miércoles 5 de marzo de 2014
“En la mayoría de nuestras repúblicas se produjo en el Siglo XX un movimiento de reflujo, donde los mitos de la víctima, el culto a los militares libertadores y la práctica de sustituir el trabajo por la dádiva en regímenes populistas, tuvieron muchas y diversas expresiones.”
Notas
Entendiendo un siglo de declive argentino
Dos publicaciones recientes intentan descifrar cómo Argentina pasó de estar a la par en ingreso per cápita con EEUU y hoy tiene apenas un 40% del ingreso per cápita de las naciones de Europa Occidental
Al amigo Martín Simonetta
“En la mayoría de nuestras repúblicas se produjo en el Siglo XX un movimiento de reflujo, donde los mitos de la víctima, el culto a los militares libertadores y la práctica de sustituir el trabajo por la dádiva en regímenes populistas, tuvieron muchas y diversas expresiones.”
José Ignacio García-Hamilton, Por qué crecen los países (2006)
Este trabajo gravita en torno a un artículo que acaba de publicarse por el National Bureau of Economic Researchen febrero 2014 y cuyo título se puede traducir en castellano como: “La paradoja argentina: microexplicaciones y macrorompecabezas”. El autor es el profesor Alan M. Taylor(1) Cuando Taylor describe Argentina lo hace de este modo: “Es un lugar donde casi todo lo que podría salir mal ha, en algún momento, salido mal. En este, el más alocado de los laboratorios históricos, docenas de extraños experimentos políticos han sido realizados en los últimos doscientos años, frecuentemente por períodos prolongados, y no es infrecuente que con consecuencias duraderas.” (p. 3)
Pasé los dos años más felices de mi vida como residente en Buenos Aires, entre agosto 2000 y agosto 2002 – con todo y ·”corralito”-. Mi esposa es argentina. Este debe ser uno de los países más hermosos, con una vida interior de sus ciudadanos vastísima. Es la nación de habla hispana con mayor cantidad de premios nobel de ciencias. No obstante, Argentina se empeña generación tras generación en seguir su decadencia. Hoy hay más promesa de futuro social en Chile, Colombia y Perú que en esa nación donde el modelo a emular es la Venezuela chavista.
Las agencias de calificación crediticia internacional colocan a Argentina al borde de la bancarrota: Standard & Poor’s le coloca una calificación en moneda extranjera a largo plazo de CCC+ con perspectiva negativa, Fitch Ratings la coloca en CC y Moody’s en B3. A un universo de distancia están economías como Chile, con el mejor rating de la región en moneda extranjera a largo plazo, AA- por S&P, A+ por Fitch y Aa3 por Moody’s. Colombia, con la guerra civil más prolongada en Latinoamérica, también aventaja a Argentina, con calificación BBB por S&P y Fitch. Perú incluso está ya al nivel de México con BBB+ por ambas agencias. Lejos de ser algo trivial, esto encarece el acceso al crédito internacional por empresas y corporaciones argentinas, disuadiendo proyectos de inversión que requerirían enorme retorno para poder sacarlos adelante y generando los costes asociados de empleos que quedan sin crearse e impuestos sin recaudarse.
Vivir bajo la volatilidad económica de este país con su repertorio de hiperinflación, devaluación de la moneda, confiscación de depósitos bancarios y control cambiario bien podría explicar en alguna medida la afición social por el psicoanálisis de los argentinos (tienen 196 psicólogos por cada 100.000 habitantes, contra una media de 27 en EEUU). (2)
Yo mismo tiendo a ver el problema argentino desde la óptica de instituciones políticas. El declive argentino toma aceleración desde 1930, cuando un golpe militar derroca el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen (1852-1933). Luego en los cuarenta surge el peronismo, con su caudillo Juan Domingo Perón (1895-1974), movimiento político que es la quintaesencia del populismo latinoamericano, con su énfasis redistributivo mediante clientelismo político. Perón incluso desde el exilio saboteó gobiernos democráticos como el de Frondizi y su vuelta a Argentina en los años setenta sentó las bases para las dictaduras de derecha que asolaron el país hasta 1983. Mi explicación tiende a considerar a Perón como “el gran pero” en la historia argentina. No obstante, el mérito de Taylor es que deja a un lado las consideraciones sobre historia política e intenta explicar desde la teoría económica, con neutralidad, el declive argentino. Esta es una aproximación sensata, porque el peronismo es un movimiento que se reinventa constantemente y está en el ADN social argentino, así que lo mejor es tomarlo como un dato en cualquier propuesta para sacar a la Argentina delante.
