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jueves 7 de septiembre de 2006

Elecciones para el Consejo de Seguridad de la ONU

Como todos los años, las Naciones Unidas se aprestan a elegir los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad. Venezuela pretende ocupar el sillón que le corresponde a América Latina, con el apoyo del MERCOSUR.

Como todos los años, en una liturgia prevista por la propia Carta de las Naciones Unidas, su Asamblea General se apresta a elegir a la mitad de los diez miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de la organización. Ellos duran dos años en su mandato y se renuevan por mitades. Lo que quiere decir que cada año salen cinco y entran cinco. Este año sale la Argentina, que está ocupando circunstancialmente un asiento del Consejo (aunque usted probablemente no se haya dado cuenta, porque poco –y nada– de significativo hemos hecho) después de haber cumplido –también en esto– un papel mediocre. Como casi todo en política exterior, hemos sido totalmente intrascendentes en la ONU. Más allá de la habitual retórica diplomática y de los esfuerzos kirchneristas por figurar.

Los amigos de mis amigos son mis amigos

Está claro que los únicos dos capítulos de alguna actividad –más o menos coherente– en la absurda política exterior de los Kirchner han sido, hasta ahora: (i) nuestro acento permanente en la promoción –activa e incansable– de otros y (ii) la vocación de pelearse y confrontar con cualquiera que esté enfrente (particularmente si es uno de nuestros vecinos) si osa hacer algo que nos incomode o perjudique mínimamente.

Respecto al primer punto, me refiero a los intereses de Bolivia, Cuba y, muy especialmente, a los de la Venezuela de hoy, la aliada estratégica de Bielorrusia, Irán y Siria, que ahora se aproxima a incorporar a esa lista de socios “de lujo” nada menos que a Corea del Norte. Recordemos también aquí que, insólitamente, Néstor Kirchner sintió la necesidad de explicarle a los españoles (que él cree que no entendían lo que ocurre en la región) cuán “buena gente” son Hugo Chávez y su fiel escudero, Evo Morales.

Todo para consumo interno, por cierto. Así nos va. Nos ven, y no sin razones, como “junior partner” del eje Castro-Chávez, o más bien del eje Chávez-Castro, que aspira a reemplazar a Brasil en el liderazgo de la región, pero con tono hegemónico y provocador.

En síntesis, la política exterior es manejada como si se tratara de una conversación liviana en un taller mecánico de Santa Cruz, en el que se toma mate y se juega a las cartas con amigos.

La importancia de estar

Hace pocas horas, Mark Turner, del Financial Times de Londres, señaló que, para los miembros de la ONU, una elección al Consejo de Seguridad es “un importante endoso al prestigio diplomático del respectivo país”.

De acuerdo, salvo que se ingrese a través de la picardía habitual de obtener para ello –primero– el endoso de la propia región, en cuyo caso el acceso a la banca es casi un picnic, desde que las demás regiones votan automáticamente al endosado, en función de un extraño “pacto de caballeros” entre los miembros de la ONU. Esto es lo que solemos hacer.

Turner agrega, con toda razón, que la presencia de un país en el Consejo es importante porque le confiere “la posibilidad de influenciar en las cuestiones más urgentes de la agenda internacional”. Y, además, la de obtener alguna “renta”.

Es efectivamente así. Pero hay que querer (y saber) hacerlo, para poder aprovechar la oportunidad. Cosa que obviamente no hemos hecho en nuestra actual presencia en el Consejo. Nos faltó, en todos los niveles de decisión, la imprescindible dimensión. No en vano desde Montana, Siberia o Santa Cruz las cosas suelen verse de otra manera, y esto cuando no hay ideologías que perturben. Cuando las hay, pasa lo que nos pasa: nada, en medio de la confusión permanente.

Las elecciones que se aproximan

Este año, la región pone el “picante” en las elecciones de la ONU. Porque aparece la candidatura de Venezuela. Sin endoso regional, por supuesto. No sólo por lo que, en sí mismo, es el “bolivarianismo”, también porque la pequeña y simpática Guatemala se ha animado (y hay que tener agallas) a competir con los petrodólares del marxista Hugo Chávez, que cuenta con el endoso del MERCOSUR a su favor, por gestión principal de la Argentina, país que dio a Venezuela el primer espaldarazo nacional de ese grupo. (Chile aún no se lo ha dado, y es dudoso que, pese a la ideología de Bachelet, el país –que suele ser serio– termine dándolo). De esta manera, el MERCOSUR es una “trampa política” en la que, una vez que se entra, no se puede salir. Como si no hubiera marcha atrás. Pero, cuidado, el voto es secreto.

