos”.

Esto es lo que ocurre cada vez que la ardiente diputada coloca su “determinismo cultural” en un plano de rechazo hacia quienes la rodean.

En efecto, no estar dispuesto a aliarse con alguien por sus creencias personales no autoriza a defenestrarlo diciéndole como Voltaire: “¡piensa como yo o muere!” Un eventual desacuerdo no debe conducir jamás a un desborde emocional, so pena de convertirnos en delirantes sin atractivo alguno para aquellos a quienes tratamos de seducir.

El fanatismo político se construye generalmente al no querer aceptar la finitud e imperfección del individuo y aleja al fanático del buen juicio, al punto de constituirse en impedimento para un programa de mejoras viable para la sociedad en la que vive.

Ese es el gran error de Elisa Carrió, una persona inteligente, que sabe manejar algunas reglas que permiten ordenar el pensamiento, pero que comete los errores que acabamos de señalar. Olvida que para obtener el beneficio de una sociedad cohesionada y activa en orden a un fin común para la búsqueda de mejoras sociales, no es condición “sine qua non” convertirse en un justiciero para legitimarlas.

Un gran teólogo francés, Jacques Bénigne Bossuet, decía que “la más grande debilidad de todas las debilidades, es temer en demasía el aparecer como alguien débil ante los demás”. Quizá allí esté encerrado el secreto del “revoleo” de las medias llenas de barro que sacude Carrió por encima de su cabeza de tiempo en tiempo, “enchastrando” piso, paredes y a quien se le ponga a tiro.

Un compromiso político de largo alcance, necesita como mínimo un conjunto de límites autoimpuestos frente a determinadas utopías de transformación, porque la misma necesita imperiosamente el respeto irrestricto de quienes tienen derecho a expresar su voz para arribar a resultados RACIONALMENTE ACEPTABLES.

Dice Jurgen Habermas al referirse a algunos aspectos de la política: “el multiculturalismo bien entendido NO ES UNA CALLE DE DIRECCIÓN ÚNICA que conduzca a la afirmación de un grupo o persona. Por el contrario, requiere la integración de los ciudadanos y el reconocimiento recíproco de sus pertenencias en el marco de una cultura política compartida. Los miembros de la sociedad están habilitados a conformar así su singularidad cultural tan solo bajo el presupuesto de que todos se comprendan como ciudadanos de la misma comunidad política. Son los títulos y poderes que encuentran sus límites en los fundamentos normativos de aquella Constitución de la que se deriva su propia legitimidad”.

Bastante claro y elocuente.

De lo antedicho, puede colegirse entonces la inutilidad de los abusos que se cometen muchas veces en aras de una supuesta moral única e inapelable que, en cualquier caso, solo promueven la arbitrariedad en la que se mueve quien amenaza a los que discrepan con él, pensando que tiene un derecho otorgado por Dios para condenarlos.

Es una verdadera lástima que la sociedad no pueda aprovechar las buenas cualidades intelectuales que demuestra poseer Elisa Carrió oscurecidas visiblemente por su peculiar sentido de la libertad. Nunca es bueno empujar a una zanja a quienes luchan por mantenerse unidos a través de matices que no son siempre necesariamente condenables.

Sin ir más lejos, es lo que pretende hacer a diario su archirrival (no declarada), Cristina Fernández.