¿Cómo se resume este declive argentino? Vale citar a Taylor:
“… Sólo hay un caso notable de país que empezó su vida relativamente rico y terminó comparativamente pobre: este es el gran rompecabezas o paradoja de Argentina. A finales del siglo XIX estaba entre los cinco países de mejor ingreso per cápita, siendo más rica que los países europeos excepto Gran Bretaña y en línea con otros países colonizados por anglosajones como EEUU; Canadá y Australia. Su status entre las economías más ricas alcanzó su cenit en 1913, cuando la convergencia del ingreso se detuvo. Incluso hasta 1929 aún está dentro del club, sólo para enfrentar una lenta y creciente declinación a partir de allí. Ahora está cercana al país promedio del mundo dado su nivel de ingreso per cápita, y sus ciudadanos sólo disfrutan 40% del ingreso per cápita medio de los doce principales países de Europa Occidental.” (p. 2)
Complementando la idea, Taylor señala: “El nivel de ingreso por persona en Argentina hoy (alrededor de USD 8.000) está en torno a dos-quintos [40%] del que hay en la Europa Occidental rica (cerca de USD 20.000.” (p. 5) Es especialmente frustrante como se ha deteriorado el indicador con la nueva devaluación argentina emprendida en 2014. Esto se hace evidente cuando se considera que al cierre de diciembre 2013, el semanario The Economistpublicaba las perspectivas económicas para 2014 y consideraba para Argentina un ingreso per cápita de USD 10.870, sin prever la devaluación a inicio de 2014. A ese nivel, ya le ganaba Uruguay con la mejor magnitud para la región latinoamericana, USD 17.760 y también Chile con USD 16.430. Si se considera el poder de compra de ese ingreso (paridad del poder adquisitivo) Chile lidera regionalmente (el ingreso per cápita equivaldría a USD 20.380). Con la devaluación Argentina se acerca al ingreso per cápita de Colombia, USD 8.070 (si bien Argentina tiene mejor ingreso ajustado por paridad de poder de compra) y es más, ya el ministro de hacienda colombiano ha presumido en Davos de que Colombia es la tercera economía en Latinoamérica(3)
El diagnóstico inicial de Taylor es que Argentina estuvo funcionando como una economía abierta, con flujos comerciales que totalizaban más del 80% del PIB hasta 1914 (la suma de importaciones y exportaciones se mantendría por encima del 80% del PIB incluso hasta finales de los años 1920). En esta primera globalización, Argentina dependía de modo crítico tanto de capital extranjero – esencialmente inglés, decisivo para financiar la red ferroviaria- como de inmigrantes. Se cumple el centenario de la Primera Guerra Mundial, a cuyo imponderable coste humano se debe añadir una política internacional autárquica, cerrando importaciones en los mercados desarrollados. Argentina no logró hacer ajustes ante esta situación, la cual consideraron sus políticos como transitoria– es famoso el tratado comercial suscrito entre Argentina y Reino Unido en 1933 por Julio Roca, hijo de un gran político argentino del Siglo XIX y Lord Runciman, intentando mantener cuotas de mercado para importaciones argentinas en Gran Bretaña y que se renovó un trienio hasta que la Segunda Guerra Mundial y el nacionalismo de Perón dieron al traste con el acuerdo. El mundo seguiría poniendo barreras comerciales hasta 1947, cuando con el acuerdo GATT se volvió a dinamizar el comercio exterior.