Venezuela debe obtener 128 votos. Es posible que los logre. Cuando intentó –sin éxito– sentarse en el Consejo de Derechos Humanos, logró apenas 116. Estuvo cerca. Con las giras de Chávez y sus dádivas en oro negro, ahora las cosas pueden ser diferentes; es posible que tengamos a un “socio” hablando por nosotros (a su manera) en el Consejo de Seguridad. ¡Qué buen panorama! ¡Con el mundo como espectador!

Para el asiento que, en cambio, corresponde a Asia hay tres candidatos distintos: Indonesia, Corea del Sur y Nepal. Posiblemente la lucha verdadera esté entre los dos primeros. El último tiene mucho que hacer en su casa, antes de ocuparse de las crisis de los demás.

Bélgica, la ahora hiperactiva Italia y Sudáfrica, por otra parte, aparentemente tienen ya –todas– diplomáticamente asegurada su pretensión de ingresar al Consejo.

El perfil siempre activo de Italia

Lo de Italia merece un comentario aparte, teniendo en cuenta que nuestro país acaba de declinar expresamente la posibilidad que se le ofreció de participar en la importante y compleja Misión de Paz en el sur del Líbano. Nuestro “no” se explicó desde el poder con las palabras señeras del ex guerrillero Horacio Verbisky: “porque no nos conviene”. Nos escapamos del deber con la velocidad de un rayo. Por razones que, ahora sabemos, fueron –según nos dicen– “de conveniencia”. Como si la participación en esas misiones de paz fuera una cuestión que nada tiene que ver con la solidaridad. Ni con la nobleza. Ni con la generosidad. Ni con algo que se llama deber.

Lo nuestro no sorprende. Para entender el deber hay que saber lo que esa palabra quiere decir. Pero ocurre que participar en las misiones de paz “no trae votos” y puede generar problemas, y en ese tipo de encrucijadas la respuesta de los Kirchner es siempre “no”. Riesgos, no, jamás.

Como cuando se trata de garantizar la seguridad personal, cuando hay que enfrentar algún riesgo, miramos para otra parte, con la excusa que sea.

Frente a esta conducta hay que destacar que el ministro de Defensa de Italia, Arturo Parisi (un hombre perteneciente a un gobierno claramente de izquierda, pero serio), al tiempo que su contingente en esa fuerza de paz (el más numeroso y el primero en llegar a la zona de operaciones con una presencia significativa, más allá del puñado de doscientos soldados que envió la dubitativa Francia) pisaba por primera vez suelo libanés, dijo, con legítimo orgullo: “La misión de paz es peligrosa, pero justa”. Es así. Pero un gobierno con funcionarios como el impresentable D’Elía está en otra cosa, muy distinta. Y ahora está claro como el agua.

Como cree el mencionado Parisi, ésta será una misión larga, riesgosa, costosa y exigente. Mientras esto ocurre, el canciller de Italia, el comunista D’Alema, está en paralelo, como corresponde, trabajando por la paz activamente en todos los frentes.

Italia, recordemos, ha estado presente, al propio tiempo, en Afganistán y ha puesto el hombro en Irak. A través de dos administraciones que son como el agua y el aceite. Pero que actúan con la coherencia que generan el respeto y la autoestima. Pocos en el gobierno peninsular se preguntaron si a Italia “le convenía” participar en el Líbano. Porque saben que ponerse el casco azul es un esfuerzo voluntario, siempre peligroso en términos de vidas y recursos. Pero está meridianamente claro que Italia tiene conciencia de que en la comunidad internacional hay buenos ciudadanos (y también de los otros) y quiere estar alto en la lista de los primeros, que no es tan corta como algunos creen, y en la que, desde luego, nadie se pregunta si “le conviene” o no pertenecer a ella.

Muy distinto de lo que aparentemente cree alguno que –es obvio– tiene el “oído” del Presidente y la publicidad oficial, que –de todas maneras– no es afecto a escuchar a nadie y sí, en cambio, a hacer lo que se le da la gana. Lo que es grave porque es mandatario de un país compuesto por todos quienes lo habitan. No sólo por algunos que pueden ser útiles para implementar un proyecto hegemónico que va más allá de nuestras fronteras, con socios que nos muestran hacia dónde podemos estar también nosotros caminando, aunque no nos demos cuenta.

Aunque ahora, la “resistencia republicana”, de la que hablara algún analista, pueda haber comenzado a ser visible. Particularmente después de la enorme demostración en Plaza de Mayo que organizó el milagroso ingeniero Juan Carlos Blumberg, que bien puede generar un antes y un después, y resultar el tibio comienzo de una ola “naranja” en nuestra sociedad, que ya demostró haber perdido el miedo y poder decirle “basta” a las intimidaciones. No es poco, frente a nuestra fea realidad. Es mucho, para empezar a volver a la República extraviada. Sin más demoras. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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