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lunes 11 de junio de 2007

El valor de la escucha

La capacidad de escucha tiene sumo valor para la comunicación, no sólo en la familia, sino también en la política y en el ámbito de lo social. Cuando ésta falta, surgen el fundamentalismo y el autoritarismo.

PRIMER PLANO
Este hombre es diferente. Cuando hablo,
no escucha lo que va a decir
cuando le toque el turno.
Escucha lo que digo.

Josefina Trebucq

El ser humano, la especie animal por excelencia, es –paradójicamente– la única que no puede valerse por sí misma en sus primeros tiempos de vida. Tenemos que aprenderlo todo. Estamos, por lo tanto, natural y felizmente, diría, condenados a vincularnos para subsistir.

Desde nuestro primer minuto de existencia, damos cuenta de que lo que nos hace ser personas es nuestra capacidad y necesidad, al mismo tiempo, de que otro nos cobije, nos alimente, nos eduque, nos permita crecer. Más tarde, la extrema dependencia se irá mitigando, pero aun en la adultez nos necesitaremos unos a otros de manera imprescindible.

En nuestra sociedad postmoderna, pareciera, sin embargo, que quedan pocas butacas vacantes para la inclusión y participación del otro en la obra tragicómica de nuestras vidas. Uno mismo ha comprado todos los tickets de la función, uno mismo dirige y actúa la obra, uno mismo escribe la crítica. Sólo uno mismo es quien realmente importa.

El exitismo a costa de increpar y pisotear al otro, la competencia que se regodea en el error y el fracaso ajeno, el individualismo obnubilado, parecen ser densos nubarrones que enrarecen la atmósfera, nos ciegan y nos convierten en una comunidad de individuos que vivimos juntos, aunque separados, en una especie de solitaria compañía. Un conjunto de soledades habitando en monoambientes en la ciudad de “Egolandia”.

Buscando algún ejemplo reciente que sustente estas líneas, registro que llamó a muchos la atención el debate último entre los candidatos a Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ninguno dejó un espacio para el otro, para la diferencia, ninguno hizo pie en su identidad, en un mensaje propio; buscaron, simplemente, hacer trastabillar al, para ellos, enemigo de turno. Con lo que estuvieron muy lejos de brindar oídos y palabras a la ciudadanía a la que quieren representar.

En esta sociedad desacostumbrada al debate verdadero y al enriquecimiento a partir de lo diverso, se está sintiendo cada vez con mayor fuerza la carencia de una gran virtud: el valor de la escucha.

Escuchar al otro verdaderamente requiere de algunos fundamentos básicos:
• una posición de descentramiento, por la cual lo mío no es lo único, lo absoluto, lo mejor.
• calidad empática, que nos permita ponernos en la piel del otro, respetar sus ideas y comprenderlas.
• apertura a la diferencia, actitud que paradójicamente enriquece nuestra originalidad y nos abre a un diálogo auténtico, movilizante.
• valoración explícita de un “nosotros” que nos permita recordar, como se ha dicho, por qué somos personas.

La capacidad de escucha tiene sumo valor para la comunicación, no sólo en la familia, sino también en la política y en el ámbito de lo social. De hecho, cuando ella se ausenta, caemos en el horror de los gobiernos fundamentalistas, las familias autoritarias o los grupos regidos por cerrados prejuicios sociales.

Por todo lo que he dicho, no sorprende que, cuando uno conversa con adolescentes, ávidos y valiosos lectores de nuestro tiempo, surjan interesantes conclusiones. Más allá de la crítica que puedan hacer acerca de la charla sostenida, los jóvenes en primer lugar privilegian el espacio que se les ha dado para expresarse, es decir, valoran el hecho de haber sido escuchados.

Al mismo tiempo, expresan el deseo intenso de tener una comunicación más fluida con sus padres sobre temas que les interesan y preocupan, algunos tan complejos como la sexualidad o las drogas.

¿Qué le están pidiendo con urgencia al mundo adulto? Le están pidiendo ser escuchados.

Nos están pidiendo que nos detengamos. Que dejemos de mirarnos al ombligo, que recordemos que si ellos están hoy aquí con nosotros es porque son fruto del vínculo humano.

En este sentido, quizás sea tiempo de volver a ser adolescentes. Porque nos devuelven la memoria de saber que la vida nace del “nosotros”.

Pero, para ello, como dice la poeta, tenemos que aprender a escucharnos en serio. © www.economiaparatodos.com.ar

El licenciado Arturo Clariá es miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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