Siguiendo las cifras de Taylor (Figura 3) Argentina optó por reprimir el comercio, subiendo sus impuestos a las importaciones a niveles del 30% del valor importado en 1940 y si bien a finales de los cuarenta devolvió estas tarifas a los niveles de 5% vigentes a inicios del Siglo XX, en los años sesenta se plegó a una política de “sustitución de importaciones”, creyendo que podría construir industrias argentinas si encarecía las importaciones de productos manufacturados. Desde 1960 los impuestos a las importaciones no bajaron del 10% del valor importado en media, con picos superiores al 20% en al menos tres oportunidades. No menos significativo es que desde 1960 se gravaron las exportaciones también a nivele superiores al 10% hasta 1980, con picos de casi 20% en 1990. No en vano un argentino fue el gran ideólogo de la sustitución de importaciones industriales, Raúl Prebisch (1901-1986), con su teoría de que las materias primas irían perdiendo valor secularmente, algo sin fundamento empírico y donde el petróleo o el trigo valen como contraejemplo. Gran parte de los líos de las administraciones Kirchner con los productores agropecuarios ha sido precisamente gravarles las exportaciones en pleno boom de materias primas durante la década pasada.
Las trabas comerciales explicarían un 25% del rezago del ingreso per cápita argentina con sus otrora pares europeos. Siguiendo a Taylor – quien a su vez emplea datos del historiador argentino Julio Berlinski-, Argentina ha tenido un patrón de importaciones donde el 25% son bienes de capital y el 50% bienes intermedios (que son insumos de producción o bien importaciones que se emplean tanto para consumo como para inversión, como es un vehículo automotor). Encarecer estas importaciones, las cuales incluyen maquinaria agropecuaria indispensable para aprovechar las ventajas competitivas del campo argentino, habría tenido un efecto descompuesto así: cerca de dos tercios de la pérdida de crecimiento vendría en forma de shock de productividad, ya que se habría podido elevar lo que cada trabajador generaba y la rentabilidad de las inversiones de capital si se hubiese tenido una maquinaria sin obsolescencia. El otro tercio de pérdida en el crecimiento proviene del encarecimiento que tuvieron los equipos de capital que se consiguió importar, lo cual equivale en la práctica a una pérdida de ahorro. Marginalmente, al menos estadísticamente, está el efecto del retraso tecnológico, al traerse menos tecnología puntera a la Argentina por estas trabas al comercio internacional.
La otra vertiente de explicación de Taylor estudia la “función de producción argentina” y aísla dos elementos de importancia teórica: la productividad total de los factores (trabajo, capital) y el producto marginal del capital. Esto es, se considera cómo ha sido el rendimiento y la productividad de las inversiones de capital en Argentina. Lo primero que se encuentra es que la base de capital argentina debe ser muy baja, ya que su capital tiene un rendimiento marginal que es casi 50% superior al estadounidense; lejos de ser una buena noticia, esto significa que en media, los procesos de producción en Argentina cuentan con mucho menos capital –maquinaria, equipos, tecnología- que un proceso equiparable en EEUU. En teoría económica está aceptado que el capital tiene un rendimiento marginal decreciente y cada unidad de capital produce menos que la anterior. Si la base de capital en Argentina tiene una diferencia de rendimiento tan relevante con EEUU es precisamente porque se está sacando el máximo provecho en Argentina a una disponibilidad mucho menor de equipos y se recurre más bien a mano de obra para sacar adelante campos, fábricas y empresas de servicios. La conclusión es que Argentina está teniendo problemas para acumular capital, lo cual se traduce en un sector agropecuario menos tecnificado, peores infraestructuras y tecnología obsoleta.
