El tiempo juega en contra de Cristina
El valor de los bienes de consumo procede siempre de las apreciaciones subjetivas del individuo, ya que éste al operar establece su propia escala de preferencias. Tales valoraciones entrelazadas entre sí engendran la demanda, ordenando de tal modo la actividad productiva de la economía (Ludwig von Mises)
Es bien sabido que entre producción y consumo transcurre siempre algún tiempo, por lo que ciertos esfuerzos tardíos que hace nuestra reina plebeya para sacarnos de la parálisis a la que nos condenó con decretos persecutorios y arbitrarios, están condenados al fracaso.
Las rimbombantes inauguraciones de emprendimientos supuestamente productivos, no son más que puestas en escena emergentes del temor que ha logrado inspirar entre los chupamedias que la rodean, que se ven obligados a montar simulacros de entidad gaseosa para morigerar de algún modo sus habituales rabietas intempestivas.
A la falta de tiempo disponible, se suma el hecho de que NADIE LE CREE UNA SOLA PALABRA. Insólitamente, ha conseguido algo bastante difícil de lograr al mismo tiempo: recelan de ella no sólo los opositores a su gobierno, sino también aquellos que hasta hace poco se habían apegado al sí señora, embargados por una sumisa felicidad boba. Hoy lo hacen a regañadientes, más preocupados por saber adónde irán a parar si todo termina explotándoles entre las manos, o en los estrados de la justicia, como parece que ocurrirá.
Mientras tanto, las actividades comerciales se concentran en escenarios financieros especulativos: la Bolsa, el aprovechamiento de mayores o menores intereses ofrecidos por los Bancos y la compra de dólares en el mercado de cambios por parte del Banco Central y los particulares. Las transacciones efectuadas a la vista o por debajo de la mesa, son así la ocupación primordial de quienes presienten que Cristina puede levantarse más o menos embravecida una mañana según la cantidad de buen sueño acumulado durante la noche y disponer lo contrario de lo que sostuvo el día anterior.
Sobre todo, porque le interesa muy poco la economía y no entiende de ella ni una jota. Su fuerte –ya lo ha dicho ella misma-, es la abogacía exitosa y la arquitectura egipcia.
Ni los jóvenes eufóricos de La Cámpora pueden sustraerse a este clima y andan trajinando de aquí para allá tratando de agenciarse cargos rentados donde buscan “atornillarse” para no ser echados a caminar de vuelta por donde llegaron.
La economía no arranca PORQUE PESA SOBRE ELLA LA DECISIÓN NEGATIVA DE CENTENARES DE MILES DE PERSONAS QUE NO CREEN EN EL GOBIERNO (a tono con las prevenciones de von Mises). Todos se sienten frustrados por la cuota adicional de incertidumbre que ha sumado el kirchnerismo a los vaivenes de por sí impredecibles de algunas variables, por lo que las principales cuestiones se dirimen hoy en un escenario presidido por un universo abrumador de malos encuentros.
Por otra parte, quienes entreven la agonía de sus proyectos y luchan por sobrevivir, no pueden superar el luto al que los enfrenta un gobierno que tiene enormes limitaciones y está inundado por una neurosis generalizada que ha provocado la ausencia de herramientas imprescindibles para la reactivación: el respeto a la libertad y un control “limpio” del Estado estipulando reglas de juego claras para todos los actores del escenario económico.
No es difícil entender entonces cuál es el problema de fondo: la sociedad está sometida al pánico y la urgencia de un kirchnerismo que ha salido a “cazar al voleo” sus últimas posibilidades de subsistencia, tomando medidas desesperadas que incluyen castigos ejemplares para aquellos a quienes sindica como representantes del mal. Hoy, los industriales, mañana los hombres de campo o los sindicalistas, la semana que viene, quién sabe.
El plazo mayor para el desbarranque final podrá ser contabilizado en diciembre de 2015 de acuerdo con lo estipulado por la ley, pero el menor, nadie puede saberlo aún. En cualquier caso, Cristina Fernández se retirará de su mandato con el rabo entre las patas, como ocurre cuando se ahuyenta a un perro callejero; y en cualquiera de los supuestos, la herencia que dejará detrás de sí será funesta para el país.