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jueves 15 de marzo de 2007

En Bolivia avanza el autoritarismo, mientras Brasil no alcanza el protagonismo que pretende

Evo Morales pretende usar a la justicia de su país como arma política. Brasil, por su parte, no logra la calificación de “investment grade” que persigue desde hace tiempo.

1. El totalitarismo crece en Bolivia

Cada vez está más claro que Evo Morales tiene fuertes tendencias totalitarias. Habiendo llegado al poder a través de las urnas, mecanismo que está en la esencia misma de la democracia, Morales y los suyos procuran ahora deformar las instituciones de la democracia, utilizándolas –a su gusto y paladar- como armas de índole política.

Hasta no hace mucho, la Corte Suprema de Bolivia había, con reiteración, mostrado su independencia limitando, con coraje, las aventuras de Morales. Así, por ejemplo, le recordó (lo que es obvio) que la Asamblea Constituyente, al ser derivada, tiene la obligación de actuar dentro de los parámetros de la Constitución del país. Por esto, si la Carta Magna dispone que cualquier reforma de la Constitución exige el voto favorable de los dos tercios de los Constituyentes, esto no puede dejarse sin efecto (como pretende el partido de Morales –el MAS-) y disponer, en cambio, avanzar por mayoría simple.

Inspirado quizás en la conducta de algunos jueces federales argentinos que –desde hace rato– parecieran ser instrumentos del poder político, esto es ni independientes, ni imparciales, Morales ha decidido construir una “justicia amiga” para usarla en contra de sus enemigos políticos, como instrumento.

Con ese objetivo, entre gallos y medianoche, a fin de año, Morales designó cuatro nuevos ministros (provisorios) en la Corte Suprema. En violación de la Constitución, ciertamente. Como cabía esperar, esos cuatro nuevos ministros han sido directamente asignados para presidir las salas penales del Tribunal, es decir para hacerse cargo de los juicios de responsabilidad promovidos contra ex presidentes y sus ministros, como Gonzalo Sánchez de Losada, Jorge Quiroga y Eduardo Rodríguez Veltzé.

No contento con esa maniobra, está a punto de cambiar también al fiscal general. Ya reemplazó a los funcionarios inmediatos –el secretario general de la Fiscalía, los inspectores y los subinspectores– y despidió al 60% de los abogados asistentes en las salas penales de la Corte Suprema. La idea pareciera ser la de condenar a sus rivales políticos con jueces adictos. Justicia fariseica, entonces. Una que luzca limpia pero que, en verdad, sea adicta. Esto es todo lo contrario a la democracia: es abusar de ella, es engañar a la gente y es traicionar a un país.

2. La desordenada vida sentimental de Evo Morales

Pocos en La Paz (y muchos menos en el palacio del Quemado) se animan a hablar de la vida sentimental de Evo Morales. Casi nadie. Un indiscreto libro que desde mediados de enero está a la venta en Bolivia aporta, sin embargo, algunos datos interesantes. Sus autores son dos periodistas bolivianos, Darwin Pinto y Roberto Navia, y el título es “Un tal Evo”. Nada extraordinario, pero es un ensayo entretenido, con información que ayuda a comprender mejor al “fenómeno Evo”.

Morales tiene, aparentemente, una vida sentimental activa, mantenida celosamente en un ámbito de discreta oscuridad por sus varios ad-láteres inmediatos. Ocurre que Evo no es, nos dicen, demasiado ordenado en el capítulo de su vida privada. Recordemos que en 2002 tuvo que (judicialmente) reconocer a su hija Eva Liz, fruto de su amorío con Francisca Alvarado, una aimara que en la biografía describe a Evo como un hombre “frío”. Notable. La niña tiene doce años, esto es la misma edad de otro hijo (también extramatrimonial) que Evo tuvo con Marisol Paredes. Dos, entonces.

Ahora se nos dice que el líder cocalero tendría una relación con Nieves Soto, una joven de 25 años, también de la zona cocalera del Chapare, que habría reemplazado en el corazón del líder boliviano a su anterior compañera, la mexicana María Luisa Reséndiz.

Pese a todo esto, Morales asegura, muy serio, que él sólo está “casado con Bolivia”, lo que sugeriría (con el telón de fondo de su pasado) que, en definitiva, le gustan todas las bolivianas.

Evo, que a los seis años fue a la escuela en la Argentina, fue diputado, sindicalista, panadero, pastor, futbolista, heladero, músico y cultivador de coca. Prueba todo, queda visto. Como en “Cambalache”, pero mucho más difícil, por provenir de dónde vino y llegar a dónde llegó.

Los periodistas que son los autores de la biografía reseñada sostienen que Evo (como nuestro Néstor) sigue de cerca los pasos de Chávez. Como “Chirolitas”. Vaya perspicacia, porque lo cierto es que parece pretender ir todavía más allá que el “bolivariano” y amenazador Hugo, desde que no desdeña en recurrir a la violencia misma como método de acción, si cree que le conviene. Para esto, los “ponchos rojos”, un símil de nuestros “piqueteros oficialistas”.

