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jueves 23 de marzo de 2006

El sentido de la educación (II)

Después de lograr que los jóvenes adquieran un sentido de la vida que supere la inmediatez, es preciso hacerles descubrir que vale la pena vivir y que la comodidad no es el valor más importante que debe guiar nuestra existencia.

Supongamos por unos minutos que hemos conseguido situar a nuestros alumnos en la realidad: podrán tomar sus propias decisiones y cargar con las consecuencias, sean éstas positivas o negativas. Nos queda ahora hacer que descubran que vale la pena vivir la vida, que estamos aquí con alguna finalidad teleológica que quizá aún no comprendamos, que somos irrepetibles y que nuestra propia vida tiene un sentido, seguramente distinto al que en muchos casos la sociedad a través de los medios nos propone.

Hay que comprender primero que las generaciones actuales han sido educadas en una cultura absolutamente hedonista. El valor “comodidad”, que obviamente siempre existió pero que no ocupaba uno de los primeros lugares en la escala valorativa de las sociedades hasta hace poco, hoy es casi el valor máximo a acceder a costa de lo que sea. No importa ya si un asunto es bueno o malo, lindo o feo, atractivo o repulsivo, ubicado o desubicado, adecuado o inadecuado: lo que importa es si es cómodo o incómodo, de modo tal de buscar lo cómodo (siempre que esto no implique demasiado esfuerzo) y rechazar lo incómodo (nuevamente si esto no es a costa de sacrificio). Porque, graciosamente, si algo conlleva esfuerzo no proporcional, “aguantan estoicamente” la incomodidad por no esforzarse en lograr ser cómodos (en este ámbito, el nivel de incoherencia es asombroso).

¿Cómo lograr que estos hombres y mujeres para los cuales la comodidad es casi el fin último de la vida se transformen en personas concientes? ¿Cómo lograr que a alguien que desde la más tierna infancia le han inculcado que lo importante es estar cómodo adquiera un sentido de la vida distinto de éste? Puesto en blanco y negro, para un alto porcentaje de esta generación de adolescentes y jóvenes el sentido de la vida es “estar lo más cómodo posible, la mayor cantidad de tiempo posible, en la mayor cantidad de circunstancias posibles”.

Y creo que en esta definición del sentido de la vida está precisamente la semilla desde donde hacer descubrir a los jóvenes el real sentido de vivir, aquello por lo que realmente vale la pena estar vivo. Simplificando hasta el extremo, el tema es hacer propia la frase sobre la comodidad, pero hacer que cada vez sea más incómodo estar cómodo, aunque parezca contradictorio. Para ponerlo en términos un poco más entendibles, que el costo de estar cómodos genere un alto grado de incomodidad.

Permítanme un ejemplo que creo que es gráfico. Hace un tiempo estaba viendo televisión con un par de adolescentes en la sala de estar de un hotel. Uno de ellos comenzó a sentir frío, pero debía bajar un piso y volver a subir para conseguir una manta. Por supuesto que le pidió al otro que lo hiciera por él. Por supuesto, el segundo no movió un músculo. Como explicaba más arriba, el adolescente en cuestión no iba a incomodarse (en este caso levantarse y bajar y subir las escaleras) para estar más cómodo (en este caso abrigado). Luego de unos minutos en que nadie se movía, se me ocurrió una idea macabra: encender el aire acondicionado. Como yo era un desconocido, probablemente no me dirían nada. Se limitarían a mirarme con cara de odio. Era un bajo costo a pagar para ver qué sucedía. Pues bien: a los pocos segundos “el friolento” bajó a su habitación a buscar una manta y volvió a subir. Logré ponerlo lo suficientemente incómodo como para que se esforzara en ponerse cómodo. Y creo que éste ha de ser uno de los mecanismos habituales que deberíamos tener en la cabeza los docentes. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA).




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