Por fortuna, quedan pocos días de campaña para la elección de legisladores. Las propuestas para la sociedad ya han sido formuladas, aunque la mayoría no perciba con claridad los mensajes. Hay cuestiones públicas y de las otras. Evidentes e intangibles.
Lo que se ve
El Partido Justicialista en sus distintas versiones ha copado el escenario. Hace de oficialismo y oposición al mismo tiempo. Kirchner y su entorno han planteado un escenario dual: el de la agresión verbal contra sus adversarios, partidos políticos, prensa independiente o empresas de servicios concesionadas, incluso actores externos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y su titular, el español Rodrigo de Rato.
El no peronismo está fragmentado. El caudal electoral de Carrió, Macri, Binner en Rosario, Jorge Sobisch en Neuquén, López Murphy que va sin Patti y su PAUFE en Buenos Aires, y los partidos provinciales juntos son una amenaza, pero solos… Algunos han realizado intentos de acercamiento, en determinados casos como en el PRO, aún con desequilibrios internos, pero en todos los casos con escasa predisposición a la aplicación del viejo lema de “la unión hace la fuerza”. Claro que luego de la versión de la Alianza nadie la quiere repetir.
La Unión Cívica Radical es un caso aparte, ya que se ha convertido desde el bastón de mando alfonsinista en un aliado funcional al PJ, por lo que no se lo puede catalogar seriamente como un partido opositor.
Lo que no se ve
Pero también en la estrategia del Gobierno hay un mensaje subliminal, que sin ser claramente expuesto llega al votante. El poder es sexy, de ahí el tono sensual de la candidata y el uso del color azul de los afiches callejeros (así como el rojo y blanco es la UCR; el celeste y blanco, el PJ; el rojo para la izquierda; el color azul es el utilizado por sectores de la derecha).
Su obsesión, la provincia de Buenos Aires, ha sido atacada en dos frentes. Por un lado, atraer para sí el aparato territorial de los punteros e intendentes que lleguen a las bases con subsidios y obra pública. Por el otro, captar a los sectores más altos beneficiados por la soja y el dólar sobrevaluado -que así diluyen en parte el efecto de las retenciones- y otorgar garantías de mercado a la industria nacional.
Esto le ha dado al Gobierno sustento en lo político y en lo económico, con fuertes lazos en los extremos de la sociedad: los más ricos y los más pobres. ¿Por qué? Muy simple. El mundo cambió. No es el mismo en que creíamos vivir. Lo que dábamos por sobreentendido ya no lo es. Sin abrir juicios de valor, vemos que hoy se pone en venta un hijo por Internet, la institución matrimonial como célula de la sociedad es defendida por homosexuales que se quieren casar, el mejor jugador de golf es negro y el rapero más famosos es blanco. Como si fuera poco, la tecnología hace cosas maravillosas, como que Frank Sinatra, Ray Charles o Elvis sigan cantando y generando ganancias por el mundo. La muerte ya no es obstáculo para salir de gira.
En este mundo, el cambio es lo único inmutable. En esas condiciones no hay espacio para muchas cosas conocidas. Por ejemplo, el Estado Benefactor que buscaba contener las infinitas demandas de la sociedad por salud, justicia, educación, seguridad, entre otras necesidades, ha desaparecido, trayendo sus consecuencias inocultables.
Hemos vuelto a la ley de la selva, donde el más fuerte se come al débil y el más rápido deja atrás al más lento. El gran espacio donde la tradicional clase media creció y constituyó el más importante factor de asenso social, hoy no tiene contención, ni esperanzas. Menos aun, soluciones políticas y económicas.
Mientras la oposición no peronista fragmentada en cientos de partidos no sabe dar respuestas, el gobierno de Néstor Kirchner hace surf sobre las nuevas olas del siglo XXI.
