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lunes 24 de marzo de 2008

Entre las enseñanzas de la autoridad y la finitud de las desgracias con suerte

El gobierno nacional debería sentirse orgulloso de sus alumnos: el paro y los cortes de rutas protagonizados por los trabajadores del campo demuestran que la sociedad argentina ha comprendido que el único modo de expresarse y ser escuchado es recurrir a la violencia.

“Al maestro, con cariño.”
Una dedicatoria del campo al matrimonio presidencial.

Nadie puede cuestionar que el kirchnerismo asumió el poder acompañado de varios factores que le han sido propicios. Como ejemplos basta citar el precio de las commodities y el escenario internacional. De ahí en más, hubo un azar favorable que es prácticamente imposible de negar. La suerte estuvo del lado del oficialismo. Esa misma suerte les permitió perpetuarse sin necesidad, siquiera, de dar explicaciones contundentes respecto de los innumerables errores cometidos. La oposición no facturó costos políticos con eficiencia y tampoco la sociedad se preocupó en demasía por marcar límites, por el contrario, ha tolerado más de lo saludable. Y ahí están… entre Puerto Madero, Olivos, Balcarce 50 y El Calafate, haciendo y deshaciendo a su antojo lo que alguna vez fuera el granero del mundo.

Néstor Kirchner tuvo una estrategia definida para afianzar un poder que le llegó con poca previsibilidad. Sin Eduardo Duhalde, ¿hubiera llegado donde está hoy? Cada uno puede creer lo que quiera, si bien no hay modo de negar que el aparato justicialista ha sido el sostén de este modus operandi de gobernar tan peculiar que ha tenido el matrimonio presidencial desde el comienzo hasta esta continuidad con cambio de género y nada más. Se sorteó, así, un sinfín de desgracias con suerte. Sin embargo, éstas no son perennes en tiempo y espacio. No suelen durar demasiado. Una, dos, tres veces se puede confiar en la destreza para arrojar la taba. Pero, salvo que esté cargada, si no se hace nada más para prevenir infortunios es dable esperar que en algún momento la desgracia venga sola y no acompañada. No me atrevería a decir que es éste el instante en que la gota cae en la clepsidra, aunque es un “ahora” interesante para poder prever lo que sigue porque la suerte está comenzando a escasear y el mundo ya nos ha tomado el tiempo. La ventura no durará mucho más. Es menester contar con otras herramientas menos furtivas, con planificación política y económica, y algún dejo de sabiduría para prevenir mayores o menores hecatombes.

La suerte se termina y los adversarios se van agotando. Fuerzas Armadas, empresariado, clero, “kelpers” porteños que “no saben votar”, países vecinos que no entendieron que la propuesta era canjear gas o electricidad por corderito patagónico o una visita al glaciar, mandatarios internacionales, Fondo Monetario Internacional, organizaciones no gubernamentales que osaron cuestionar alguna desprolijidad, jueces, fiscales, en fin… nadie quedó fuera de la nómina de enemigos que el kirchnerismo eligió caprichosamente para entablar vanas batallas con el único fin de poder mostrarse vencedor de alguna epopeya o campaña. De lo contrario, no hubiera habido nada para mostrar. Sin enemigos inventados, no hubieran hallado el modo de erigirse, mediáticamente al menos, en triunfadores o de posar para la foto torciendo el brazo de supuestos adversarios. Podríamos decir, sin eufemismos, que estamos frente al poder de la fuerza y, quizás, ése es el “valor" de Guillermo Moreno en este terreno. ¿Qué otro mérito tiene, si no, el secretario de Comercio Interior?

Ahora bien, el kirchnerismo es quien ha elegido esta metodología de entablar guerras inútiles y dividir bandos que ni sabían que estaban enfrentados, menos aún que habitaban un escenario donde la consigna sería el todos contra todos. Paradójicamente o no, nadie estaba preparado para agitar recelos, reabrir heridas y remover odios. Sin embargo, Kirchner lo hizo y así estamos. Nada es casual.

Hoy, los argentinos no tenemos idea de quiénes son los buenos y quiénes los malos. Si el uniformado está para velar por la seguridad o para atentar contra ella, si los magistrados administran justicia o fallan según la conveniencia política, si los fiscales defienden al pueblo o a los funcionarios, si el campo nos proporciona alimentos y fuentes de trabajo o nos desabastece de carne y lácteos, si los empresarios aumentan los precios en forma indiscriminada y Moreno es el paladín de la equidad social o si el empresariado está también amenazado, si el sindicalismo brega por los derechos de los trabajadores o se vale de quienes trabajan para apretar al Gobierno y ganar espacio, si la clase media urbana está más cerca o más lejos de los centros paupérrimos que de los lujosos barrios privados… No hay referencia que valga. No sabemos dónde estamos parados.

Los piquetes fueron oficializados en Balcarce 50. Los primeros invitados al Salón Blanco fueron los detractores de la Constitución Nacional que, en nombre de una extraña “Federación de Tierra y Vivienda” o de una “Corriente Clasista y Combativa”, se abrazaban con el ex mandatario y, gracias a la insurrección oficialmente festejada, alcanzaban altos cargos. Tomando comisarías hubo quien logró un interesante despacho en la Casa Rosada, otros se ubicaron en la gobernación de Buenos Aires y aumentaron sus patrimonios sin que se sepa a ciencia cierta cuál fue el mérito para la adquisición de sus nuevas riquezas. Lo que sí quedó en evidencia es que la insurrección y la violación de artículos preclaros de la Carta Magna son los escalones para trepar a lo más alto de la pirámide del poder político en esta Argentina. Posiblemente ya nadie recuerde a un tal Emilio Alí saqueando supermercados y condenado por “coacción y extorsión” por sus influencias, que fue luego llevado en andas como un héroe nacional y terminó apadrinado por Luis D’Elía, el emblemático funcionario oficial.

La pregunta esencial –hoy que el debate pasa por la culpabilidad o no del campo, más acosado por resentimiento que por necesidad de equilibrar la distribución de ingresos o cuidar el bolsillo del ciudadano– apunta a desentrañar por qué otro medio se iban a manifestar los productores agrícola-ganaderos, si el matrimonio presidencial ha enseñado desde el vamos que los métodos más eficaces para triunfar son el piquete, el corte de rutas, la lucha entre pares, la falta de diálogo, la resistencia combativa y el desdén hacia la Constitución Nacional.

Lo que se hereda, no se hurta. El modelo está y es sabido que el ejemplo lo debe dar la máxima autoridad. © www.economiaparatodos.com.ar

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