¿Qué origina este problema de inversión? Allí es cuando Taylor contempla explicaciones vinculadas a la volatilidad política: “eventos macroeconómicos raros” (hiperinflación, crisis bancaria, control de tipo de cambio y tipos de interés), riesgo de insolvencia (default) y fallas en derechos de propiedad, con confiscaciones de riqueza y todo el repertorio de expropiaciones que ha venido ensayando Argentina – con esta devaluación de 2014 y su vergonzoso precedente de 2002-. Estos problemas de volatilidad e incertidumbre disuaden inversiones y generan lo que Taylor llama técnicamente “fricciones en la acumulación de capital” (p. 16) Su modelación estadística sugiere que acá está otro 25% de explicación para el rezago experimentado en el ingreso per cápita argentino respecto a sus otrora pares europeos.
En resumen, las distorsiones de precio sobre bienes de capital originadas por política comercial y las fricciones para acumulación de capital, explicarían en un 50% la bajada de ingreso per cápita argentina en este último siglo. En un ejercicio de ucronía, esto es, de suponer contra los hechos históricos que no se hubiese presentado esta dinámica en Argentina, ocurriría que el ingreso per cápita argentino sería hoy 50% más alto, en el rango de los USD 12.000 – USD 13.000, en línea con Corea del Sur y algunas naciones europeas mediterráneas. Desde luego, esto supone efectos notorios en la calidad de vida que tienen los ciudadanos argentinos, especialmente los más pobres que no tienen como dolarizarse ni tienen acceso a divisas vía exportación agropecuaria.
Explicar la otra mitad del rezago es difícil. Teorías convencionales sobre “determinantes profundos” como la geografía son inaplicables en Argentina, una nación con clima esencialmente templado, estaciones climáticas y acceso al mar (si bien el enfrentamiento entre el puerto de Buenos Aires y provincias sin acceso al mar fue políticamente importante en el Siglo XIX, por ingresos aduaneros y esto no se señala en el trabajo de Taylor).Las instituciones no han sido secularmente malas y a inicios del Siglo XX se contaba con un sistema esencialmente democrático al estilo de entonces (el presidente Roque Sáenz-Peña estableció el sufragio universal en 1912, lamentablemente excluyendo el voto femenino en tono con su época) y con razonables avances tanto en educación como política sanitaria. Habría que elaborar sobre otra línea de investigación institucional, que comenta Taylor y ya adelantaba desde al menos 2006 el argentino José Ignacio García Hamilton (5), que es la diferencia entre derecho consuetudinario –propio del mundo anglosajón- y el derecho codificado –propio de Europa Continental-, siendo que en Argentina conviven estas dos vertientes – la primera con la constitución de 1853 impulsada por Juan Bautista Alberdi(1810-1884) y el código civil quese promulgó en 1869 partiendo del trabajo hecho por Dalmacio Vélez Sarfield (1801-1875). Ciertamente en el Siglo XX argentino se ha carecido de filósofos del derecho comparables en influencia pública a estos dos grandes personajes.
El crucigrama argentino no solo devana los sesos de académicos, sino que fue el tema de portada del semanario The Economist en la semana del 15 al 21 de febrero de 2014. Bajo el título de portada The Parable of Argentina (La Parábola de Argentina) se dedicó una sección especial a “La tragedia de Argentina. Un siglo de declive.” (Thetragedy of Argentina. A century of decline). El estudio merecería toda la repercusión posible entre los responsables de políticas públicas argentinas y los electores.
Resumiendo apretadamente este trabajo, The Economist ensaya tres meditaciones sobre el retroceso económico argentino en estos 100 años: primero, que en 1914 Argentina era “rica, pero no moderna”. Hasta los años cuarenta se dio preponderancia a la educación primaria y apenas había inversión en educación secundaria, en un modelo de desarrollo rural donde estancieros y terratenientes tan sólo querían mano de obra barata. Esta deficiencia hizo más duro el aislacionismo comercial, ya que restó poder innovador a los argentinos al tener restringidas las importaciones de tecnología durante la mayor parte del Siglo XX.