Le gusta, sin embargo, construir su propia leyenda. Por ejemplo, asegura a todos que no terminó la escuela. En el Colegio Marcos Beltrán Ávila sostienen que sus registros muestran que sí, que la terminó. Ocurre que, para la aureola, la historia que cuenta Evo luce más atractiva.

No siempre acertó, según él mismo cuenta. La primera vez que cosechó coca, se equivocó de planta y, sin advertirlo, podó un naranjo. Como Carlos Menem, Evo es un loco del fútbol y, también como el riojano, nunca “pierde”.

Pese a su aparente facilidad para la conquista de las damas, Evo no sabe bailar, con una excepción: conoce al dedillo la danza indígena de guerra conocida como “Tinku” y se entusiasma con ella. ¿Por qué será?

Tiene algunas otras contradicciones gigantescas. Por ejemplo, aún lava sus propios calzoncillos y, a veces, hasta se corta el pelo. Pero no es por sencillez, sino por cultura, desde que no vaciló un instante en declarar –él mismo, en un acto de narcisismo verdaderamente sin igual– Patrimonio Nacional de Bolivia a la casa en la que dice haber nacido. Increíble. Y ama, cada vez más, sus afectados atuendos personales que, siendo mucho más caros que los normales, por lo delicado de los materiales, texturas, y teñidos con los que ellos se elaboran cuidadosamente y por encargo, se asemejan mucho –según algunos– a los sacos (sin solapas) de los barman de los hoteles de tres estrellas.

El hombre duerme poco, unas cinco horas se dice, pero, eso sí, siempre respeta la siesta (como complemento), que para él es sagrada y suele durar una buena horita. Asegura que no toma vacaciones, desde hace ya cinco años. Sus adversarios sostienen que esto no es así, desde que en ese período no siempre tuvo una tarea concreta que realizar, ni una responsabilidad específica que cumplir de algún tipo, lo que se traduce en tiempo abundante para descansar.

Todo un personaje, don Evo. Amante exitoso, gracias a Dios, de las damas. Pero nada lento. Aparentemente, una de las razones por las que el MAS todavía no ha dado a conocer el texto concreto de la nueva Constitución Nacional que pretende imponer a los bolivianos es que en ella se elimina la cláusula que, hasta ahora, en Bolivia, no permite la reelección del primer mandatario. Situación ésta que -presumiblemente- le es muy incómoda, por una razón muy simple: esa restricción democrática no coincide, para nada, con sus sueños personales. Y el 2011, cuando fenece su mandato, está demasiado cerca como para no pensar en empujarlo para adelante, todo lo que se pueda. La vida es corta, sostiene Evo.

3. Brasil se queda solo

Desde hace tiempo ya, Brasil trata de mostrarse frente al mundo como un país distinto a todos los demás de la región. Presuntamente más importante, más influyente, más ordenado en lo que a la visión de su propio futuro se refiere, con una suerte de rol regional protagónico indelegable, parecido al de un hermano mayor.

Por esto procura, entre otras cosas y hasta ahora sin éxito, un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. También por esto habla por los demás en el escenario comercial internacional. Y por eso se siente, por derecho propio, miembro fundador de un club muy particular, el denominado “BRIC” (autobautizado por sus poco modestos miembros como el de los “titanes emergentes), compuesto por Brasil, Rusia, India, y China.

Sin embargo, las cosas no parecen estar saliendo tan bien como Brasil pretende. Por ahora no consigue lo que todos los otros socios del referido club, sin excepción, han ya logrado: el preciado “investment grade”, una suerte de “sello indeleble de calidad” para los todos los inversores, cualquiera sea su origen.

Para peor, la India (que hasta ahora lo acompañaba en la soledad) acaba de lograrlo, al menos a los ojos de Standard & Poor’s. Esto es un esperado premio a su estabilidad macroeconómica y a la fuerza de sus tasas de crecimiento. Rusia y China, desde hace rato, lo tienen.

Brasil es, entonces, el único de los cuatro miembros del club en cuyo seno las inversiones siguen siendo consideradas –a juzgar por los criterios de las principales calificadoras de riesgo del mercado financiero internacional– como especulativas, esto es, riesgosas. Las razones para esto son de distinta índole: una baja tasa de crecimiento; un clima todavía bastante poco amistoso para las inversiones externas, particularmente en lo que a seguridad personal se refiere; y un importante déficit fiscal que aún luce demasiado alto.

La India, en cambio, ha estado creciendo sanamente todo a lo largo de los tres últimos años a tasas superiores al 8% anual. Brasil, por su parte, lo ha hecho a tasas del orden del 3,2%, lo que es bien distinto como señal de salud económica y vigor sostenidos.

Malas noticias, entonces, para un Brasil cuyo rol natural en la región está cada vez mas empalidecido por el accionar patológico de un Hugo Chávez que no concibe que pase un solo minuto sin que se vea el protagonismo de una Venezuela de la que se habla hoy mucho más que de Brasil, desde hace rato. No siempre bien, sin embargo. Pero la sombra que Chávez proyecta es cada vez más evidente. Guste o no a los brasileños. © www.economiaparatodos.com.ar

Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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