Creo que uno de los grandes errores en que hemos caído las escuelas, en general, y los docentes, en particular, es que hemos dejado de “incomodar” a nuestros alumnos.
Cada vez les damos las cosas más masticadas. Basta con mirar los manuales actuales y los de hace algunos años. Cada vez les facilitamos más las cosas, por ejemplo en la manera de rendir exámenes cuando no aprueban la materia durante el año. Cada vez les permitimos que se sienten de una manera más recostada. Les permitimos que escriban con cualquier color, que no usen uniforme, que traigan cualquier carpeta, que lleven el pelo del color y largo que les guste, que usen aros donde se les ocurra, por sólo citar unos pocos ejemplos superficiales. Y yendo un poco más a lo profundo, cada vez exigimos menos en el aspecto académico, aprobamos con menos contenidos, permitimos más faltas de ortografía, damos más oportunidades para recuperar y consideramos cada vez más las circunstancias particulares. Resumiendo: nuestros alumnos cada vez están más cómodos y el costo de las pequeñas incomodidades que les provocamos no es suficiente para que decidan abandonarlas.
Hemos hecho el trabajo al revés: en vez de prender el aire acondicionado les hemos puesto la calefacción. Ni siquiera nos hemos quedado quietos: nos hemos movido en el sentido opuesto al que deberíamos haberlo hecho.
Para poder “salvar al hombre”, es decir, comenzar a vivir los principios ecológicos pero aplicados al hombre, lo primero que debemos hacer es cambiar de óptica: nuestro objetivo debe ser que nuestros alumnos aprendan, no que estén cómodos. No los sobreprotejamos nosotros. Bastante, pobres, ya tienen, con la sobreprotección de la que hablé en las notas anteriores de esta serie y que les brindan sus familias y la sociedad. No caigamos en esa trampa. Si merecen 8 puntos, califiquémoslos con 8 puntos. Y si merecen 2, con 2. Creo que para la autoestima de alguien es más destructivo sacarse un 7 cuando sabe que se merece un 4, que sacarse un 4 como corresponde.
Cambiada la óptica, las pautas particulares son sencillas: basta seguir las reglas. Incomodarlos lo suficiente para que sea más rentable estudiar que no estudiar, traer la tarea que no traerla, ser prolijo que desprolijo, asistir a la escuela que faltar. A veces me da pena cuando hay alumnos que se llevan 11 materias y las aprueban todas en diciembre: me parece un pésimo ejemplo para los que no se llevaron ninguna. Quizá esa sea una de las causas que hagan que cada vez más alumnos se lleven materias. Por ejemplo, ¿qué pasaría si por llevarse más de 5 materias a examen el alumno debiera hacer un curso especial en enero? ¿Creen ustedes que habría tantos repitentes como ahora? Estoy seguro de que no. ¿Qué sucedería si sólo existiera la posibilidad de tener 3 inasistencias al año que no fueran por enfermedad? Creo que, paradójicamente, habría menos alumnos libres.
Poco a poco irán sintiendo en carne propia que ser responsables no sólo es más cómodo sino mucho más agradable que no responsabilizarse por sus actos. Poco a poco podrán quitarse esa coraza que les pusimos los adultos y que no permite que salgan esos ideales magníficos que hacen eclosión en la adolescencia. Poco a poco, apoyados en su propia comodidad, los iremos sacando de esa comodidad paralizante, que les impide ver y sentir lo agradable que es la vida.
En resumen, si queremos que nuestros alumnos abandonen la cultura de la comodidad, utilicemos esa misma cultura como medio, pero claramente no como fin. Pongámoslos incómodos. De esa manera, estaremos generando personas responsables y conscientes. Y pondremos nuestro granito de arena, desde la escuela, para salvar al hombre. © www.economiaparatodos.com.ar
Federico Johansen es Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). |