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sábado 8 de febrero de 2014

En carrera contra el reloj

En carrera contra el reloj

La salud de Cristina es precaria. El estado de salud del «modelo» socioeconómico es aún peor

La salud de Cristina es precaria. Puesto que en cualquier momento podría sufrir una recaída, es poco razonable exigirle seguir gobernando un país que, de acuerdo común, necesita contar con un gobierno muy fuerte. El estado de salud del «modelo» socioeconómico es aún peor. Desde hace varios meses agoniza. Puede que ya haya muerto, pero por amor propio o porque quiere ser fiel a sus convicciones ideológicas, la presidenta se resiste a reconocerlo. Por el contrario, para perplejidad de quienes prestan más atención a los números que a los malabarismos retóricos que tanto le gustan, parece creer que su gestión ha sido tan exitosa que nadie tiene derecho a criticarla. No extraña, pues, que muchos hayan llegado a la conclusión de que sería mejor, por motivos humanitarios, políticos y económicos, que Cristina diera un paso al costado bien antes del 10 de diciembre de 2015.

Quienes más han hecho para propagar la idea destituyente no son personajes rencorosos que sienten odio por Cristina y todo cuanto representa, sino kirchneristas presuntamente fieles como el gobernador de Misiones, Maurice Closs, y el ministro del Interior, Florencio Randazzo. Aunque tales oficialistas insistan en que Cristina nunca se dará por vencida y que, de todos modos, la apoyarán hasta el final cueste lo que les costare, es en buena medida gracias a sus alusiones a los hipotéticos deseos opositores que el tema de una eventual renuncia presidencial se ha visto incorporado al debate político cotidiano. Asimismo, al pedirles a todos cerrar filas en defensa de «la estabilidad», dirigentes como el gobernador bonaerense Daniel Scioli han contribuido a difundir la sensación de que, sin la ayuda ajena que nunca pediría, Cristina no podrá continuar gobernando por mucho tiempo más.

Aparte de los ultras de la militancia K, los más resueltos a impedir que Cristina se vaya antes de cumplir todo su mandato son los opositores más acérrimos. Piensan como carceleros. Quieren mantenerla cautiva en las diversas instalaciones presidenciales casi dos años más. Lo que se han propuesto es humillarla al obligarla a asistir al colapso de su modelo. Temen que, si otros tienen que encargarse prematuramente del lío tremendo que ha provocado, tanto ella como sus simpatizantes lograrían convencer al grueso de la ciudadanía de que todas sus penurias se deben a las maquinaciones de los enemigos del pueblo, aquellos sujetos miserables que según los kirchneristas fantasean con depauperar a sus compatriotas sometiéndolos a un ajuste salvaje tras otro, lo que andando el tiempo podría permitirles a Cristina y sus laderos retomar el poder.

Pero no sólo es cuestión del miedo a caer en una trampa tendida por populistas astutos que no vacilarían en proclamarse víctimas de una inmensa conspiración planetaria. También lo es de la falta de interés de todos los líderes opositores a asumir la responsabilidad de gobernar un país en que las expectativas de la mayoría no guardan relación con las posibilidades reales. Tarde o temprano, algunos tendrán que hacerlo; esperan que, cuando llegue el día, ya no queden dudas acerca de la identidad de quienes provocaron la caída estrepitosa del nivel de vida de millones de familias. He aquí el motivo principal por el que ningún opositor tiene apuro.

El país ha llegado a la situación nada feliz en la que se encuentra por razones que podrían calificarse de estructurales. Desviarse del cronograma fijado por la Constitución siempre es traumático, de suerte que hay que permitir que las crisis culminen con un estallido. De ser la Argentina un país con instituciones parlamentarias, como la mayoría de los europeos, cambiar de gobierno para que uno nuevo se encargue de buscar una «salida» no plantearía demasiados problemas angustiantes, pero, por desgracia, en el siglo XIX se importó el inflexible sistema norteamericano.

Combinado con las tradiciones caudillistas tan típicas de América Latina, el presidencialismo extremo del orden político virtualmente garantiza que con cierta frecuencia la Argentina sufra convulsiones. De coincidir los tiempos de la política con los previstos por la Constitución, el «proyecto» protagonizado por el carismático de turno duraría casi cuatro u ocho años, después de los cuales sería modificado o reemplazado por el siguiente, pero, demás está decirlo, algunos se prolongan por más tiempo y otros, entre ellos el kirchnerista, vencen bien antes de la fecha estipulada.

Para los convencidos de que la Argentina continuará anotándose fracasos hasta que por fin haya dejado atrás el populismo facilista que desde hace más de medio siglo es su modalidad política preferida, es una suerte que «el modelo» kirchnerista se haya hundido a dos años del final del mandato de Cristina. Señalan que, de haberse celebrado elecciones presidenciales en octubre del año pasado, el ganador hubiera tendido que reparar, una serie de ajustes severísimos mediante, los daños ocasionados por la insensatez del gobierno actual, brindando así a los kirchneristas pretextos para acusarlo de someter al pueblo a los horrores del neoliberalismo. Estarán en lo cierto quienes piensan así, pero acaso convendría que el país adoptara un sistema político que no lo condenara a alternar largas etapas de despilfarro irresponsable con otras, a veces igualmente caóticas, signadas por la austeridad.

Los kirchneristas exacerbaron los males inherentes a la extrema rigidez constitucional agravada por el caudillismo. Al hacer de la «lealtad» servil uno de sus principios fundamentales, se pusieron a vaciar de contenido las instituciones propias de la democracia para dejar todo en manos de Néstor Kirchner y Cristina. A ambos, pero sobre todo a Cristina, les encantaba tanto monopolizar el poder y verse rodeados de dependientes resueltos a halagarlos que parecería que no entendían que la autocracia conlleva desventajas que les ocasionarían una multitud de problemas insuperables. Puede que una persona sola sea capaz de gobernar un emirato primitivo, pero para administrar con un mínimo de eficacia un país como la Argentina se necesitan muchos equipos conformados por funcionarios idóneos. A menos que el jefe de Estado tenga la ayuda de asesores confiables y se sepa constreñido a respetar ciertos límites institucionales, su gestión fracasará. ¿Lo entiende Cristina ahora? Puede que sí pero, desgraciadamente para ella y para el país, ya es tarde para que trate de gobernar como una mandataria democrática normal.

Fuente: http://www.rionegro.com.ar/