La segunda vertiente explicativa sintoniza con Taylor y se trata de las restricciones al comercio, al fallar la apuesta hecha por Argentina a inicios del siglo XX: “agricultura, mercados abiertos y Reino Unido”. El shock externo de las Guerras Mundiales y la Gran Depresión dejó a Argentina sin inversión extranjera y sin clientes, ya que Reino Unido optó por dar ventajas a la Commonwealth en importación de materias primas. Argentina eligió la autarquía, especialmente tras instalarse en el poder Perón, quien en 1946 creó un organismo público para controlar el comercio internacional. Desde ese tiempo data una división aún vigente entre los intereses del sector agropecuario y los trabajadores urbanos. Perón apuntaba hacia estos últimos como clientes políticos – eran los obreros y descamisados de su retórica-. En esa línea de razonamiento, perjudicar el comercio internacional afectaría a los ricos exportadores agropecuarios y favorecería industrias fabriles locales -que nunca se llegarían a consolidar. El dilema distributivo sigue vigente, con sectores internacionalmente competitivos que han sido los grandes beneficiarios de las devaluaciones de 2002 y 2014. The Economistincorpora una declaración el analista político Sergio Berensztein a este respecto: “Un tercio del país – la industria de materias primas, los ingenieros e industrias regionales como el vino y el turismo -están listos para competir. Dos tercios no lo están.” El peronismo sigue sacando rentas a ese tercio competitivo para convertir en clientes políticos a los otros dos tercios, cada vez más afianzados como empleados y contratistas públicos. Un artículo reciente de América Economíaseñala que Argentina tiene 23% de su población activa trabajando en el Sector Público, esto es, cerca de 4,35 millones de personas. (6) En la Provincia de Santa Cruz, de donde surgió el matrimonio Kirchner como fuerza política regional, el porcentaje es casi 50%, según esta misma fuente.
Como última explicación, está la incapacidad institucional argentina para crear políticas exitosas. Nuevamente está como referente la intervención que hizo Perón en 1946 para designar magistrados de la Corte Suprema. La historia institucional de Argentina en el Siglo XX, con sus golpes de Estado, dictaduras, guerrilleros, desaparecidos y bancarrotas merece contarse más en la sala de un exorcista que en un consultorio psicoanalítico.
Este extenso trabajo simplemente apunta a algo que todo seguidor argentino del psicoanálisis aplica para su propia mente y vale seguramente para las sociedades: desconocer los errores de pensamiento construidos en el pasado traba el presente y el futuro. Vale cerrar esta nota con este párrafo final del indispensable trabajo de The Economist: “Ningún otro país estuvo tan cerca de unirse al mundo rico, para luego retroceder. Entender el porqué es el primer paso para un mejor futuro.”
(En 2005 hice un extenso ensayo sobre el caso argentino que se tituló “La Argentina un espacio para reconstruir”, del cual cambiaría varias cosas – especialmente el capítulo 11 – pero creo sigue teniendo varias partes rescatables y válidas para este debate:
Notas
(1) La referencia es: TAYLOR, Alan M.“The Argentina Paradox: Microexplanations and Macropuzzles”. National Bureau of Economic Research, working paper 19924. Febrero 2014.
(2) Ver sobre esto:
(3) La publicación de TheEconomist es TheWorld in 2014, editada por Daniel Franklin. Sobre el status de Colombia como tercera economía latinoamericana.
(2) Ver sobre esto:
(3) La publicación de TheEconomist es TheWorld in 2014, editada por Daniel Franklin. Sobre el status de Colombia como tercera economía latinoamericana.
(4) Una referencia útil es un Manual de Historia Argentina coeditado por Alan Taylor y donde figura el estudio de Berlinski. Se trata de A new economic history of Argentina. Cambridge UniversityPress, 2003.
(5) Ver en especial su obra Por qué crecen los países, publicada por Editorial Sudamericana en 2006. No obstante ya ha anticipos de este enfoque en otra obra suya, El Autoritarismo y la Improductividad, publicado por la misma editorial en 1998 y disponible fuera de Argentina en Debolsillo desde 2002.
(6) Ver
Fuente: www.eldiarioexterior.com
Bogotá, Marzo de 2014
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