A partir de las extraordinarias condiciones favorables económicas internacionales y la aplicación de retenciones a todo lo exportable a gran escala, logra distribuir parte de ello en subsidios a la pobreza y en anuncios (en algunos casos realidades) de obras públicas. Se trata de unir los extremos, pero en silencio. La respuesta es la vuelta al consumo. Ir de compras tiene un valor importante en esta sociedad donde la imagen es todo, o casi. Y si no, hagan el ejercicio de ir un domingo a una iglesia y después vayan a los shoppings centers. ¿Donde hay más gente? El culto al mercado, al dinero y a la estética le gana en marketing al mismísimo Dios. Nos guste o no, es un dato de la realidad.
Consumir da pertenencia. Si es de marca, mejor, porque iguala para arriba. Aquel que no llega por su bolsillo, no se hace mucho problema, consigue una copia ilegal de esa marca sin pagar impuestos y /o derechos de propiedad.
El nuevo slogan es “un pueblo que consume está feliz”. Y si puede mantener esa situación, lo va hacer. José Pueblo sabe o intuye que en algún momento esto termina, pero hoy es su única posibilidad de pertenecer. No le importa demasiado eso de la defensa de las instituciones, de la transparencia en los actos de gobierno, o de los mil millones de dólares de la provincia de Santa Cruz que están en el exterior. Oh, paradoja del destino: la oposición aún no se dio cuenta de ello. ¡Por favor que alguien les avise!
Pero hay algo que marcará el futuro próximo. Y no será poca cosa.
La oposición no peronista no cuenta aquí. Su rol futuro estará, si puede lograrlo, en establecer la libertad de elecciones internas para abrir la competencia a personas no designadas por el dedo del líder de turno. Quizás así la sociedad intente unir lo que los personalismos no pueden hacer.
La cuestión está en el peronismo. Detrás de las herramientas de cómo conseguir votos, está el objetivo final que esconden los rostros femeninos de la contienda bonaerense.
Lo evidente
Un aspecto más sexy, un discurso más elaborado, y con un tufillo de izquierda se opone a otra imagen de madre contenedora ante la necesidad ajena.
Lo intangible
¿Un cambio en la clase dirigente política, económica, social, empresaria? ¿Más abierta o por el contrario más totalitaria?
Los Duhalde representan a una sociedad conservadora y poco afecta a los cambios que el mundo globalizado impone. Lo demostró Eduardo en su gestión presidencial y en su esfuerzo particular por crear una unión sudamericana de base política para enfrentar al norte poderoso.
Los Kirchner no muestran el juego del día después al 23 de octubre. ¿La búsqueda del poder hegemónico será para luchar contra los viejos dueños del país populista, corporativo, cerrado al mundo y para beneficio de unos pocos? Hace mas de ciento cincuenta años de las entrañas mismas del poder de Juan Manuel de Rosas salió su rival, el general Urquiza. ¿Ésta será el comienzo de una vieja disputa que vuelve a repetirse como fue la de Urquiza contra Rosas?
Los argentinos, y más precisamente los bonaerenses, tienen la palabra. Una Argentina conocida, burocrática, empobrecida, aislada, autista, cerrada, versus un enigma sin resolver. Una apuesta azarosa por saber si es más de lo mismo, o una apertura al mundo.
Ayer Urquiza peleó entre, otras cosas, por la libre navegabilidad de los ríos interiores para quitar el poder de la Aduana de Buenos Aires. ¿Kirchner peleará por una apertura al mundo globalizado? ¿Se podrá mantener un flujo de intercambio comercial que aumente el consumo de bienes y servicios? ¿El retiro del Grupo Suez como concesionario de aguas es una mala señal o una oportunidad para hacer mejor las cosas? A la verborrágica idea de la hegemonía de izquierda, ¿se opone una derecha conservadora populista? ¿O simplemente la pelea se centra en el cambio sobre quien ocupará el sillón del poder político de una Argentina que por esta senda ya ha fracasado en los últimos 70 años?
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Rodolfo Civitarese es analista político, abogado y miembro de la Fundación Atlas 1853. |